El Día Después del Desastre

En política, cuando alguien pretende formular una crítica se te excluye como si fueras enemigo. Cuando se ejerce la autocrítica, ésta debe ser suave, discreta, que no trascienda, sino te conviertes en un auto flagelante. La realidad es que el poder no sincera las derrotas, pero sí debemos hacerlo los afectados por ellas. En este minuto, como ciudadano que, sin participar de cálculos cupulares, seguí expectante cada etapa y traspiés del proceso constituyente, debo expresar mi percepción en la derrota, toda vez que seguí y difundí como periodismo independiente, la propuesta constitucional, valorándola como un paso histórico que se frustra por causas complejas, que se debe transparentar, porque ha habido responsables políticos que no asumen sus yerros, ponen cara sorprendida, levantan manitas de conejo y culpan a Fuenteovejuna del desastre.

El proceso constituyente fue complejo y fue objeto de una campaña para desprestigiar a la Convención, pero más que ello fueron errores propios los que desgastaron esta instancia histórica. En cuanto a la acción de los políticos que debían aportar al éxito del proceso, cuando se gana la segunda vuelta presidencial, el 19 de diciembre, se suponía que al día siguiente se debía organizar la toma de gobierno y de conducción del Estado, el próximo marzo. Era el tiempo precioso para armar los planes de acción, encerrarse los equipos centrales y perimetrales de cada área del Estado para levantar un estado del arte, adquirir información de niveles medios y cargar una big data para enfrentar el desafío. El trabajo discreto que significaba anticiparse a la toma del mando presidencial en ese verano, debió demostrar el liderazgo del Presidente. Pero ello no ocurrió, el equipo que asumía se entrampó en armar el gabinete, primó el cuoteo, el reparto de cargos, incluyendo algunos que se debió dejar vacíos por principio, como lo fueron los delegados presidenciales y el cargo de primera dama, debiendo empoderar desde el primer día a los gobernadores, decretando que asumieran las funciones de los ex intendentes en forma completa, incluyendo las de seguridad pública.

El Presidente se tomó vacaciones. Es algo muy milenial esto de respetar tu cuerpo y sus necesidades de ocio y recreación, pero hacerlo en ese minuto fue un despropósito. No fue capaz la coalición de gobierno entre diciembre y marzo, de levantar equipos técnicos y se resignó a dejar la conducción de puestos claves, como Hacienda y Vivienda, a personeros que venían de la Concertación, lo cual buscó ganar adhesión en las élites concertacionistas, que se subieron al gobierno con puestos claves. En abril, negarse al 4to retiro fue algo dogmático y constituyó un error estratégico de entrada. Convencer al adversario de “responsabilidad fiscal” no aportó nada al gobierno, pero lo alejó de sectores populares que requerían ayuda como inercia de lo obtenido con fórceps del gobierno de Piñera. Haber concedido en aquello habría significado transitar dos meses tranquilos, agregando a ello la medida de subir el salario mínimo.

Nunca entendió el gobierno entrante que el destino político de Chile se debatía en la arena del proceso constituyente y que ése debía ser el foco principal. Asumir que era necesario clarificar el fondo de la nueva constitución y que para eso se debía generar condiciones para comunicarla eficazmente, habida cuenta de la concentración de medios en la derecha económica. Esto no se hizo, No se generó de entrada, en marzo, condiciones más democráticas de acceso a la televisión abierta, para lo cual se debió nombrar de inmediato un nuevo Presidente del Directorio de TV Nacional y proponer el nombramiento inmediato de los otros 6 consejeros. Luego, se debió gestionar el presupuesto en publicidad estatal de forma diferente. Pero no se hizo nada de esto. Incluso se le renovó contrato a la firma encuestadora Cadem. Fueron 100 días sin un liderazgo estratégico que preparara una plataforma mediática más democrática para la contienda plebiscitaria.

Entre medio, errores de principiantes, como el gabinete “Irina K” que demostró cómo los equipos se movían con torpeza en medio de un campo minado. Nunca se dio una señal de autoridad como habría sido enviar la propuesta de Reforma a Carabineros, ni siquiera se nombró un nuevo General. Estos hechos que eran responsabilidad del gobierno entrante, dejaron a la propuesta constitucional a merced de una gigantesca campaña publicitaria distorsionadora, sin contrapeso.

La inacción desde la política oficial se explicaba por impericia en el manejo de lo público, mientras se producía una escalada de tergiversaciones para seguir socavando la imagen de la Convención y del texto propuesto, lo cual fue alimentado, sin dudas, por errores propios que protagonizaron muchos convencionales, lo cual iba sumando desconfianza en la opinión pública, lo que siempre se maximizó a través de los medios abiertos y las cadenas radiales.

Cayó la Red TV, con los pocos espacios confiables que ese canal ofrecía al periodismo independiente. Un tema laboral que se estiró lo suficiente como para dejar sin tribuna alternativa a todas las expresiones progresistas, en especial durante la campaña del plebiscito. La Franja del Apruebo resultó un picoteo inconexo, donde no hubo un libreto de calidad, con profundidad, que mostrara un mensaje que neutralizara las mentiras repetidas por doquier.

Aquella abstención histórica, de 5 millones, que ahora votó en forma obligatoria, hizo suyas las confusiones sembradas y los resultados han sido patéticos: Un 62% del electorado rechazó la nueva constitución. Petorca, pueblo emblemático en la lucha por recuperar el agua, votó por el Rechazo. Puchuncaví, zona de sacrificio, hizo lo mismo. El resultado es consecuencia de una gran cantidad de errores que no se puede atribuir a la derecha. El último, lapidario quizás, fue la grotesca y vomitiva falta de respeto a la bandera en un acto cultural, al cierre de campaña en Valparaíso, algo que no fue frenado a tiempo por alguna autoridad presente. Miles de personas mayores que conocieron del hecho y que iban a votar apruebo, se volcaron al rechazo.

Las responsabilidades también estuvieron en la falta de cohesión en el Apruebo, en no haber entregado a alguien el rol de comunicación integral del texto, que liderara un mensaje resumen con una síntesis clarificadora de lo que significaba la propuesta constitucional. Lo que se vio fue una montonera de personas o agrupaciones tocando el área temática de su interés, pero sin resumir el todo en un resumen motivador. Por el contrario, se cayó en el juego de desmentir y desmantelar mentiras, en vez de comunicar que se avanzaba en una convivencia de mayor democracia, es decir donde los derechos de las personas serían garantidos por el Estado Social de Derecho, gradualmente, con equilibrios fiscales y en un proceso participativo.

La responsabilidad del gobierno no admite disculpas ni por juventud ni por impericia. Ha habido una actitud temerosa y dubitativa al momento de ejercer el poder. Como contra cara, la derecha fue imponiendo su asedio y el gobierno se demostró débil en su mirada estratégica. Hubo voces desde diferentes sectores sociales que pudieron apoyar y retroalimentar un proceso más audaz, pero, allí apareció el cálculo mezquino partidario-sectario, de no abrirse a sugerencias y de, por último, aprender a ensayo y error, como niños manejando una locomotora, demasiado soberbios, mirándose el ombligo, antes que escuchar a quienes, sin condiciones, querían aportar al éxito integrado del proceso constituyente y la implementación de una convivencia más justa para la población.

El amarillismo que fue acomodado en butacas preferenciales, así como las quintas columnas que se subieron al proceso sólo por cálculos de poder táctico, al final culmina en este Día Después, donde el Presidente plantea un discurso sobre Unidad y Democracia que no convoca a nadie. El 38% que Aprobó está ahora en la arena política como un conglomerado consciente y confundido, que deberá buscar la construcción de su propio espacio político, toda vez que con el ciclo cumplido, la generación milenial ha caído por su propio peso y los escenarios que se avizora no son para nada halagüeños.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Hernán Narbona Véliz – Periodista. Corresponsal Diario La Razón – Región de Valparaíso, Chile.