Los tesoros bibliográficos preservados por el Archivo Central Andrés Bello

Ejemplares de más de 400 años, textos clave en la construcción de nuestra República y un taller de encuadernación con técnicas clásicas son algunos de los elementos que destacan en este bastión patrimonial de la Universidad de Chile y que de a poco se ha abierto al público. En el marco del Día del Libro, que se celebra este 23 de abril, te invitamos a conocer el origen de este soporte en el país, su historia y el trabajo que realiza el Archivo Central Andrés Bello.
.
Por Rodrigo Gallardo Olivares
.
El libro a lo largo del tiempo ha sido definido como un objeto, si bien otras definiciones le han conferido cuerpo y alma, las más recientes interpretaciones lo han definido como un soporte físico, es decir, material. De esta forma, han surgido distintos ejemplares que han logrado relevancia histórica y social, ya sea por los procesos utilizados en su fabricación, el contexto en el que se sitúa o su contenido en sí.

Estos elementos son los que el Archivo Central Andrés Bello tiene constantemente en consideración como área de patrimonio y conservación de la Universidad de Chile, unidad que posee algunos de los escritos más valiosos del país. Todo esto, con un claro objetivo de conservación y extensión a la comunidad. Así lo plantea Ariadna Biotti, coordinadora del área de investigación patrimonial del Archivo, quien destaca un rol sociabilizador de la lectura por parte de la Universidad.

“La Universidad tiene hasta el año 1929 el control de la Biblioteca Nacional, a través de la Facultad de Filosofía y Humanidades, hasta que se crea lo que era antes la DIBAM. Pero la Universidad tenía un rol importante, yo diría, en la generación de pensamiento crítico y también de creación de pensamiento escrito a través de las facultades”, relata Biotti.

Es así como dentro de sus colecciones se hallan textos incunables, termino utilizados para los libros impresos durante la primera etapa de la historia del libro (1450-1550). En este caso, el Archivo posee un impreso realizado por la imprenta de Gutenberg del año1453, en un lenguaje italiano mezclado con latín. “Lo interesante de esta obra es la tipografía. Está hecho con tipos móviles de los primeros impresos, pero mantiene ciertas tradiciones con el mundo de la grafía, es decir, con el mundo del libro escrito a mano, como es la primera letra en lo que se llama la letra capitular. Esta está dibujada” señala la investigadora.

Sin embargo, también nos encontramos con textos clave para la historia de nuestro país, como una edición de 1733 de la Araucana, del poeta y soldado español Alonso de Ercilla, un texto originalmente impreso en 1569 por orden del Rey de España Felipe II. “La mayor parte de su obra la escribió en España. Por lo tanto, es verdaderamente un libro que inventa Chile. Incluso, hay ciertas cosas que se mezclan con el imaginario medieval y que uno podría decir esto en realidad es una ficción, pero es la primera ficción de nuestro país” señala Biotti. Sin embargo, este hecho también da lugar a segundas lecturas. Así lo señala Biotti al evidenciar cómo la identidad de Chile es una construcción, siendo no necesariamente algo fijo, sino algo que se inventa.

El libro como espacio en pugna

El libro en los últimos 20 años ha experimentado distintos cambios, algo que se ha profundizado con la masificación de lo digital en nuestra sociedad, que ha cambiado las formas y rutinas de lectura. Así lo indica María Eugenia Domínguez, coordinadora académica del Observatorio del Libro y la Lectura, además de académica de la Facultad de Comunicación e Imagen (FCEI), quien destaca que -al mismo tiempo- la gente lee menos. “Durante mucho tiempo la valoración social de la lectura cayó y en el fondo el tiempo libre empieza a disputarse entre distintos tipos de actividades”, reconoce la académica.

Sin embargo, Ariadna Biotti plantea que este siempre ha sido un espacio en contaste lucha. “La historia del libro es un campo en disputa, es decir, es algo que está abierto a la conquista de los demás, o sea, es un terreno de apropiaciones, es un terreno de luchas también permanente de autores, pero también de lectores que crean su propia reinterpretación sobre lo que se está leyendo, sobre lo que lo que se escribió, sobre lo que se imprimió”, afirma.

Domínguez remarca el contraste que se ha desarrollado entre leer en papel y leer mediante formatos digitales. “La lectura digital es muy distinta cognitivamente (…) No estoy demonizando la lectura digital, pero son procesos muy distintos. En la lectura en papel, tú haces una visión de conjunto, puedes volver atrás, adelantar, repetir una lectura. En la lectura digital, se produce una apropiación distinta. Tú deslizas la pantalla, vas leyendo de una forma que podríamos describir como multitarea”

Estos elementos incluso han afectado la enseñanza en las universidades, indica la académica. En este caso, se reconoce una disminución de los textos entregados a los estudiantes, siendo la mayoría de estos en PDF. “Si tú te das una vuelta por el campus te vas a dar cuenta que hay solo dos fotocopiadoras ya. Esto es una indicación clara respecto de una de la crisis de lo de lo impreso”, advierte Domínguez.

Un tradicional taller de encuadernación

Foto: Cristian Castro, auxiliar de imprenta de este espacio y actualmente último miembro del taller

Frente a esta crisis de lo impreso, poco a poco se ha olvidado el proceso detrás de la encuadernación e impresión de un libro. Es así como el tradicional taller de encuadernación de la Universidad de Chile –ubicado en el subsuelo del Archivo Central Andrés Bello- cumple un rol patrimonial y de conservación. Así lo señala Cristian Castro, auxiliar de imprenta de este espacio y actualmente último miembro del taller.

Este taller fue creado pensando en mantener los libros y la imprenta que se usaba en esa época. Estoy hablando hace 80 años atrás, 75 años atrás se creó este taller de alienación. Se trabajaba mucho para la biblioteca, para para Rectoría, Pro-rectoría, Comunicación y Dirección Jurídica. Lleva ya harto tiempo. Yo he escuchado los comentarios de los antiguos maestros que llegaron a trabajar 18 personas, y creo que no era menor la cantidad de personas que trabajaban por el espacio que había donde existían los tipógrafos. Estaba el encuadernador, recogedor, el dorador, todo un equipo de trabajo que le daba le daba vida a este espacio”, detalla Castro.

Actualmente, este espacio está pasando por un proceso de restauración que busca abrir el taller al público y así preservar este arte que todavía sigue desarrollando Castro al alero del Archivo Central. “El libro se toca y se siente. Creo que eso es súper valioso (…) cuando llega a tus manos prácticamente un documento, un libro en buenas condiciones que tiene 80 años, 100 años o más. A la larga, vuelve a tomar vida y puede durar, no sé, 100 años más”, comenta.

Si deseas escuchar más detalles sobre los tesoros bibliográficos del Archivo Central Andrés Bello, te invitamos a escuchar el capítulo de Universidad de Chile Podcast desarrollado sobre este tema en Spotify, Youtube y Tantaku.