Los cuerpos de agua permanentemente congelada han adquirido recientemente una atención ambiental debido al derretimiento provocado por el calentamiento global. Ciertamente inquietan los efectos no sólo en la regulación térmica que realiza la parte helada del planeta conocida como Criósfera; sino además el detrimento del rol estético y recreativo de los hielos. Sin embargo, el agua sólida cumple además una función en la preservación del patrimonio arqueológico. En efecto, la refrigeración natural puede retardar algunos procesos de deterioro de los testimonios de antigua actividad humana que quedaron en el agua congelada o bajo ella. En dichos casos el hielo actúa como una barrera ante la alteración causada por agentes ambientales físicos, químicos y biológicos. Por lo tanto, la pérdida de estos hielos puede implicar también perder parte de algún bien arqueológico contenido en ellos.
Los bienes arqueológicos
Aun cuando no existe un consenso internacional para definir un sitio arqueológico, éste puede ser considerado como cualquier porción de un espacio actualmente inhabitado que contiene algún testimonio de actividad humana ocurrida durante un período lejano. De acuerdo a tal definición, un sitio arqueológico puede ser un inmueble tal como un taller, fortaleza, cementerio, cocina o albergue. También un sitio arqueológico puede contener elementos muebles como armas, vestimentas o herramientas de faenas.
Según el nivel de conocimiento que se tenga de los sitios, éstos pueden ser conspicuos o crípticos. Los primeros son conocidos o fáciles de descubrir mientras que los segundos están enterrados en el suelo, cubiertos por la vegetación o encapsulados por el hielo. Estos últimos han sido subestimados y a la luz de nuevos antecedentes geológicos e históricos; pueden ocupar dentro de la comunidad científica, política y empresarial; el lugar que en Chile se merecen.
Independiente de la institucionalidad, cualquier sitio arqueológico es valorado por la información de la cual él es fuente. Información del pasado que ayuda a comprender el presente y a proyectarse de mejor manera hacia el futuro. Así, un sitio arqueológico puede dar cuenta tanto del comportamiento biológico y cultural de antiguas sociedades. Dicha información puede incluir desde el tamaño corporal hasta dar indicios de la visión que un individuo tenía del mundo. Por ejemplo: los restos de una simple hoguera pueden informar respecto a las técnicas de cocción, de la dieta y del ambiente desde donde provino la vegetación para la combustión. Un hacha de bronce por su parte no tan sólo puede informar que sus fabricantes conocían técnicas metalúrgicas, sino además que la cultura que produjo dicho artefacto realizaba un comercio a distancia pues cobre y estaño no suelen localizarse en yacimientos vecinos.
El fenómeno de la preservación
Una vez que cesa la presencia humana en cierto espacio, ya sea porque sus ocupantes mueren o emigran, éste queda a merced de los agentes ambientales y comienza por procesos físicos, químicos y biológicos, inevitablemente a deteriorarse. Tal deterioro reduce la información que el sitio contiene y con ello este patrimonio se deprecia.
Sin embargo, en algunas ocasiones el sitio es cubierto por agua congelada, retardando notoriamente su alteración. A este fenómeno los arqueólogos lo llaman “refrigeración natural” y la bibliografía reporta muchos casos. Los más populares son los mamuts que eran presas de los antiguos habitantes de lo que hoy es Beresovka y Berelekn en Siberia. Probablemente huyendo de cazadores, más de 140 mamuts cayeron al interior de grietas de nieve siendo preservados hasta la actualidad en un “gigantesco congelador”.
Otro caso interesante es la preservación por hielo de los túmulos funerarios de los nómades de las estepas asiáticas de Pazryk. Allí el aire húmedo de una época templada penetró los huecos y luego de un crudo invierno congeló los restos. Dicho sitio nunca se descongeló pues las piedras eran malas conductoras del calor que se presentó posteriormente en épocas más benignas.
Un caso diferente se documenta en Alaska, en el lugar que hoy ocupa la moderna ciudad de Barrow. Allí se encontró una casa de esquimales que hace medio milenio fue destruida y cubierta por nieve durante una tormenta invernal. La masa de hielo inmediatamente formada conservó casi intactos los cuerpos de dos mujeres. Las autopsias revelaron su edad, alimentación y las enfermedades que ellas habían sufrido durante su vida, entre otra información.
También se debe comentar que la refrigeración natural no es exclusiva de zonas circumpolares; sino además de regiones más meridionales. Un ejemplo es el caso del cadáver del niño inca del cerro El Plomo en la zona central de Chile. Aquí la preservación ocurrió debido al congelamiento propio de la altitud, conservando en buen estado el cuerpo enterrado con su indumentaria para deducir de él interesantes características de la cultura a la cual pertenecía el individuo que fue subido a la cordillera de Los Andes sobre la isoterma de congelamiento.
El riesgo y su gestión
Considerando que la Criósfera ocupa la sexta parte de la superficie terrestre y que en Chile Sudamericano totaliza más de 19 mil kilómetros cuadrados, es muy posible que este hielo durante su formación o una vez consolidada el agua, haya atrapado algún testimonio de seres humanos que habitaron esta parte del planeta muchísimo antes que los chilenos actuales.
Si se acepta que la presencia humana en el territorio nacional se remonta desde hace más de 13 milenios; una vez que estos antiguos habitantes fallecieron o abandonaron sus bienes, la manutención que ellos realizaban sobre su materialidad se acabó, dando la oportunidad a que los agentes ambientales comenzaran a destruirla y así el testimonio de su existencia comenzó a perder su identidad, confundiéndose gradualmente con su entorno. Esta disminución de diferenciación de un ente con su entorno, a veces denominada como entropía, es la que en definitiva deteriora la información contenida por el testimonio del pasado.
Sin embargo, cuando existe un “escudo” ya sea natural o artificial, la entropía se retarda y la pérdida de información se entorpece. Esta es la función del hielo y por lo tanto, cada vez que se daña un hielo milenario, se corre el riesgo de afectar algún sitio arqueológico contenido en él ¿Cuál es la magnitud de dicho riesgo? Por el momento no se puede calcular con precisión debido a los insuficientes datos paleoclimáticos y a alguna incertidumbre del mismo comportamiento de los antiguos habitantes de lo que hoy denominamos Chile. Sin embargo, sí se puede afirmar que este riesgo no es despreciable y que la tecnología actual ofrece medidas para reducirlo ante el calentamiento global.
Puesto que se puede pronosticar el ritmo de dicho derretimiento y con ello prever la velocidad de retroceso de glaciares entre otras modificaciones de la masa de hielos; se puede realizar un seguimiento periódico a los espacios que van a ir quedando expuestos y rescatar o proteger por otros medios a los bienes arqueológicos que permanecerán sin el agua congelada que por mucho tiempo los cubrió. Estas medidas ciertamente tienen su costo, el cual es notablemente inferior al costo cuantificado de la probabilidad por el daño que implica perder información respecto a personas que hace miles de años vivieron en esta parte del planeta. En efecto, la pérdida de nuestros hielos puede ser en cierta medida, la costosa pérdida de parte de nuestro pasado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Dr. Lucio Cañete Arratia – Departamento de Tecnologías Industriales / Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile. lucio.canete@usach.cl