Por Nicolás Gómez Núñez | Régimen de vitalidad

Las personas participan de diferente manera en la incertidumbre. Santiago evidencia una nueva ola de contagios por el COVID-19 y con ello, lo que pareciera ser un retroceso a lo ya avanzado. La convivencia en pandemia de estos últimos meses, ha borrado las fronteras y homogeneizado el tiempo, está en todos lados y así se sitúa como un ‘objeto-mundo’, dice el filósofo Michel Serres.

De esta manera, la acelerada transformación de la pandemia en un problema social, ha sido un proceso no exento de silencios, tensiones y desencuentros. Hasta que nos obligamos a la concertación para realizar acciones coordinadas para intervenir, detener o atenuar sus lamentables consecuencias. En ese sentido, la noción de salud comunitaria alberga el régimen de vitalidad que como acción concertada nos ha trasladado a ser habitantes de espacios poco habituales para lo que antes era lo acostumbrado, hemos pasado desde la improvisación a la rutina con diversos artefactos: máscaras, escudos faciales, guantes y jabón, y así trascendimos los recintos de confinamiento.

Durante estos meses aprendimos que las incertidumbres se cierran gracias a los resultados de la prueba de los artefactos de prevención y por las clausuras retóricas que logran fijar la definición del problema y sus soluciones viables. Pero cada vez que hay una publicidad donde se ofrece un lugar sin ‘virus’ mientras el barrio está encerrado, el conflicto entre lo práctico y lo retórico vuelve. Es aquí donde los expertos que dibujan la población objetivo de las acciones del estado tienen una responsabilidad que supera lo político porque resuelve la tensión conflictiva o termina por desestabilizar el régimen de vitalidad logrado, es decir: deconstruye la tecnología social de la prevención y el acompañamiento que habíamos concertado.

A esta altura, bien sabemos que hemos tenido que elaborar una forma de razonar que está ligada a los mandatos culturales que mantienen la coherencia del régimen de vitalidad, en tanto prácticas de prevención y acompañamiento seguro. Al mismo tiempo, el ‘covid’ fija los códigos y categorías que son las rutas de paso de los discursos de las autoridades sanitarias, programas de televisión, informativos de noticias, partidos políticos, organizaciones religiosas, gremios, colegios profesionales y otros grupos sociales. Por tanto, la apertura del acontecer impone su propio tiempo y espacio, pero no explica ni contiene en este nuevo estado del vivir en común.

Qué duda cabe, la convivencia ha sido afectada porque entramos en un estado de emergencia, crisis o de caos de las rutinas que constituían la realidad. Ahora tenemos dudas sobre si las personas que ejercen la autoridad podrán acompañar el esfuerzo comunitario desde los niveles supranacionales e institucionales de la República.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Dr. Nicolás Gómez Núñez – Sociólogo, docente e investigador de la Universidad Central de Chile / UCEN.