La iglesia de Roma se dice heredera directa de los apóstoles de Jesucristo y considera que Pedro, quien habría aprendido la doctrina caminando con Jesús, fue el primer papa de la historia.
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Sus restos, de acuerdo con la fe católica, se encuentran alojados precisamente en la Basílica de San Pedro, uno de los puntos neurálgicos de la Ciudad del Vaticano. Así, se comprende que el mundo católico sea un ámbito de rituales antiguos, remontados al primer siglo de nuestra era, y la muerte de un pontífice no está exenta de ellos.
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Este 31 de diciembre de 2022 falleció el papa Benedicto XVI, pontífice emérito de nombre civil Jospeh Ratzinger que nació en Bavaria, Alemania, y que renunció al papado en 2013, para ser sustituido por Jorge Mario Bergoglio, Francisco por su nombre religioso.
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La última vez que Roma se enfrentó a la muerte de un papa emérito sucedió en el siglo XIII, por lo que Ratzinger podría encarar un procedimiento modernizado del rito funerario.
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Dado que renunció al papado, Benedicto XVI tendría condición de obispo emérito en la jerarquía eclesiástica, por lo que le corresponde un velatorio en su última sede episcopal, una misa exequial de cuerpo presente y sepultura en ese templo.
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La certificación de la muerte de un papa queda a cargo de los cuerpos médicos del Vaticano. Firmado el documento de defunción, comienzan los rituales, los médicos avisan al prefecto de la casa pontificia, a quien le corresponde anunciar que el papa ha muerto, lo que da lugar a los responsos.
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Luego inicia el llamado turno de vela, a cargo de canónigos penintenciarios, donde se encienden cuatro velas a los pies de la cama del difunto y se coloca un pequeño recipiente con agua bendita.
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El cuerpo debe ser visitado por el cardenal camarlengo, vestido de violeta y la más alta autoridad de la iglesia católica ante la muerte de un papa y en el lapso en que se elige a su sucesor. Este cardenal ingresaría en la habitación acompañado de una escolta de la llamada Guardia Suiza, cuerpo de seguridad solemne aportado al Vaticano por el país germanoparlante.
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Con un pequeño martillo de plata, el camarlengo debe golpear la frente del pontífice en tres ocasiones y preguntar si duerme. De no recibir respuesta, pronunciaría en latín: vere papa mortuus est, es decir: «En verdad, el papa ha muerto».
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Además, retira el anillo que simboliza el poder pontificio, momento en que el reinado del papa fallecido toca a su fin. El anillo, además, debe ser destruido junto con el sello de plomo papal, con los cardenales como testigo, para evitar la falsificación posterior de documentos papales oficiales.
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Entonces, el cuerpo del pontífice es llevado a lavar y revestir con atributos papales. Las vísceras deben ser extraídas del cuerpo y depositadas en urnas a conservar en la cripta subterránea de la iglesia de San Vicente y San Anastasio, ubicadas en la icónica Fontana de Trevi, centro turístico de Roma inmortalizado por el cineasta Federico Fellini en su clásico La dolce vita.
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Una vez que se han cerrado todas las habitaciones del palacio apostólico, el camarlengo informa al cardenal vicario de Roma la muerte del papa. El cardenal vicario esparcirá la noticia.
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Conocida públicamente la noticia, las campanas de Roma redoblan, en un gesto replicado por las iglesias del mundo. Vienen luego nueve días de luto riguroso y se programan 1.000 misas en el mundo para pedir por el descanso del líder religioso.
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Además, el cuerpo del papa es vestido con sotana blanca, alba blanca, amito, estola, una casulla de color rojo y mitra episcopal blanca, luego trasladado a la Capilla Sixtina, donde se le presentarán honores diplomáticos.
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Al día siguiente, el cuerpo es trasladado a la Basílica de San Pedro, donde se ubica en un catafalco frente al altar de confesión, disponible para que los fieles le rindan un último homenaje.
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Debido a que el Vaticano es un Estado y el papa es jefe del mismo, a estos ritos funerarios suelen acudir no solamente los fieles de la iglesia católica, sino también mandatarios de todo el mundo.
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El féretro debe ser de ciprés, totalmente liso y con una cruz negra pintada sobre la tapa, forrado en interiores de terciopelo rojo. Es trasladado al lugar de la sepultura entre las notas del coro Libera me, domine, de morte aeterna, locución latina que en español quiere decir: «Líbrame, señor, de la muerte eterna».
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Debido a que el antecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II, fue canonizado, sus restos fueron trasladados a la Basílica de San Pedro. Entonces, el cuerpo de Benedicto podrá descansar donde estaba el cuerpo de su antecesor antes del traslado.
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El féretro de ciprés debe ser colocado dentro de otro de plomo, que a su vez será inserto a un tercer ataúd de olmo o roble. Antes de cerrar el triple recipiente, un integrante de la casa pontificia da lectura a los hechos más importantes del pontificado del papa fallecido.
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Además, en la sepultura se sumará un acta de defunción en pergamino, los hechos relevantes del pontificado, medallas y monedas acuñadas durante su ministerio. Luego se procede a la inhumación.