Columna de Juan Rojo | ¿Estamos a tiempo de reparar el VÁrbitro o se arruinó el fútbol?

La International Football Association Board (IFAB), el sacrosanto de las reglas de juego de fútbol, dice en sus principios rectores que los “mejores partidos son aquellos en los que el árbitro raramente tiene que intervenir” [1], pero como en otras cosas de la vida, lo escrito no representa necesariamente la realidad.

Si bien el fútbol ha sido objeto de múltiples cambios normativos desde su primer reglamento escrito en la tabernaFreemasons” en Inglaterra (1863), siempre han ido aparejados a los cambios sustantivos del periodo social y tecnológico en que se implementan resguardando el espíritu del juego: máxima que se resume en la habilidad de mover un balón con destreza. Hablamos de una sincronía de juego colectivo para conquistar el anhelado gol. Variantes que hacen del fútbol pasión de multitudes.

Sin embargo, con la implementación del VAR por parte de la IFAB (2016) se ha generado una burocratización exagerada en las reglas de juego. Esta herramienta se ha incorporado bajo la premisa de justicia, tecnología, espectáculo y continuidad de juego. Es indudable que el fútbol se adapte a la tecnología actual, ejemplo de aquello es la evolución del balón o la ropa deportiva, que sin duda han sido grandes avances y sin embargo no distraen el fundamento: la habilidad apasionante de mover un balón con destreza en una sincronía de equipo para conquistar el anhelado gol.

Pero mantengamos nuestra mente futbolera abierta, lo anterior no quiere decir necesariamente que la incorporación de la tecnología sea negativa. En otros deportes, por ejemplo, las nuevas tecnologías conviven perfectamente e incluso incorporan mayor atractivo o precisión en momentos decisivos (anotaciones, amonestaciones, etc.).

Ahora bien, desde la existencia del polémico VAR, el fútbol ha caído en una espiral burocrática de híper reglamentación. Acciones propias del juego, hoy se reducen a interpretaciones milimétricas de 6 o 10 cámaras a las que tiene acceso el árbitro, por lo que la figura del árbitro queda en el centro. Por regla, en un buen encuentro futbolístico la figura del réferi debe pasar inadvertida pues su rol es mantener la fluidez del juego. Entonces, es una contradicción que el VAR le quite protagonismo o reduzca la intervención de los árbitros, como tampoco lo hace la tarjeta azul, ocurrencia que coloca a los árbitros como un interlocutor fuera de la cancha incluso, pues debe explicar sus decisiones al estadio.

La IFAB contradice sus principios rectores al crear reglas tan burocráticas que solo manchan el desempeño de un encuentro futbolero. Y no tan solo genera malestar en los grandes estadios, sino que fomenta una brecha entre la esencia de un deporte tan masivo que se disfruta tanto en los barrios como en ligas amateur e incluso en pichangas de colegio versus el juego profesional. Un espectáculo que ya contrasta gracias a los miles de cientos de millones que administra la FIFA.

La IFAB nació con la intención de reglamentar el deporte del fútbol para uniformar a todas las ligas donde se practicaba. Bajo un concepto general la IFAB debe tener presente en sus decisiones actuales al fútbol como un deporte de masas, esto para no convertir su trabajo en transformar el juego en un simple show mediático, al puro estilo estadounidense que raya en la excesiva participación del cuerpo arbitral y deja de lado los atributos del fútbol de barrio. Barrios que, no debemos olvidar, dieron la vida al fútbol profesional.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Juan Rojo – Cursó estudios de Psicología en la Universidad Arcis. Es Árbitro Profesional de Fútbol. Fue director de la Revista 95 Tesis de la Pastoral Juvenil de la Iglesia Evangélica Luterana de Chile y Secretario Nacional de la Misma Institución. Actualmente cursa Licenciatura en Historia en la Universidad Gabriela Mistral. Militante de Convergencia Social.