Cuando me comunicaron que una isla de la Antártica llevaría mi nombre, lo primero que sentí fue pudor. En mi formación como naturalista, en la Universidad de Concepción, nos enseñaron que los reconocimientos verdaderos son silenciosos, a veces incluso póstumos. Recuerdo a mis profesores diciendo que si alguna vez le ponen tu nombre a una planta o a un fósil, lo más digno sería no enterarse. Y, sin embargo, aquí estoy: vivo, en plena actividad, con una isla helada en el extremo sur del mundo que lleva mi apellido.
Nunca he estado allí. De hecho, ni siquiera es parte de los lugares que he recorrido en mis más de veinte años de campañas científicas. Y no tengo intención de ir. No me sentiría cómodo pidiendo que se movilicen recursos para visitar un lugar solo porque lleva mi nombre. Eso no tiene ningún sentido, y sería contrario a todo lo que entiendo por hacer ciencia pública. Esa isla —cubierta de hielo, sin rasgos visibles desde el aire— me resulta más valiosa como símbolo que como destino.
Pienso en ella como una utopía. Tal vez podríamos construir un sitio digital, un espacio imaginario donde se reúnan ideas altruistas, reflexiones sobre el papel de la Antártica en el futuro del planeta. Porque si algo he aprendido en estos años, es que el continente blanco no es un lugar aislado ni mudo. Es el corazón climático del planeta, un archivo vivo de nuestra historia natural, y un laboratorio que no ha terminado de revelarnos sus secretos.
Cada expedición a la Antártica es un ejercicio de humildad. Allí no mandamos los humanos: manda el viento, la temperatura, el hielo. Y sin embargo, cada año, cientos de investigadores cruzan el Paso de Drake o sobrevuelan el mar de Bellingshausen para seguir recolectando datos, buscando fósiles, perforando testigos de hielo. Lo hacemos porque aún queda mucho por descubrir. Pero también porque intuimos que en esos datos se esconde parte de la respuesta a las crisis que ya enfrentamos.
Hoy estamos en niveles de CO₂ que no se veían desde hace más de 3 millones de años. Y lo sabemos gracias a lo que hemos aprendido en la Antártica. A través del análisis de fósiles vegetales, de núcleos de hielo de más de 800.000 años, de patrones de circulación oceánica que afectan desde Paraguay hasta Escocia, entendemos que no se trata de ciclos naturales sin consecuencias. Se trata de una alteración acelerada y sin precedentes. La última vez que hubo 400 partes por millón en la atmósfera, la Antártica era verde y los niveles del mar eran muy superiores. La diferencia es que entonces no había 8.000 millones de personas viviendo en el planeta.

Por eso es tan crucial defender el estatus especial del continente blanco. El Tratado Antártico es uno de los pocos acuerdos internacionales que aún resiste la erosión del multilateralismo. No hay armas, los títulos de propiedad se encuentran congelados, no hay explotación de recursos. Solo ciencia y cooperación. Y mantener eso vivo requiere un esfuerzo constante. No basta con tener un rompehielos nuevo o inaugurar una base científica: necesitamos políticas de largo plazo, voluntad política y una ciudadanía que entienda que lo que ocurre allá nos afecta aquí.
Desde mi rol como vicepresidente del Comité Mundial de Ciencias Antárticas e investigador antártico, trabajo junto a otros colegas para preparar la agenda antártica de Chile hacia 2050. Queremos que cada candidatura presidencial que venga reciba un dossier con una hoja de ruta clara: qué se necesita, por qué importa, y cómo podemos liderar desde el sur una conversación global sobre clima, ciencia y cooperación.
Así que si algún día alguien visita la isla Leppe, ojalá no vaya por mí. Ojalá vaya para cuidar lo que esa isla representa. Porque en un mundo donde sobran los muros y escasean los puentes, la Antártica sigue siendo —contra todo pronóstico— una reserva de esperanza. Y eso, mucho más que cualquier homenaje, es lo que me sigue motivando a volver.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Marcelo Leppe Cartes – Académico del Centro GEMA de la Universidad Mayor & Ciencia e Innovación para el Futuro.