Faride Zerán, Premio Nacional de Periodismo 2007: “Malestar de ciudadanía hacia coberturas de grandes medios ha sido elocuente”

SANTIAGO — Faride Zerán, Premio Nacional de Periodismo, enfatizó que “en Chile la concentración de medios en pocas manos tiene una incidencia negativa en la democracia y en la libertad de expresión”. En entrevista, hizo ver que en el marco de la pandemia hubo censura, intolerancia e intentos de acallar disensos. En ese marco, destacó que “no es un secreto la credibilidad y prestigio del que gozan los medios independientes, comunitarios, o periodistas de investigación”. Recalcó que “la frase de que ‘periodismo es todo aquello que el poder quiere ocultar; el resto es relaciones públicas’, en el Chile actual cobra relevancia dramática”.

La prensa estuvo en estos últimos 15 meses sobre el tapete, para bien y para mal. La revuelta social, la pandemia y la crisis social también develó con mejor nitidez la realidad del sistema medial chileno. Y entre otras cosas, provocó el demandar que sea un tema a abordar en los contenidos de la nueva Constitución.

Faride Zerán conoce del tema, a fondo. Premio Nacional de Periodismo (2007), directora, editora y reportera de medios como Rocinante, Pluma y Pincel, Análisis, La Época, se ha desempeñado como directora del Instituto de la Comunicación e Imagen y Vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile y fue integrante del directorio de Televisión Nacional.

En entrevista dio una mirada al desempeño de la prensa y el periodismo en el período reciente y volvió a marcar el déficit en materia medial. Dijo que en la nueva Constitución hay que “consagrar el derecho a la información como un derecho ciudadano” y sobre el proceso que se está viviendo en torno de la Convención Constitucional expresó que se habla mucho de candidaturas y “hemos olvidado, o no aparece con suficiente fuerza, que aquí existe un mandato popular expresado en las calles y en las urnas, de acabar con el modelo neoliberal. Acabar, terminar, ¡no parchar¡”. Por cierto, ante la pregunta, dijo que “no, no quiero ser candidata” a la Convención y apoyará desde otros espacios.

¿Cuál es su percepción o mirada del papel que jugó la prensa este año en relación a la cobertura de la pandemia y todos sus efectos?

Mi mirada es crítica y tiene que ver no sólo con algunas rutinas periodísticas en la cobertura de la pandemia, o en cómo se enfrentaron mediáticamente sus contextos y efectos. También, y lo destaco, con el clima de intolerancia instalado desde las esferas de gobierno hacia todo lo que contraviniera la información oficial. Hay que recordar que con el aumento alarmante de contagiados por Covid-19 a inicios de mayo; con el virus emigrando de las comunas del sector oriente de Santiago a las comunas más pobres y con mayores índices de hacinamiento, y en momentos en que el gobierno hacía el llamado a “la nueva normalidad”, la ausencia de información transparente incrementaba no solo la preocupación de la comunidad científica, sino la molestia de la opinión pública y, por supuesto, de buena parte de los medios de comunicación.

En esos primeros meses, el dilema entre “la economía o la vida” parecía estar resuelto en favor de la primera, y las dudas sobre la transparencia de los datos y cifras que conducían a la toma de decisiones en materia sanitaria, decisiones que dejaban fuera al Colegio Médico, a la comunidad científica y académica, y al sentido común de una opinión pública que interpelaba la opacidad en el manejo de la crisis, constituyeron la constante.

La censura, la intolerancia hacia ideas distintas, o el intento de acallar los disensos, son lacras que siempre rondan distintos momentos de nuestra historia, más en contextos de crisis cuando lo primero que se intenta silenciar son las voces críticas que contravienen los discursos oficiales.

Un ejemplo de ello fue la censura y amenazas a los hermanos Andrea y Octavio Gana, del Colectivo Delight Lab, quienes denunciaron, a fines de mayo, actos de amedrentamiento provenientes de civiles a bordo de vehículos sin patente y escoltados por carabineros y miembros de la PDI (Policía de Investigaciones), cuando proyectaban en el frontis del edificio telefónica, en el corazón de Santiago, Plaza Italia/Dignidad palabras como  Hambre, o Humanidad. Esta acción de arte transcurría en momentos que en algunas comunas populares de Santiago surgían las  primeras ollas comunes.

Iluminar la faz oculta de la crisis sanitaria: el desempleo y la miseria de miles de familias chilenas, al parecer no resultaba tolerable.

En esa línea, desde los inicios de la pandemia el Consejo Para la Transparencia venía realizando una serie de recomendaciones a los organismos públicos, señalando en sus informes las persistentes brechas respecto de la transparencia y acceso a estadísticas desagregadas que permitían entender mejor el comportamiento de la enfermedad.

Esta demanda resultaba aún más compleja en medio de un clima de censura e intolerancia a la crítica, en el que las fuentes oficiales circulaban de manera hegemónica, no solo abusando de las cadenas informativas ante una audiencia ávida de información, sino ostentando una hegemonía informativa escandalosa fortalecida por prácticas de conferencias de prensa sin preguntas, como se denuncia en los informes sobre pluralismo y libertad de expresión. De esta manera se pretendía transformar el ejercicio periodístico en un acto de relaciones públicas, contribuyendo no solo a la desinformación ciudadana sino al creciente descrédito de la información oficial.

Muchos coinciden en que el periodo del país estuvo o está marcado por la revuelta social y la pandemia. ¿Qué saldo se puede sacar de la labor periodística ante esos dos sucesos?

El malestar de la ciudadanía hacia las coberturas informativas de los grandes medios, especialmente ante las movilizaciones sociales, luego del estallido  social ha sido elocuente. No es un secreto la credibilidad y prestigio del que gozan los medios independientes, comunitarios, o periodistas de investigación que a través de las redes informan en momentos en que la opacidad mediática ha sido evidente, como ocurrió en pleno peak de la pandemia. La frase de que “periodismo es todo aquello que el poder quiere ocultar; el resto es relaciones públicas”, en el Chile actual cobra relevancia dramática.

Sabemos que la libertad de expresión y la diversidad de medios de comunicación que contengan discursos y miradas plurales son esenciales para medir la fortaleza de una democracia. También para instalar conversaciones que efectivamente enriquezcan y densifiquen el espacio donde se produce el diálogo ciudadano.

De todo esto adolece el Chile de las últimas décadas y así lo han señalado diversos informes internacionales que reiteradamente han apuntado a que en Chile la concentración de medios en pocas manos tiene una incidencia negativa en la democracia y en la libertad de expresión, como expresamente lo recoge el principio 12 de la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión de la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos).  En ese sentido la Corte Interamericana señalaba que se encuentra prohibida la existencia de todo monopolio en la propiedad o administración de los medios de comunicación, cualquiera sea la forma que pretenda adoptar, y ha reconocido que “los Estados deben intervenir activamente para evitar la concentración de propiedad en el sector de los medios de comunicación”.

Todo esto es muy grave en el Chile actual. La ausencia de diversidad de rostros, argumentos, colegios y barrios en los debates de los medios sigue siendo escandalosa. Es una ausencia de diversidad que omite los intereses, las conversaciones, las preocupaciones de una mayoría abrumadora como la que se expresó por los cambios el 25 de octubre último, insistiendo a través de sus grandes medios de comunicación en relatos e interpretaciones que resultan funcionales sólo a esa élite que detenta el poder.

Una elite que va más allá de la derecha y que cruza amplia y cómodamente el espectro político, erigiéndose -con el apoyo mediático- en el baluarte de la sensatez y sentido común, instalando un discurso anticomunista propio de la guerra fría, y atrincherándose en un denominado “centro político” , donde derecha, centro izquierda y seudo izquierda corren a parapetarse ante el fantasma de la polarización.

En ese contexto, y cuando en el país se debate el Chile del futuro al que aspiran las grandes mayorías, en medio de este debate constituyente, resulta fundamental recordar que mientras los tratados de derechos humanos exigen que los Estados adopten medidas para prohibir restricciones directas o indirectas a la libertad de expresión, la Constitución de 1980 sólo prohíbe el establecimiento de monopolios estatales de los medios de comunicación, y no se refiere a los privados.

Corregir esta distorsión, que atenta contra el derecho a la comunicación y la libertad de expresión, representa todo un desafío y una gran oportunidad no sólo para que nuestras élites conozcan el país profundo o para que los gobiernos de turno no intenten coartar la libertad de expresión. También permite que cuando se diseñen políticas públicas, los ministros de turno no se sorprendan cuando ellas fracasen al estrellarse con el Chile real.

¿Coincide en que uno de los sectores más desprotegido y golpeado este año es el de la cultura?

La cultura ha sido golpeada de una manera brutal. El cine, el teatro, la literatura, las librerías, los conciertos, y todas las manifestaciones culturales menos formales comparten la ausencia de un Estado capaz de garantizar derechos básicos. O de un Ministerio de las Culturas que con la lógica de los fondos concursables, se desentiende de la compleja realidad de sus artistas y creadores.

La cultura, al igual que los sectores más desposeídos de nuestra sociedad que deben enfrentar una pandemia que ha cobrado más de 20 mil muertes especialmente en los sectores donde hay mayor hacinamiento e informalidad laboral, son las mayores víctimas no solo del virus, sino de un sistema económico, de un modelo de sociedad que los ha relegado y marginado por décadas.

¿Cuál es su mirada de la participación de independientes en el proceso constituyente y específicamente en las candidaturas para ser parte de la Convención Constitucional? ¿Usted será candidata a convencional, aspira a eso, se lo han planteado?

Me parece importante que surjan candidaturas de independientes porque con el descrédito de los partidos políticos contribuyen a  que la gente se sienta representada en sus anhelos de cambio. Digo anhelos de cambio porque en toda esta discusión de candidaturas hemos olvidado, o no aparece con suficiente fuerza, que aquí existe un mandato popular expresado en las calles y en las urnas, de acabar con el modelo neoliberal. Acabar, terminar, ¡no parchar¡  Entonces hay una lluvia de nombres, hay muchos llamados a la unidad pero he oído poco últimamente sobre el tema de fondo: cómo escribimos una Constitución que sintonice, que se haga cargo, que responda a esa demanda de cambio real.

Y sobre tu pregunta de una candidatura mía, no, no quiero ser candidata, aunque me lo han propuesto. Ya hay muchos nombres que me representan y yo, desde mis espacios, seguiré aportando a la construcción de un país con mayor equidad, más libre y más democrático.

¿Qué propuesta habría que llevar desde el mundo del periodismo o de las comunicaciones a la Convención, como contenido para la nueva Constitución?

Consagrar el derecho a la información como un derecho ciudadano, es decir, acabar con los duopolios o monopolios de la información; promover la existencia de medios públicos como ocurre en Francia, Inglaterra, Alemania y otros países -digo medios públicos, no del  gobierno de turno o del estilo de TVN (Televisión Nacional) que debe autofinanciarse, y  tener a la vista la anomalía actual: que la Constitución de 1980, que nos rige, sólo prohíbe el establecimiento de monopolios estatales de los medios de comunicación, y no se refiere a los privados.