El Fin de la Universidad

Sra. Directora:

La situación que vive actualmente la estudiante del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile que escribió un trabajo universitario en que señala alguna “inspiración” en Adolf Hitler, y que por ello arriesga instancias sumarias, es gravosa. Gravosa porque, justamente, ¿qué instancia, sino la universidad, sostenida sobre el libre pensamiento, puede ser la tribuna para la discusión de ideas y no de meras “afecciones” personales?

Lo paradójico de todo esto es que no es mediante argumentos y discursos, asunto propio de la universidad, que se refuta la posibilidad de una admiración cualquiera por determinados personajes o ideas juzgados nefastos, sino que se apela a “sensibilidades a priori” de todo tipo, ya étnicas, ya sexuales, religiosas, o de cualquier índole, para negarse a “evaluar” el susodicho trabajo o informe universitario.

Lo lógico en todo esto, habría sido considerar la argumentación de la estudiante como errada, dando cuenta de ello mediante estudios serios (fuentes, bibliografía, ensayos críticos, que los hay vastamente); como se espera de una instancia universitaria. Resultante de ello, la estudiante tendría una calificación negativa, que la obligaría a reconsiderar sus planteamientos. Pero en vez de ello, el docente se niega a evaluarla por “sentirse ofendido”. Como queda a la vista, se juzga a la estudiante no por el contenido de su informe, pues el rechazo a evaluarlo es lo mismo que decir que de antemano no se ha accedido a él en la única instancia que se le exige, la académica.

Por el contrario, se le ha juzgado por considerársele emisora de una declaración “imposible”. Así, la universidad se pliega tristemente y sin mayor resistencia a la situación dominante en la opinión pública, a saber, que no hace falta ya razones para denegar un posicionamiento, sino simplemente “sensibilidades ofendidas”. Y, también, que se busca cada vez más juzgar y corregir no las acciones, sino las conciencias.

Atte.

Juan Carlos Vergara