Columna de Anat Lev Adler | Sombras de niños: Jóvenes israelíes que retornaron de los túneles de Hamás

Las peores pesadillas no podrían haber preparado a los cuidadores y a los hospitales para el día en que recibieron a 39 niños que fueron arrancados de sus cunas y camas, y arrastrados al infierno, descalzos y medio dormidos, algunos sólo con uno de sus padres, otros completamente solos.

Esos niños pasaron hambre y fueron drogados,  arrojados a túneles húmedos y altillos oscuros, coaccionados y golpeados por sus captores o por una multitud enfurecida, su piel marcada con tubos de escape ardientes, de  modo que pudieran ser identificados y no pudieran escapar. Fueron forzados a ver videos espeluznantes de las atrocidades de los terroristas-cosas que incluso adultos no podían mirar sin estallar en llanto. No se les permitía ir al baño durante horas, fueron amenazados con rifles y se les gritaba cuando lloraban. Algunos regresaron susurrando, otros magullados e infestados de piojos. No se les permitió ducharse durante 50 días, no vieron la luz del día, se les dio de beber agua estancada. Algunos tenían graves heridas que fueron tratadas en un aterrador aislamiento en Gaza, mientras otros que resultaron heridos ni siquiera recibieron tratamiento. Sus captores se burlaban cruelmente de ellos, diciéndoles que sus padres los habían olvidado, que no los quieren, que estarán por siempre en esos túneles, y que nadie vendrá a buscarlos.

¿Cómo puede un alma delicada soportar estos horrores día tras día, durante 55 días?

“Este es sólo el primer nivel, aún no hemos ido con ellos a los niveles más profundos. De a poco, se van desprendiendo. Sombras de niños. Algunos de ellos, todavía permanecen en silencio, otros ya hablan”, señalan los cuidadores que he entrevistado. Estamos empezando a comprender que tenemos que inventar nuevas palabras a fin de describir las experiencias de los niños que han regresado del cautiverio de Hamás.

La impensable frase “niños en cautiverio”, parece pertenecer a un terrible universo paralelo.

“Pensé en mis hijos secuestrados y me pregunté qué cosas de las que les enseñé podrían ayudarlos en el cautiverio. Les he  enseñado muchas cosas, pero perdón, lo siento, no les enseñé a ser secuestrados”, manifestó en una  entrevista Miri Regev, madre de los secuestrados retornados Maya e Itay, y agregó: “No saben cómo llorará vuestro hijo cuando regrese de su cautiverio”.

Pero aquí se está redactando un protocolo innovador, uno que ningún otro país ha escrito antes.

Este es el primer conjunto de normas para tratar a los niños que regresan del cautiverio, en el cual se explica cómo y qué preguntar, y lo que es más importante, qué no preguntar y qué no hacer (“enfaticen que se hallan en un lugar seguro, no abracen ni toquen, pero pueden ofrecerlo”). Nosotros, que hemos inventado los tomates cherry y el Mobileye, la Cúpula de Hierro y el Waze, hemos escrito un protocolo compilado por los mejores terapeutas y personal asistencial del país, poniendo sobre el papel lo que nuestras mentes rehúyen pensar. Este protocolo sigue cambiando y adaptándose sobre la marcha, con humildad y extrema cautela, en función de las necesidades de cada niño y de cada niña.

“Espero que nadie en el mundo necesite esto nunca, pero ya podría escribir un libro sobre el tratamiento de los niños que vuelven del cautiverio; aprendo tanto de ellos acerca de sus necesidades “, me dijo una enfermera jerárquica de uno de los hospitales infantiles. “Ahora sabemos qué hacer, sabemos que hay que hacerlo lenta y suavemente, con humildad y cautela, dejándoles guiar y, sobre todo, no haciéndoles más daño”.

Tal vez, lo más importante que se hizo en estos hospitales fue colocar una pequeña bandera de Israel en cada bata blanca, de modo que los niños tengan constantemente la seguridad, incluso sin palabras, de que están en casa”.

LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Anat Lev Adler – Periodista y escritora.