Carta de Pablo A. Garcia-Chevesich | Chile se seca

Sra. Directora:

Las temperaturas atmosféricas globales han alcanzado un nuevo récord, siendo junio de este año el mes más cálido desde que se tiene registro; se dice que los días 3, 4 y 5 de julio pasado fueron los más calurosos en la historia de la humanidad. Durante esta semana más de 1/3 de Norte América se encontrará bajo una ola de calor sin precedentes, y partes de África, el Medio Oriente, Asia y Europa ya están evidenciando situaciones análogas. Similarmente, los océanos marcaron la temperatura más alta desde que se tiene registro. Así, el proceso del calentamiento global ha dejado de ser sólo modelos y predicciones, pasando ya a ser una realidad que vivimos cada día. De hecho, ver en las noticias récords de temperaturas en alguna parte del planeta se ha transformado en rutina, aunque la gente no se de cuenta de su catastrófico significado.
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Al mismo tiempo en Chile (tras más de una década de sufrimiento), El Niño finalmente nos regocija con algo de lluvia y, mientras nos las arreglamos para reparar los daños ocurridos tras las recientes inundaciones de junio pasado, vemos en la prensa que ya no se habla de la sequía; se respira un aire de alivio y simplemente se piensa que la escasez hídrica en nuestro país ya se terminó, pasando a ser un tema del pasado, pese a que gran parte de nuestros embalses sigue con niveles preocupantes y que la precipitación anual aún no supera la media de un año normal. En otras palabras, la triste realidad es que como país seguimos absolutamente a la deriva en materia hídrica pues, como lo hemos vivido por más de una década, mientras más incremente la temperatura de la atmósfera en este pequeño planeta, menos lluvia vamos a tener en gran parte de nuestro territorio. Este «respiro» que nos trajo El Niño no hace más que causar un proceso de negación a la gran catástrofe que se nos viene: la sequía.
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Considerando lo anterior, la mejor manera de enfrentar el cambio climático y maximizar el aprovechamiento del agua que nos caerá durante eventos poco frecuentes como El Niño (y la que recibiremos durante las pocas tormentas que ocurrirán en años «normales», es decir, años secos), es mediante la forestación masiva de nuestras montañas. De hecho, los estudios concluyen que mientras más árboles tengamos en nuestras cuencas, más agua se genera en el largo plazo, sin mencionar que las masas forestales disminuyen notablemente la ocurrencia de inundaciones tras el paso de eventos extremos.
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Aparte de la forestación, estamos en pañales en términos de medidas que nos preparen para el tsunami que inevitablemente se viene (la sequía), como si no hubiésemos aprendido nada después de sufrir por más de una década. Necesitamos con urgencia una ley del medidor para controlar el indiscriminado y desconocido consumo de agua que hay en Chile; necesitamos instrumentar fuertemente nuestras cuencas y estudiarlas, para así poder construir modelos hidrológicos que den paso a una planificación territorial hidrológicamente sustentable que considere futuros usos del suelo y cambio climático; necesitamos alcanzar un nivel de eficiencia hídrica que se traduzca en una disminución de al menos 80% del consumo actual, a nivel nacional; necesitamos tratar y reutilizar la totalidad de las aguas residuales urbanas e industriales; necesitamos hoy (ahora) la infraestructura necesaria para desalar e importar cientos de litros por segundo de agua desde nuestras costas, en forma sustentable y eficiente; y por último, necesitamos tener hidrólogos trabajando en cada municipio y en las entidades públicas y privadas que lo ameritan (de haber tenido hidrólogos hace 20 años no tendríamos problemas de escasez hídrica, pues habríamos actuado antes que los problemas se presenten).
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Lo anterior se debe complementar con un cambio cultural que aún no se logra y que es urgente. Por ejemplo, llama tremendamente la atención que a estas alturas se siga permitiendo el riego del césped en terrenos privados del Gran Santiago, pese a que hace no mucho se estuvo al borde del colapso en materia de abastecimiento de agua, situación que muy probablemente volverá a ocurrir en un par de años (es cosa de tiempo). Similarmente, cuesta entender cómo no se han desarrollado sistemas de incentivos para que las personas cuiden el agua mediante el reemplazo del césped por xerojardines, captación de aguas lluvia, desvío de aguas grises, uso de hidrogeles, e incluso instalación de césped sintético. Sin ir más lejos, podríamos generar diariamente miles de millones de litros de agua pura mediante el uso de condensadores de humedad atmosférica, cosa que ni si quiera se discute y que podrían fácil y económicamente reemplazar los costosos, contaminantes e indignos camiones aljibe (cuyo uso tampoco se puede explicar desde el punto de vista de la gestión de recursos hídricos). Por último, la desprivatización de este escaso recurso (el agua) debió haberse hecho hace años, y seguimos con este obsoleto modelo de gestión que sólo aplica a regiones bajo escenarios de abundancia hídrica.
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Como lo he dicho desde hace dos décadas a través de columnas de opinión en diarios nacionales y seminarios, durante la creciente y preocupante mega-sequía, e incluso hoy, en presencia de El Niño: Chile se seca rápidamente, el tiempo se nos acaba y si no actuamos hoy (ahora), mañana será demasiado tarde. Aún podemos lograrlo; es cosa de voluntad política, cambio cultural y saber enfrentar los problemas a tiempo, es decir, antes que se presenten.
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Pablo A. Garcia-Chevesich, Ph. D.
Hidrólogo
RESEARCH ASSISTANT PROFESSOR
Colorado School of Mines. Department of Civil & Environmental Engineering
ADJUNCT ASSISTANT PROFESSOR
University of Arizona. Department of Biosystems Engineering
WATER EXPERT
United Nations Educational, Scientific, and Cultural Organization (UNESCO). Intergovernmental Hydrological Programme