Por Alejandro Marcó del Pont | El cajero automático se trasladó a asia 

Distintas cerraduras se deben abrir
con diferentes llaves.

Este es una especie de artículo inaugural, algo así como el principio de una saga que a mi entender será prolongada. Por lo tanto, muchas de las definiciones, ideas y descripciones que se encuentre en el escrito serán una especie de fundamentos desde donde ir progresando.

Se podría haber titulado el octubre chino. Durante ese mes se produjeron eventos trascendentes para el país asiático con poca repercusión en Occidente. El 26 de octubre comenzó el 19º Plenario del Partido Comunista Chino que aprobó las directrices del 14º Plan Quinquenal (2021-2025), y las de una estrategia a medio plazo, rebautizada como “Visión 2035”. Una maniobra de “doble circulación” para combatir los efectos de la pandemia y las presiones de Estados Unidos. Unas semanas después, en base a la idea y los objetivos de los últimos planes quinquenales, se firmó la Asociación Económica Integral Regional (conocida como RCEP, por siglas en inglés), el tratado comercial más grande del mundo, pero, y esto es importante, de características regionales (véase cuadro)

Dos semanas antes, el 13 de octubre de 2020, se aprobó una ley de control ‎de exportaciones que, al mismo tiempo, autoriza el gobierno chino a “tomar contramedidas” ‎contra cualquier país que “abuse de las medidas de control de las exportaciones” y represente ‎una amenaza para la seguridad nacional y los intereses de China.

Básicamente, China está inmersa en una guerra por la supremacía mundial, cuyo núcleo se encuentra en la disputa por la hegemonía tecnológica, financiera y comercial impuesta por Estados Unidos.

Beijing mira ‎decididamente hacia el interior del país (producción, distribución y consumo) con la ‎determinación de reducir su dependencia de la tecnología foránea ‎y de los mercados financieros. ‎En pocas palabras: China ya no seguirá siendo la “fábrica del mundo”. De todas maneras, y antes de la pérdida de la presidencia por D. Trump, había rumores de relocalización empresaria que generó la idea de un incipiente proceso de traslado de sus industrias de China hacia otros países asiáticos ‎como Vietnam, Tailandia, Malasia o Camboya y que resultaron hasta ahora, solo eso, rumores.

Hay algunas palabras que surgen asiduamente en los relatos actuales de la disputa por la hegemonía que deberíamos incorporar. Desglobalización, es una, por ejemplo. Se popularizó por el año 2010 antes de la gran recesión de los flujos internacionales de bienes, servicios, capitales. Con la pandemia, el comercio mundial, las inversiones, hicieron que perdieran fuerza las cadenas globales de valor ante el estancamiento. El proteccionismo, en sintonía con las políticas norteamericanas, trajeron el reshoring (retorno al país de origen de actividades productivas que habían sido deslocalizadas). Estos son algunos de los factores que se citan para explicar la depresión del comercio mundial.

Hasta antes de la pandemia, los factores que determinaban las decisiones de deslocalización y aprovisionamiento eran sobre todo dos, bajos costos salariales y cercanía a mercados potencialmente atractivos. Debido al Covid-19, las prioridades parecen haber mutado a “seguridad de abastecimiento”, los trastornos, interrupciones y retrasos en los suministros que ha provocado el coronavirus, dada las alteraciones en los procesos de producción y el transporte de mercancías, han hecho que la seguridad en el suministro se haya convertido en un factor prioritario.

A largo plazo, y solo de manera aparente, las empresas van a aumentar la valoración del riesgo que supone no depender para sus inputs de suministros procedentes de localizaciones alejadas geográficamente, debido a la interrupción en el suministro de componentes esenciales. Esta idea no se centra solo en una epidemia médica y su falta de insumos sanitarios, que puede alterar los flujos de bienes intermedios, sino también de otros fenómenos como guerras, catástrofes naturales, entre otros. Lo que se denominaría resiliencia.

Muchos piensan que hay diversos factores que están disminuyendo la fuerza de la cadena de valores, la robotización y la pérdida laboral atentan contra el arbitraje de beneficios por costos del trabajo, lo que obliga a prestar atención a la “producción en proximidad”; es decir, producir cerca de los centros de consumo para responder con más flexibilidad y rapidez a los cambios en los patrones de demanda de los consumidores. Por eso la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) responde a esta idea.

Según McKinsey, la concentración regional está aumentando, por eso se ha popularizado en los últimos tiempos el vocablo nearshoring. Frente al retorno al país de origen que supone el denominado reshoring, el nearshoring implica el retorno de la producción a un país cercano. El ejemplo más citado a este respecto es México en relación con Estados Unidos.

Comencemos a desarrollar este octubre chino y su importancias. El año 2018 fue el comienzo de lo que se denomina “la guerra de los aranceles” escalada e imposición de aranceles mutuos. Sin importar quién sea el ganador de la puja presidencial en Estados Unidos, China entendió que solo modificaría los tiempos de enfrentamiento, por lo que aprobó una ley de control ‎de exportaciones que es un arma de doble filo, más allá del acuerdo de “fase uno”.

El acuerdo fue alcanzado a mediados del mes de diciembre de 2019, tras un largo proceso de negociación. Este comprende, entre otras cosas, un aumento en torno a las compras agrícolas por parte de China y también un mayor compromiso respecto al establecimiento de algunas reformas por parte de la nación asiática. Ahora la ley de control de exportaciones implica dos cosas: China puede contestar agresivamente a los ataque externos y limitar sus exportaciones si amenazan su seguridad nacional.

China quiere limitar las “tierras raras”, uno de los ejes de la guerra tecnológica. Se suele decir que “sin tierras raras no hay chips”. China exporta el 70% de todas las tierras raras que ‎se comercializan en el mundo. No es que no existan en otros partes, al ser altamente contaminantes se alentó a China a producirla. Ahora con la idea de eliminar la dependencia tecnológica externa, esta decisión limita la venta externa sustituyendo a favor de la matriz interna de desarrollo.

Si bien cada plan quinquenal es significativo y emblemático de su época, este año es particularmente digno de mención debido a la confluencia de muchos factores: la impresionante recuperación de China durante la pandemia, la revolución científica y tecnológica y la reforma industrial en el contexto de tensiones geopolíticas en ascenso, así como el creciente perfil de China tanto en asuntos internacionales como su papel fundamental en la cadena de suministro global.

Por eso, este año dio a la luz dos proyectos por separados. Un Plan Quinquenal 2021-2025 (económico) y una Visión 2035 de mediano plazo 2021-2035 (político). El Plan tiene básicamente:

1) Reemplazar el crecimiento de alta velocidad con un crecimiento de alta calidad.

 2) Reequilibrar su economía con reformas estructurales del lado de la oferta .

3) Expandir la demanda interna, sin dejar de apoyar los mercados de exportación internacionales.

4) Impulsar la modernización a través de la innovación y los avances tecnológicos, y

5) Fomento de la producción ecológica, inteligente y de alta gama.

En el Plan Quinquenal hay una “combinación flexible” de capital público y privado, aunque ‎destaca que “es el Estado el sujeto principal de la economía y quien establece las condiciones económicas”. O sea, el interés de las empresas privadas está subordinado al ‎Estado. Queda claro en este plan que China opta abiertamente por convertirse ‎en la economía más grande del mundo y, sobre todo, en ”una sociedad de altos ingresos” en los próximos 5 años. Al pasar de PBI per cápita de 8.500 dólares a uno de U$S30.000, consistente con la política de “doble circulación” (circulación interna, que se refiere a las actividades económicas locales, y circulación externa, que se relaciona con los vínculos económicos de China con el mundo exterior).

El plan remarca la trascendencia de los objetivos tecnológicos, sobre todo el de reemplazar las tecnologías ‎estadounidenses en áreas centrales. Por lo que para mí la batalla se centra en la disputa tecnológica, mucho más que comercio y finanzas. China tiene el control absoluto del Estado sobre todos los sectores estratégicos ‎‎(energía, telecomunicaciones, crédito, trasporte, etc.) y, en particular, su soberanía ‎monetaria. Nadie‎ discute hoy que las acciones ‎agresivas contra Huawei, TikTok, WeChat y similares no han logrado los resultados que ‎se pretendían y que hay “consecuencias colaterales”.

La independencia tecnológica y la autosuficiencia como pilares estratégicos de apoyo para este modelo de desarrollo. Al igual que en “Made in China 2025”, la idea es continua la transición de producir bienes baratos y de baja tecnología a la producción de bienes de alta gama y especializados, y fomenta la transición a “tecnología autosuficiente”. Aunque no se menciona explícitamente, la fabricación de chips probablemente será el enfoque clave en los próximos cinco años. La inversión en I+D será un tema contundente con siete campos destacados para una mayor exploración: inteligencia artificial, información cuántica, circuitos integrados, ciencias de la vida y la salud, ciencia neuronal, reproducción biológica y tecnología aeroespacial.

Como bien indica Mónica Peralta Ramos, tanto Google, Faceboock, Twitter y otras han intervenido abiertamente en la campaña electoral americana, y la han censurado a su conveniencia, han puesto a la vicepresidenta de Estados Unidos y darán una pronunciada guerra contra la regulación a su poder monopólico unidos a las corporaciones que controlan los medios de comunicación tradicional, contra el avance alternativo del compañías chinas tanto de redes como 5G. Esta disputa es central.

Por otra parte, el mega acierto asiático es la Asociación Económica Regional Integral (AERI), un acuerdo económico mega-regional que se negocia desde 2012 entre diez gobiernos de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSA), (conocida como ASEAN, por sus siglas en inglés) y por sus seis socios en tratados de libre comercio: China, India, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur.

El acuerdo se construyó sobre la base de lo pactado en la ASEAN. Con China en 2004, Corea del Sur en 2006, Japón en 2007, y Australia y Nueva Zelanda en 2008. Incluso la ASEAN tiene un acuerdo comercial firmado con India, país que se salió de las negociaciones del RCEP en 2019. Un mercado del 44% de la población mundial, el 32% del PBI del planeta y una clase media creciente por encima de mil millones de personas supera a la Unión Europea y el Tratado de México, Estados Unidos y Canadá. Con la idea establecida en sus 54 cronogramas de compromisos, se desgravarán eventualmente aranceles en más del 90% de los bienes comerciados entre los países en un plazo aproximado de 20 años, lo que, a su vez, impulsará más el comercio y los flujos de inversión hacia y dentro de la región, potenciándose así la importancia de los países del este asiático en la cadenas globales de valor.

Aquí se encuentra el centro del mundo o, por lo menos, hacia allá vamos. Ahora veremos cómo América del Sur, con su bloque regional, se amalgama y fortalece para ser otro actor importante en el comercio y la tecnología mundiales. O si, por el contrario, sigue desperdiciando oportunidades de elaborar una nueva política regional, por temores a fantasmas, fascistas y doctrina Monroe disfrazadas de capitalismo edulcorado.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN 

Por Alejandro Marcó del Pont – Lic. en Economía y Magíster en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de La Plata). Analista de economía. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Bloguero en El Tábano Economista.