Columna de Valdir da Silva Bezerra | Teoría de juegos: ¿podría la razón impedir un conflicto directo entre Estados Unidos y China?

La teoría de juegos es una rama de las matemáticas que sirve para evaluar ciertas situaciones estratégicas que implican a dos jugadores racionales que buscan lograr el mejor resultado para sí mismos. ¿Sería posible, pues, utilizar algunos de los postulados de esta teoría para predecir el futuro del actual enfrentamiento mundial entre China y EEUU?
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Al fin y al cabo, cuando se utiliza para observar situaciones en el contexto de las relaciones internacionales, la teoría de juegos postula que los Estados también son actores racionales, capaces de tomar decisiones basadas en el costo y el beneficio. Y no solo eso, sino que también son capaces de comprender las consecuencias, buenas o malas, de sus elecciones. No es de extrañar que esta teoría se aplique desde hace tiempo para analizar, comprender y predecir el curso de acción de las distintas potencias en diversos escenarios geopolíticos, incluido el actual escenario de confrontación mundial que involucra a Estados Unidos y China.
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Esto se debe a que el enfrentamiento entre Washington y Pekín se ha vuelto cada vez más intenso en las últimas décadas, especialmente con las administraciones de Donald Trump (2017-2021) y ahora Joe Biden. Por supuesto, EEUU y China son muy diferentes entre sí en muchos aspectos; una de estas diferencias es que el primero tiene un sistema democrático para elegir su liderazgo político, mientras que el segundo tiene su liderazgo elegido por un partido. Uno forma parte de la llamada civilización occidental, mientras que el otro representa una milenaria civilización asiática. Estados Unidos tiene un enfoque social centrado en el éxito del individuo, mientras que China valora los logros de todo el colectivo. Sin embargo, a pesar de las muchas diferencias, según la teoría de juegos ambos son actores racionales, capaces de comprender las consecuencias de sus acciones, tanto en el corto plazo como en el futuro.
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Aun así, lo cierto es que en los últimos ocho años las tensiones entre ambas naciones han aumentado significativamente. Cuando Trump asumió la presidencia estadounidense en 2017, China y EEUU, en gran medida por culpa de este último, se enzarzaron en guerras comerciales y arancelarias. Cuando Joe Biden asumió el cargo en 2021, aunque la retórica antichina se había calmado, la presión geopolítica de Washington sobre Pekín no se había enfriado. Con Biden, las guerras comerciales fueron sustituidas por sanciones a la tecnología y la inteligencia artificial chinas. Otros asuntos delicados fueron, por ejemplo, la visita de representantes del Partido Demócrata de Biden (como Nancy Pelosi) a Taiwán, en una clara provocación a Pekín.
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Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, posa para una foto oficial con su delegación y funcionarios taiwaneses tras aterrizar en Taipéi - Sputnik Mundo, 1920, 07.03.2024
Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, posa para una foto oficial con su delegación y funcionarios taiwaneses tras aterrizar en Taipéi
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También durante la administración Biden, el reciente incidente de un supuesto globo espía chino sobrevolando parte del territorio estadounidense sirvió para ahondar la desconfianza de Washington hacia China. A su vez, este escenario de incursiones entre las dos superpotencias de nuestro siglo se produce en un momento en el que el mundo ya está inmerso en múltiples conflictos regionales, una incipiente crisis climática y un escenario de intensa incertidumbre económica. La guerra de Occidente contra Rusia en Ucrania y las imparables operaciones de Israel en Gaza también han dividido al mundo en dos bandos, situando a estadounidenses y chinos en lados opuestos.
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Aun así, hay ocasiones en las que Estados Unidos, intentando actuar con racionalidad, se muestra algo más proclive a cooperar con China, como demuestra el envío de altos funcionarios del gobierno a Pekín para tratar importantes asuntos de la agenda mundial. Ejemplos de ello son el envío a China por parte de la Casa Blanca de funcionarios como Antony Blinken (actual secretario de Estado norteamericano), Janet Yellen (secretaria del Tesoro) e incluso el veterano diplomático ya fallecido Henry Kissinger. Por la parte china, Xi Jinping y su Gobierno han actuado con racionalidad al recibir cordialmente a los enviados estadounidenses para mantener conversaciones políticas con el objetivo de evitar agravar las tensiones entre ambos países. Después de todo, si los chinos actuaran de forma cerrada e indiferente, ello representaría una actitud contradictoria con los principios de Pekín de compromiso con la paz y la diplomacia. China, por cierto, nunca se ha negado a un diálogo franco con los estadounidenses, a pesar de comprender el alto grado de escepticismo de la Casa Blanca hacia las políticas chinas en el mundo.
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Sabemos por la Guerra Fría que una vez que se establece la desconfianza entre las dos partes de un conflicto debido a la falta de comunicación, las perspectivas de cooperación futura se hacen cada vez más difíciles, aumentando así la paranoia de ambas partes. Si este escenario se consolida definitivamente entre estadounidenses y chinos, ambas naciones darán prioridad, sin restricciones, a la protección de sus intereses nacionales por encima de cualquier otra cosa, lo que no hará más que exacerbar la inestabilidad internacional. Tanto en la teoría de juegos como en la geopolítica real, ante la cristalización del antagonismo entre dos actores, ambos corren el peligro de tomar decisiones egoístas que les beneficien a corto plazo, pero que resulten altamente perjudiciales en el futuro. Por lo tanto, el enfrentamiento entre EEUU y China, por así decirlo, no aportará ningún tipo de ventaja a mediano o largo plazo ni a Pekín ni a Washington.
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Tanto más cuanto que, por una parte, los estadounidenses están ya muy comprometidos en dos grandes conflictos simultáneos, a saber, en Ucrania y Gaza. Sin embargo, Washington también mantiene compromisos de seguridad con naciones como Japón, Australia y la India para contener a China en Asia. Estos grandes gastos militares derivados de múltiples compromisos regionales no hacen más que aumentar la presión sobre EEUU y el bienestar de sus ciudadanos. En tales circunstancias, el eventual estallido de una confrontación militar con China, con potencial para agravarse a escala mundial, causará una enorme y desmesurada tensión a las Fuerzas Armadas estadounidenses, poniendo en peligro su hegemonía internacional. En cualquier caso, si los responsables políticos de Washington son realmente racionales, como propugna la teoría de juegos, podría evitarse un enfrentamiento directo con China. Lo difícil es creer en esta racionalidad estadounidense en vista de su continuo apoyo financiero y militar tanto a Ucrania como a Israel. Después de todo, apoyar una guerra subsidiaria contra Rusia en Europa del Este o prolongar la catástrofe humanitaria en Gaza no son buenos indicadores de que la razón prevalezca en los pasillos de la Casa Blanca.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Valdir da Silva Bezerra – Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Estatal de San Petersburgo. Miembro del Grupo de Investigación sobre Relaciones Internacionales en Asia de la Universidad de Sao Paulo (NUPRI-GEASIA). Investigador del Grupo de Estudios sobre los BRICS de la Universidad de Sao Paulo (GEBRICS-USP)

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