Cuando comencé a estudiar la voz como un reflejo del estado emocional, no imaginé que terminaríamos desarrollando una plataforma tecnológica para detectar riesgo suicida en estudiantes. Mi formación como fonoaudióloga y doctora en Neurociencias me llevó a observar la voz más allá de su función comunicativa: como una expresión fisiológica y emocional profunda. Y esa intuición se convirtió en investigación, y luego en un proyecto colaborativo que hoy busca salvar vidas desde las regiones del sur de Chile.
La salud mental en adolescentes ha mostrado cifras alarmantes, especialmente en zonas como La Araucanía. Desde 2018, junto a un equipo interdisciplinario, comenzamos a evaluar estudiantes y a detectar patrones acústicos asociados a estados emocionales complejos. Parámetros como la frecuencia fundamental, la velocidad del habla, la intensidad y las pausas revelaban diferencias claras entre jóvenes con y sin riesgo suicida. Con esa información, desarrollamos un algoritmo de clasificación que hoy forma parte de una plataforma digital que permite hacer un screening rápido, accesible y preciso.
La plataforma fue pensada como una herramienta para establecimientos educacionales, especialmente en contextos donde no hay profesionales de salud mental disponibles. No pretende reemplazar a psicólogos ni psiquiatras, sino actuar como un primer filtro, una alerta que permita actuar a tiempo. Porque muchos colegios no cuentan con sistemas de pesquisa universal, y eso significa que cientos de estudiantes pasan inadvertidos. Nuestra herramienta permite cambiar eso: con una grabación de voz, se puede detectar riesgo y activar protocolos de derivación.

Trabajamos actualmente con 11 colegios en La Araucanía y hemos evaluado a más de 600 estudiantes. Las cifras son preocupantes: más del 50% presenta sintomatología depresiva, cerca del 30% ha manifestado ideación suicida y alrededor del 10% ha intentado quitarse la vida durante el último año. El riesgo es aún mayor en estudiantes que forman parte de la diversidad sexo-genérica o presentan necesidades educativas especiales, como quienes están dentro del espectro autista. Por eso es urgente contar con herramientas concretas.
Detrás de este proyecto hay un equipo humano y académico muy sólido: ingenieros de la Universidad de La Frontera, psicólogos de la Universidad Autónoma, del País Vasco y de la Universidad Católica del Maule. Contamos también con el respaldo del FONDEF de ANID, el apoyo de CETEP en salud mental, y el compromiso de los municipios. Ha sido una construcción colectiva, con ciencia aplicada al territorio.
Hacer ciencia desde regiones no siempre es fácil, pero sí profundamente necesario. Desde el sur de Chile estamos demostrando que es posible innovar, colaborar y generar soluciones reales a problemáticas que afectan a miles de familias. Porque cada voz cuenta. Y a veces, escuchar esa voz puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Carla Figueroa– Académica de la Universidad Autónoma de Chile & Ciencia e Innovación para el Futuro.