Por Francisco Herranz | Israel forma un gobierno anti-Netanyahu

La cuadratura del círculo. Eso es lo que lograron dos políticos israelíes casi antagónicos, Naftali Bennett y Yair Lapid, tras alcanzar un complicado acuerdo multilateral para desalojar del poder al primer ministro, Benjamin Netanyahu, más conocido ‘Bibi’.
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El pacto contempla que Bennett y Lapid se turnarán al frente del Ejecutivo por un periodo de cuatro años. El primero estará a los mandos hasta septiembre de 2023 y el segundo, hasta noviembre de 2025. Bennett lidera una formación de derechas llamada Yamina (Hacia la derecha, en hebreo), mientras que Lapid dirige el grupo centrista Yesh Atid (Hay futuro).
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La coalición más heterogénea de la historia de Israel estará formada por dos partidos de izquierda (el Laborista y Meretz), dos de centro (Yesh Atid y Azul y Blanco), dos de derechas (Yamina y Nueva Esperanza), uno conservador antirreligioso (Israel Beitenu — Nuestra Casa es Israel) y uno árabe islamista (Raam — Trueno) con el objetivo de superar el listón de la mayoría absoluta fijada en 61 escaños de los 120 que cuenta el Knéset o Parlamento unicameral.
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Los sucesores de Netanyahu
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El equilibrio es tan delicado que la formación de Bennett solo tiene siete diputados, pero podría sacar al país de la actual parálisis política, porque ya ha celebrado cuatro rondas electorales (abril y septiembre de 2019, marzo de 2020, marzo de 2021) en dos años y no se termina de romper el empate, lo que prolonga la crisis y la inestabilidad.
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Bennett, de 49 años, es un hijo de inmigrantes procedentes de San Francisco, que se hizo millonario al vender su empresa de software de seguridad por 145 millones de dólares. Saltó a la política y su mentor fue precisamente Netanyahu, de quien llegó a ser su jefe de gabinete. Posteriormente ocupó varias carteras dentro de su Administración hasta que terminaron mal. Su partido, Yamina, está abiertamente a favor de la anexión de Cisjordania. Tiene un pasado de comentarios racistas contra los árabes. En temas económicos, es neoliberal, es decir, partidario de bajar los impuestos y reducir el tamaño del Estado.
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Naftali Bennett y Yair Lapid - Sputnik Mundo, 1920, 04.06.2021
Naftali Bennett y Yair Lapid
Lapid, un expresentador de televisión de 57 años, se define como centrista, pero también como un «halcón de la seguridad». Es partidario de la solución de dos Estados (Israel y Palestina), pero no está dispuesto a negociar con los palestinos el control de la ciudad de Jerusalén, piedra angular del histórico conflicto que salpica a todo Oriente Medio.
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Tanto Lapid como Bennett tenían de plazo hasta la medianoche del miércoles 2 al jueves 3 para informar al presidente israelí, Reuven Ravlin, y al presidente del Parlamento, Yariv Levin, de que tenían suficientes apoyos. Si no lo hubieran logrado, habría que haber repetido las elecciones por quinta vez.
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Las negociaciones
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Las frenéticas negociaciones se extendieron hasta las diez de la noche del 2 de junio, cuando Mansour Abbas, el presidente de Raam, la Lista Árabe Unida, puso su firma en el pacto a cambio de que la nueva coalición gubernamental se comprometiera a cancelar las multas a construcciones árabes ilegales.
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No obstante, son tantas las diferencias ideológicas entre los socios que no se prevén avances en el proceso de paz con los palestinos. La argamasa que los ha unido prioriza salir cuanto antes de la crisis económica y aparcar las cuestiones políticas que les enfrentan, que no son pocas.
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La compleja maniobra del binomio Lapid-Bennett fue aplaudida de inmediato por el lobby judío estadounidense. El Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí o AIPAC (por sus siglas en inglés) difundió un comunicando aplaudiendo a ambos políticos por «armar una amplia y diversa coalición, que abarca el espectro político de partidos sionistas y árabes para formar un Gobierno israelí pendiente de la aprobación de la Knéset». Esa bendición viene a significar que lo mismo piensa la Casa Blanca de Joe Biden.
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Netanyahu a lo Trump
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La votación de la moción de confianza se celebrará presumiblemente la semana que viene y luego se llevará a cabo la ceremonia de investidura. Hasta entonces, Netanyahu hará todo lo posible para que descarrille el proceso, comprando voluntades de potenciales tránsfugas. ¿Les suena eso? Sí, en estos últimos días, Netanyahu se parece bastante, quizás mucho, a aquel Donald Trump que no quería aceptar la realidad del invierno pasado. Suena igual de extraño y patético pues argumenta que él fue la opción más votada en las parlamentarias y que el gobierno de coalición es «peligroso» y el «mayor fraude del siglo».
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Netanyahu, de 71 años, es el presidente más longevo de la historia de Israel: 15 años en dos periodos, desde 1996 a 1999, y desde 2009 hasta ahora, pero en la actualidad está acusado de tres cargos de corrupción (fraude, soborno y abuso de confianza). Si terminara en la oposición, podría verse privado de la inmunidad parlamentaria e incluso una nueva ley le podría prohibir regresar al poder. Sus abogados ya alegaron que la alternancia en la Presidencia del Gobierno era algo ilegal, pero el presidente Ravlin echó pronto abajo esa opción.
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Como comentó la analista política israelí Dahlia Scheindlin, aunque «hay muchas cosas que pueden salir mal», dada la gran diversidad ideológica de la coalición, también son visibles ciertos aspectos positivos. Uno de ellos es el «simbolismo de que Israel establezca un gobierno por primera vez con los votos de un partido que representa a los ciudadanos palestinos de Israel». Otro hecho remarcable es que sería la primera vez en 20 años que el pequeño partido izquierdista, laico y sionista Meretz se une a una coalición de gobierno y obtiene carteras ministeriales.
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Los votantes israelíes no podían imaginarse a nadie más gobernando que Netanyahu, de ahí el estribillo a menudo escuchado de que «no hay nadie más que Bibi«. Un nuevo gobierno demostraría que sí lo hay. Y si la rotación de primeros ministros funciona y se mantiene, los ciudadanos verían que incluso hay dos personas más. Eso sería saludable para la democracia israelí.
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En realidad, no se trata de un gobierno de unidad, sino de uno anti-Netanyahu porque, como muy bien considera Scheindlin, su personalidad megalómana y su lenguaje insultante y basado en la polarización «galvanizaron en su contra a oponentes de todas las tendencias políticas». Él es el único culpable de su derrota.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN