¿Por qué no hablan de Donetsk y Lugansk, la razón de la crisis en Ucrania?

Vuelan las amenazas y la OTAN dirige aviones, barcos y hombres hacia el Este de Europa, ante el hipotético peligro de que Rusia invada Ucrania. Se habla de 50.000 muertos si Rusia ocupa Kiev, las embajadas europeas y de EEUU llaman a salir de Ucrania.
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Pero la mayoría de analistas occidentales deja de lado lo fundamental: el conflicto nacional entre las regiones pro rusas de Donetsk y de Lugansk y el Gobierno central de Ucrania.
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En 1999, la OTAN bombardeó Belgrado, capital de Serbia, primera guerra de la alianza atlántica en su historia, con el argumento de defender la autodeterminación de la minoría albanesa de Kosovo, una región de menos de dos millones de habitantes, que en 2008 proclamó su independencia, reconocida por más de 100 países.
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Sin embargo, la OTAN y EEUU desconocen el sufrimiento de la población de habla rusa de Donetsk y de Lugansk y se oponen a lo fundamental: su derecho de autodeterminación nacional y de decidir libremente a qué nación y en qué condiciones pertenecer.
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¿Cómo se llegó a la situación actual en Ucrania?

Se cumplen ocho años de las movilizaciones que culminaron en la caída del presidente Víktor Yanukovich en 2014 por su negativa a firmar la asociación estratégica de Ucrania con la Unión Europea, porque Bruselas rechazó la posibilidad de que Ucrania mantuviera una relación comercial paralela con Rusia y la Unión Euroasiática.
Yanukovich fue sustituido por un gobierno provisional en el cual, por primera vez desde la posguerra en Europa, ingresaron dirigentes neonazis comola organización nacionalista Svoboda y Sector de Derecha. Su primera decisión fue proponer una ley para eliminar el ruso como idioma oficial, desatando las protestas en las regiones de habla rusa de Donetsk y Lugansk, protestas que fueron respondidas con una dura respuesta militar.
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Estas agrupaciones reivindicaban a Stepan Bandera, el líder nacionalista ucraniano que apoyó la invasión de Hitler a la URSS en 1941, cuya agrupación era la primera en entrar a los pueblos judíos para prender fuego y asesinar a la población.
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Viajé a Ucrania como corresponsal de medios latinoamericanos —que no tenían ninguna relación con Rusia— para la elección de Petro Poroshenko como presidente, el 25 de mayo de 2014. Al venir de un país como Argentina, que había dejado atrás la brutal dictadura militar de los años setenta y que todavía recuerda a los paramilitares de la Triple A que secuestraban y asesinaban, y de un país como Colombia, azotado por los asesinatos de decenas de miles de personas por las bandas paramilitares, lo primero que me sorprendió fue encontrar la Plaza Maidán y la avenida Kreshátik de Kiev llenas de hombres armados en trajes de fatiga con el rostro tapado. Al lado, tanques y enormes pancartas de Stepan Bandera.
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Era como si, en la céntrica Avenida de Mayo de Buenos Aires colgaran fotos gigantes de Videla, Massera, Galtieri y Bignone, los generales de las juntas de la dictadura militar (1976 – 1983), o como si la Carrera Séptima y la Plaza de Bolívar de Bogotá estuvieran llenas de paramilitares ensalzando en fotos gigantes a Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, los líderes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
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El apoyo de EEUU fue abierto: en las protestas de la Plaza Maidán, el senador republicano John McCain se abrazaba con los líderes nacionalistas repartiendo chocolates y dictando los nombres del nuevo gobierno ucraniano, junto con Victoria Nuland, en ese entonces encargada de asuntos euroasiáticos del Departamento de Estado y actual subsecretaria de política exterior bajo la administración de Joe Biden.
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Crimea

Ante el avance de las fuerzas nacionalistas de Kiev, el 16 de marzo de ese año, Crimea, cuya mayoría de población es rusa, aprobó en un referéndum su reincorporación a Rusia. Los gobiernos europeos y de EEUU lo tildaron de «anexión». Pero no contaron que Crimea ha tenido siempre una mayoría de la población rusa, que allí está la ciudad heroica de Sebastopol que aguantó nueve meses el sitio de los nazis en 1941 y 1942 , y que la península que fue cedida en 1953 a Ucrania por Nikita Jrushov (ucraniano), entonces Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, más como un acto administrativo que nacionalista, porque no había fronteras, ya que ambos países eran parte de la URSS.
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Días después, el primero de mayo de 2014 sucedió un hecho trágico: los paramilitares de Sector de Derecha incendiaron la Casa de los Sindicatos en Odesa donde se refugiaban manifestantes que se oponían al Gobierno central y murieron casi 50 personas que se escondían de la represión oficial.
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Después de ese hecho, las regiones de Donetsk y Lugansk se proclamaron repúblicas en referéndums realizados en mayo de ese año.
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Llegué a Donetsk el 22 de mayo, una ciudad de un millón de habitantes, con un imponente teatro de la Opera, un aeropuerto llamado Sergei Prokofiev, como el célebre compositor, y un impresionante estadio de fútbol inaugurado para la Copa UEFA 2012, ya que la ciudad es sede de uno de los equipos más importantes de Europa, el Shajtar Donetsk.
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Al día siguiente de las elecciones que consagraron a Poroshenko, el aeropuerto fue bombardeado y reducido a herrumbre. La noche anterior fue atacada la estación de tren, y durante las semanas sucesivas la población de la ciudad vivió bajo ataque militar: las familias reabrieron los refugios de la Segunda Guerra Mundial, en las avenidas y plazas se escuchaban tiroteos. Al centro de Donetsk llegaban personas de los pueblos vecinos que huían de los bombardeos. El bello estadio de la Copa UEFA fue inutilizado por los ataques.
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En el transcurso de pocos meses, los muertos superaron los 10.000, hasta que, ante el fracaso de las fuerzas militares de Kiev y la resistencia de la población, en diciembre de ese año se firmaron los primeros acuerdos de Minsk, seguidos de los acuerdos Minsk II en 2015 con la mediación de Francia y Alemania, bajo los auspicios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Los separatistas se comprometían a desarmarse y entregar el control de la frontera con Rusia a Kiev, a cambio del compromiso de Kiev a otorgar plena autonomía para las dos regiones, algo que nunca llegó.
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Romper los lazos económicos con Rusia para arrojarse a los pies de Europa

La firma de una asociación estratégica entre Ucrania y la UE implicaba una brutal transformación de la estructura económica ucraniana, que, a pesar de la disolución de la URSS, mantenía una estrecha integración con Rusia, sobretodo en el oriente del país. No solo los ciudadanos del este de Ucrania pasaban libremente a Rusia y viceversa, no solo hablan el mismo idioma, tienen los primos y los tíos a un lado y otro de la frontera, sino que los lazos económicos se mantenían desde la época de la URSS.
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En 2014 escribí en Infobae y la revista DEF de Argentina: «La industria de maquinaria exporta el 52% de la producción a Rusia, que a su vez depende de la producción de motores para aviones y helicópteros de la fábrica Motor Sichi de Zaporozhets, de la producción de piezas para barcos de la fábrica Zaria Mashproet de Nikolaevsk, de equipamientos para estaciones de energía atómica de la empresa Truboatom de Jarkov. La mayor dependencia es en la construcción de vagones. Por ejemplo, la fábrica Luganstepolvoz, que pertenece a una empresa rusa, envía a ese país 99% de su producción».
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La OTAN destruye Ucrania

La pretensión de cambiar de raíz la interdependencia económica de Ucrania con Rusia a cualquier costo era la cara que ocultaba el principal objetivo de EEUU y la UE: incorporar Ucrania a la alianza militar occidental.
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La URSS se disolvió en 1991 y a pesar de que el «enemigo comunista» dejó de existir, la alianza militar occidental decidió extenderse hasta los límites de Rusia en sucesivas oleadas, en lugar de adoptar una política de integración.
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Es un hecho público la promesa del secretario de Estado de EEUU, Ted Baker, al presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, en 1990, de que a cambio de la aceptación soviética de la unificación de Alemania y de que el país permaneciera en la OTAN, la alianza militar nunca se extendería más allá de Alemania, como lo demuestran las actas publicadas de esas reuniones.
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En 2008, George W Bush dio un paso más: prometió a Ucrania y Georgia la inclusión en la OTAN, un paso tan ofensivo y agresivo como si Rusia prometiera colocar misiles en México o Canadá.
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Desde la independencia de Ucrania en 1992 hasta ese día, no hubo conflictos significativos entre los dos hermanos eslavos, pero desde entonces, la ofensiva para incorporar a Ucrania a la OTAN fue in crescendo.
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Cuando se haga un balance, se verán los gruesos errores de los gobiernos de EEUU y la UE desde la disolución de la URSS en 1991, que se vienen acumulando desde entonces, y se comprenderá por qué ahora están estallándoles en la cara: Rusia se hartó de la humillación y del peligro de ver cómo se acumulan armas, aviones barcos y misiles en sus fronteras, y Occidente hizo oídos sordos a las advertencias que Vladimir Putin hizo en su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007.
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Esto lo reconocen los propios académicos y expertos de EEUU, como el profesor de Harvard Stephen Walt en la revista Foreign Affairs: «EEUU y sus aliados tienen que reconocer que el alineamiento geopolítico de Ucrania es un interés vital para Rusia», no porque «Putin sea un autócrata implacable nostálgico del pasado soviético», sino porque «las grandes potencias nunca son indiferentes a las fuerzas geoestratégicas en sus fronteras”. «La negativa de EEUU y europea de aceptar esta realidad básica es la principal razón del desastre actual».
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Un país dividido forzado a elegir entre Europa y Rusia

Ucrania nació como república después de la Revolución de 1917 en el marco de la Unión Soviética. Bajo el imperio zarista, la región del Donbás era conocida como la Manchester rusa, un centro industrial de primer orden, a la par con San Petersburgo y los Urales. La rica producción de carbón, y las acerías y chimeneas que se levantaban por doquier, eran la prueba del enorme desarrollo industrial de la región.
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Durante la revolución, en 1918, se creó la República Soviética de Donetsk-Krivoy Rog en esta zona industrial, pero en contra de la voluntad de los propios dirigentes de la región Lenin, quería una Ucrania unificada para englobar en un solo país a las regiones campesinas del oeste y las regiones industriales del este.
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Un país con tan disímiles tradiciones y culturas debería consagrar una amplia autonomía para que las distintas regiones, pero esta no ha sido la política de Kiev a partir de 2014, sino que por el contrario ha buscado imponer a sangre y fuego su centralismo sobre las regiones orientales prorrusas.
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Los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 que frenaron el conflicto obligaban a Kiev a dar autonomía a las regiones de Lugansk y Donetsk, a cambio de controlar las fronteras y mantener la unidad del país.
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Sin embargo eso no sucedió, como recuenta el medio estadounidense The Nation: «Ucrania no se comprometió a revisar su Constitución para garantizar la descentralización y los derechos del idioma ruso. El parlamento ucraniano otorgó poderes mucho más limitados a la región que los previstos en Minsk II. En particular, todos los poderes sobre la policía y los tribunales estaban reservados al gobierno central de Kiev. Esta oferta limitada del gobierno anterior del presidente Petro Poroshenko enfrentó una fuerte oposición en el parlamento ucraniano y fue retirada por la actual administración del presidente Volodímir Zelenski, quien declaró que Ucrania no está obligada a ofrecer una autonomía permanente al Donbas».

Como siempre, la culpa, detrás de todo, es de la OTAN: «La razón principal de esta negativa —escribe The Nation—, además del compromiso general de mantener el poder centralizado en Kiev, ha sido la creencia de que la autonomía permanente del Donbás impediría que Ucrania se uniera a la OTAN y a la Unión Europea, ya que la región podría usar su posición constitucional para bloquear la membrecía».

¿Por qué Ucrania no puede tener un estatus neutral, como Finlandia, vecino de Rusia, o como Austria? ¿Qué razón hay para pretender alinear a Ucrania, con un tercio de la población rusófona, con la alianza militar creada para atacar a Rusia? ¿Por qué las regiones de Donetsk y Lugansk no pueden gozar de una autonomía como Escocia, donde la devolución de poderes le garantiza una enorme autonomía incluyendo su propio parlamento, y donde su propio gobierno proclama su afán de independizarse? ¿O Cataluña, cuyo Estatuto consagra el autogobierno?
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Solo el afán guerrerista de Estados Unidos y de la OTAN contra Rusia lo explica.

LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Patricia Lee Wynne

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