| Por Juan Rojo | El espejismo de la excelencia: el caso Piero Maza y la crisis del arbitraje chileno

Hace unos días apareció una noticia que retrata con precisión quirúrgica el estado del fútbol chileno: Piero Maza fue incluido entre los “mejores árbitros del mundo 2025”. No, no es una sátira deportiva ni un ejercicio de humor negro. Es una lista elaborada por la Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol (IFFHS), una entidad autónoma que se presenta como “vinculada” a la FIFA, pero cuya relación se limita al intercambio de datos e informes, sin reconocimiento oficial alguno.

El entusiasmo con que se celebró esta designación dice más sobre nosotros que sobre el propio Maza. Porque lo verdaderamente preocupante no es el premio en sí, sino la facilidad con que aceptamos ficciones como verdades. Nadie conoce los criterios con que la IFFHS confecciona sus rankings, pero eso no impidió que desde la Comisión Nacional de Arbitraje y el Sindicato de Árbitros Profesionales de Chile se desplegara una euforia institucional tan absurda como autocomplaciente.

¿De verdad creemos que Piero Maza representa la cima del arbitraje nacional? Si así fuera, entonces el fondo ya se convirtió en techo. Hace tiempo que los árbitros chilenos dejaron de ser referencia internacional. Los nombres de Castro, Gamboa (padre), Selman o Pozo habitan hoy el recuerdo, y hasta Roberto Tobar, marcado por sus propias sombras, parece una figura inalcanzable. En su lugar, persiste un cuerpo arbitral fragmentado, desactualizado y carente de liderazgo, que se refugia en el discurso del victimismo para justificar sus errores y su falta de autocrítica.

Se nos quiere convencer de que el problema no está en la cancha, sino en los hinchas, periodistas y jugadores que “no entienden” las Reglas del Juego. Es una maniobra perfecta: culpar al entorno para no mirar hacia adentro. Pero la realidad es más cruda. El arbitraje chileno atraviesa una crisis estructural, sin coordinación técnica, sin actualización y sin estándares claros de excelencia. El INAF, que debería ser el faro de rigor formativo, se ha convertido en una fábrica rutinaria de diplomas, donde la exigencia y la vocación de mejora se diluyen entre la burocracia y la complacencia.

Maza no es el villano, pero sí el símbolo de un colapso institucional que se disfraza de éxito para evitar la autopsia. El reconocimiento internacional que recibe no enaltece al arbitraje chileno: lo desnuda. Expone un sistema que, incapaz de corregirse, ha optado por premiarse a sí mismo.

Y mientras el arbitraje profesional celebra sus espejismos, el verdadero espíritu del fútbol sobrevive lejos de los estadios televisados. En el fútbol amateur, en las canchas de barrio, en los torneos comunales, todavía se arbitra con respeto, por convicción y sin micrófonos. Allí donde el error se asume, no se justifica. Allí donde el árbitro no busca protagonismo, sino justicia. Ese mundo (el más modesto y el más honesto) sostiene lo que el profesionalismo parece haber olvidado: que el fútbol se juega para servir al deporte, no para servirse de él.

Cuando la mediocridad se disfraza de excelencia y los premios reemplazan a la autocrítica, el daño no es solo técnico: es moral. Se confunde al hincha, se desorienta al árbitro joven y se entierra la cultura deportiva que alguna vez nos enorgulleció.

Entonces, la pregunta no es si Piero Maza merece estar en la lista de los mejores. La pregunta que debería inquietarnos es otra, mucho más profunda: ¿Cuándo el arbitraje chileno dejó de aspirar a la excelencia… para contentarse con el aplauso fácil de su propia decadencia?

 

Juan Rojo – Cursó estudios de Psicología en la Universidad ARCIS y Teología en la Comunidad Teológica de Chile. Árbitro Profesional de Fútbol titulado del Instituto Nacional del Fútbol. Militante Frente Amplio.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE DIARIO LA RAZÓN