Sra. Directora:
A Joseph Schumpeter, economista y sociólogo austríaco del siglo XX, se le recuerda por haber identificado que el dato esencial del capitalismo era lo que el llamó el proceso de «destrucción creativa». En este proceso de mutación industrial, afirmaba Schumpeter, lo viejo era desplazado por lo nuevo, las innovaciones producidas en el mercado destruían, de alguna forma, a las soluciones que hasta aquel entonces se utilizaban. La turbina destruyó a la rueda hidráulica, y el aeroplano a la silla de postas. Así, lo propio del capitalismo sería que sus lógicas de evolución, sumado a las presiones de la competencia, experimentan procesos en que las nuevas soluciones son por regla general mejores que las anteriores. En el plano político, sin embargo, pareciera no aplicarse la misma lógica. ¿Son todas las innovaciones políticas necesariamente mejores que las anteriores? Bastaría revisar las experiencias latinoamericanas y las tristes revoluciones fallidas para dar cuenta de que aquello no es cierto.
La experiencia histórica de los reemplazos constitucionales en América Latina (Venezuela el más evidente de ellos), advierten que el proceso político no se distingue por avanzar inexorablemente hacia un mejor estado de las cosas, o, siguiendo la lógica Schumpeteriana, advierten que en el proceso político hay un lugar efectivo para «destrucciones no creativas». Y esto es relevante para nuestro proceso constituyente en curso. La conclusión que se sigue de esto es que no hay razón para confiar una fe ciega en que el proceso de reformulación constitucional que asistimos dará lugar necesariamente a un set de instituciones mejores que las que se han decidido democráticamente desechar. Ello dependerá, es evidente, de cómo evolucionen los acuerdos al interior de la convención.
Un espíritu de optimismo ciego depositado en la convención puede, a lo menos, llevarnos a la ingenua suposición de creer que todo cambio siempre nos conducirá a un estado de cosas mejor que el que se deja atrás. Por ello, a pesar de que el optimismo pareciera ser por estos días un deber cívico, también lo debiese ser el escepticismo y la sana crítica respecto a un proceso constituyente que definirá buena parte de las décadas venideras.
Atte.,
Patricio Órdenes Alfaro – Estudiante de Magíster en Políticas Públicas PUC