Un genocidio del que se burlan: ¿por qué Europa no ve a los nazis en Ucrania?

«¿Cómo puede apoyar el nazismo un pueblo que dio más de ocho millones de vidas para derrotarlo?», se preguntaban constantemente los rusos al ver las habituales procesiones por las calles de Kiev de los neonazis que se hacían más grandes con cada año que pasaba y al escuchar cánticos banderistas en boca de los dirigentes del Estado ucraniano.
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Por Vladímir Kornilov
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Ahora cada vez que se menciona el tema del nazismo, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, recurre a la memoria de su abuelo “que pasó toda la guerra en la infantería del Ejército soviético». Sin embargo, solo fue tras el inicio de la operación especial lanzada por Vladímir Putin que recordó públicamente a su heroico antepasado por primera vez desde la campaña electoral. Por alguna razón, nadie ha visto a Zelenski visitando la tumba de su abuelo desde mayo de 2019.
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Por su parte, los medios, los analistas y los historiadores occidentales se lanzaron a demostrar que la desnazificación de Ucrania no tiene sentido. Su argumento principal: «¿cómo puede un judío ser nazi?»
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En realidad, ellos no son los únicos que se han hecho esta pregunta. Pero ya hace mucho tiempo que vincular el concepto de nazismo exclusivamente al antisemitismo no tiene sentido. Por ejemplo, el neonazi y asesino en masa Anders Breivik alabó a Israel, pero ¿ha dejado de ser por ello un neonazi y asesino? La pregunta es, por supuesto, retórica.
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Ahora han emergido algunos historiadores occidentales que ponen en tela de duda el hecho de que en Ucrania se esté desarrollando rápidamente un proceso de nazificación del Estado y la sociedad. Mientras aseguran que no idealizan el Estado y la sociedad ucraniana, sostienen que, «como en cualquier otro país, hay elementos de extrema derecha y grupos violentos y xenófobos. Ucrania también necesita una mirada más abierta a los lados más oscuros de su dolorosa y compleja historia».
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Es una pena que hiciera falta una operación militar para que reconozcan este hecho. Aunque al mismo tiempo los autores del llamamiento se hacen claramente los sordos al pretender que no se han enterado de la glorificación de los nazis y sus colaboradores, que hace tiempo que ha alcanzado nivel estatal en Ucrania.
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Varios políticos y periódicos occidentales pronuncian ahora el eslogan «¡Gloria a Ucrania!», como si no supieran su conexión con los seguidores de Bandera y otros colaboradores nazis.
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Y si alguien duda de la esencia de este lema, basta con recordar que fue introducido en la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN*) en los años 20 por una asociación con un nombre característico: la Unión de Fascistas Ucranianos.
¿Cómo puede alguien cuestionar que una organización con ese nombre tenga algo que ver con el fascismo? Otro aspecto que hace falta subrayar constantemente, es que ahora el eslogan de los nazis ucranianos es el eslogan de las fuerzas armadas ucranianas. Es decir, oficialmente, el ejército ucraniano ha asumido el papel de sucesor histórico de los fascistas. Por eso el proceso de desmilitarización de Ucrania es también una desnazificación.
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Ahora, un estribillo común en muchas publicaciones occidentales sobre el tema es que los neonazis son solo una pequeña parte de la sociedad ucraniana. Supuestamente no son más del 2%, afirman los expertos del Centro de Análisis de Políticas Europeas, que al mismo tiempo admiten a regañadientes: «En Ucrania hay grupos paramilitares nacionalistas, entre ellos el más notorio Azov«.
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Al leer esto, una persona no iniciada estará convencida de que Azov no es más que una insignificante organización pública de extrema derecha, de las muchas que hay en Occidente. Lo que los medios occidentales ocultan de sus lectores es que un hecho esencial: la neonazi Azov ha sido durante mucho tiempo una unidad oficial de la Guardia Nacional de Ucrania, que a su vez forma parte del Ministerio del Interior.
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Y la esvástica estilizada, conocida en el mundo como el «gancho del lobo» y prohibida en varios países europeos como símbolo neonazi, también adorna oficialmente las pancartas de esta estructura, con la que Zelenski ha participado en repetidas ocasiones en actividades conjuntas.
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Y por alguna razón, durante sus reuniones con los combatientes de Azov, Zelenski nunca ha mencionado la hazaña del pueblo ucraniano en la lucha contra los nazis, ni tampoco la hazaña de su abuelo. En Occidente nadie se indignó cuando el presidente entregó personalmente el máximo galardón ucraniano en la sala de la Rada Suprema a Dmitro Kotsyubaylo, un combatiente de otra estructura neonazi, Pravy Sektor*.
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En ese momento, los rusos se hacían la misma pregunta que ahora hace Zelenski en sus llamamientos: ¿acaso puede el pueblo ucraniano apoyar las ideas misántropas del nazismo? ¡Las mismas ideas que promueven los partidarios de la teoría de la «pureza de la raza blanca» de Azov y de Pravy Sektor*!
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Pero los medios occidentales, que ahora gritan sobre la falta de fundamento de las acusaciones contra el Estado ucraniano, han optado por no mencionar este hecho incómodo para ellos. Y ciertamente no lo mencionan ahora. De lo contrario, será difícil explicar a sus lectores cómo es posible la glorificación del nazismo en un Estado democrático a nivel oficial.
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De hecho, el proceso de nazificación en Ucrania, que bien podría llamarse banderización, comenzó incluso antes de la independencia de Ucrania. Ahora son pocos los que recuerdan que las primeras calles de Bandera aparecieron en algunas ciudades del oeste de Ucrania antes del colapso oficial de la URSS. Uno de los partidos más antiguos de Ucrania es Svoboda, que se registró como Partido Nacionalsocial en 1991. Inicialmente pretendía llamarse Partido Nacionalsocialista, pero al ser prácticamente una copia exacta del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) de Hitler se le pudo haber denegado el registro.
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Los dirigentes de esta organización nunca han ocultado que copian las consignas, las ideas y los símbolos de Hitler. Su principal ideólogo, Yuri Mikhalchyshyn, admitió que desde los 16 años su libro guía era Mein Kampf. Incluso dedicó su trabajo de fin de grado a un análisis comparativo de los métodos de lucha política del NSDAP y del Partido Fascista Italiano. De hecho, Svoboda copió explícitamente los métodos y símbolos del partido de Hitler.
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Es decir, sus ideas pueden considerarse más correctamente como nazismo clásico, sin el prefijo neo.
Por supuesto, uno podría insistir en que se trata de un 2% marginal. Solo que, después del Maidán supuestamente «democrático» y «proeuropeo», Mikhalchyshyn fue contratado oficialmente por el Servicio de Seguridad de Ucrania, donde se encargó de dar forma a la ideología.
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Solo queda preguntarse si los historiadores que con la espuma en la boca afirman que el nazismo no tiene nada que ver con el Estado ucraniano, son conscientes de ello. Al parecer no.
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Tampoco saben que más tarde el fanático de Mein Kampf se uniría al regimiento Azov, que ahora se atrincheró en la ciudad de Mariúpol. Ahora, las unidades de la República Popular de Donetsk están despejando la urbe de los integrantes del Azov, es decir, están literalmente involucrados en la desnazificación.
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Cabe señalar que los nazis ucranianos nunca han ocultado sus metas y objetivos, y ya se hablaba de esto mucho antes de los sucesos de 2014. Por lo que no se puede achacar a los «sucesos de Crimea» a los que algunos expertos aluden para explicar torpemente la llamada «operación antiterrorista» y el genocidio de rusos en el Donbás.
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El propio Mikhalchyshyn dijo en 2011 que dos «centros de poder —Moscú y Donetsk— están en guerra contra Ucrania», y prometió que «el ejército de Bandera cruzará el Dniéper y Donets», ocupando la capital de Donbás. Así, desde 2014, cuando ya estaba en las filas del Servicio de Seguridad de Ucrania, o Azov, trató de cumplir con su promesa destruyendo a sus enemigos ideológicos, los rusos.
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De hecho, tildó a los rusos como sus enemigos ideológicos cuando ya estaba en el servicio público. Y hay quien todavía insiste en que el término genocidio en relación con los acontecimientos de Donbás no tiene ninguna base y es incluso ridículo.
Solo ahora se escuchan los primeros testimonios de los intimidados y atormentados residentes de esos asentamientos de Donbás que llevan ocho años bajo la ocupación de los guerreros de la luz ucranianos. Los residentes de los asentamientos que estaban bajo el control de Azov hablan directamente de la actitud de los nazis hacia ellos.
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«No nos consideraban seres humanos. Porque somos del Donbás”.
Pero, por alguna razón, estas imágenes no se muestran en ningún canal de televisión occidental. De lo contrario, los términos genocidio y desnazificación adquirirán una connotación totalmente distinta a la que se pretende conseguir en Occidente. De repente, ese público descubrirá que ya no es tan «gracioso» como le parece al canciller alemán Olaf Scholz.
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Por desgracia, la banderización de Ucrania ha alcanzado proporciones colosales a todos los niveles, desde los libros escolares hasta los reglamentos del Ejército. Se ha arraigado en la ideología y los símbolos del Estado. Lo imponen los medios y los políticos.
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En consecuencia, la desnazificación de este Estado se convirtió en un problema urgente hace 15 años, cuando se empezaron a emitir decretos presidenciales sobre la glorificación de los líderes colaboradores del nazismo. Tras el golpe de Estado de 2014, estos procesos no solo se aceleraron, sino que se convirtieron en una avalancha, acompañada de una descarada rusofobia.
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Por aquel entonces, los eslóganes «¡Acuchillar a los rusos!» se convirtieron en algo habitual en las marchas de banderistas. Y ahora han sido sustituidos por llamamientos a «masacrar a los rusos». Pero la comunidad occidental intenta ignorar incluso estos llamamientos abiertos al genocidio por motivos étnicos, a pesar de que los representantes de Rusia los citan desde la tribuna de la ONU.
Por lo tanto, no hay nazismo ni genocidio en Ucrania y, por lo tanto, no necesita desnazificación, aseguran los políticos occidentales a su audiencia. Simplemente les piden que no presten atención a los hechos que demuestran lo contrario.
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Cuando termine la operación en Donbás, comenzará un proceso difícil: la exhumación e identificación de los cuerpos en las fosas comunes de los lugares donde Azov y Pravy Sector* estuvieron asentados durante ocho años. Pero la reacción de Occidente ya se conoce de antemano: volverá a pedir a su sociedad que dé la espalda a esta evidencia de las atrocidades de los nazis ucranianos.
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Después de todo, si hablamos del genocidio de rusos, es tan «ridículo» que se merece ser objeto de burla.

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