Por Camila Marcó del Pont | ¿Por qué la perspectiva de géneros en la clínica?

De Freud a Lacan y de Lacan a Freud, sin repetir y sin soplar. Que no te sorprenda que estemos hablando de varones blancos, hetero-cis… y que tampoco te sorprenda que cuando abrimos un poquito el panorama  y en el discurso universitario aparece una mujer…sea blanca… y hetero-cis-normativa.

Desde que el feminismo se coló en nuestra sociedad, fue necesario también hacerlo parte de nuestras vidas, militándolo de manera cotidiana y sin tapujos. Sin embargo, pareciera que la formación universitaria y algunas terapias quedaron por fuera de esta metamorfosis clínica.

Se siguen reproduciendo discursos de hace más de cien años, sin cuestionarlos y/o (re) pensarlos. Y no es que lxs psicólogxs feministas quieran venir a dinamitar el psicoanálisis (o ¿si?), sino que invitan a pensar nuevas formas posibles de intervenir en la clínica, desde una postura que sea crítica y reconozca que esos discursos no pueden seguir leyéndose sin que nada sea conmovido o cuestionado.

Si revolvemos un poquito en la historia, podemos decir que el psicoanálisis es un discurso que desde sus inicios nos invitó a preguntarnos y cuestionarnos lo establecido. ¿O no fue Freud quien revolucionó a la sociedad blanca, puritana y europea con el concepto de sexualidad? El psicoanálisis está en disputa, invitando a sus teóricxs a moverse de ese lugar cómodx, que da conceptos por sentado, y sigue reproduciendo un discurso obsoleto, que violenta identidades, reafirma la norma, y patologiza lo diferente.

La militancia de la perspectiva de géneros en la clínica y como consecuencia directa en su formación académica (y viceversa), no es un accionar caprichoso y sin sentido, sino que incita a abrir el abanico a las nuevas subjetividades epocales.

Y esto no implica caer en la mera repetición de conceptos, entendiendo la diferencia entre “sexo” y “género”, sino más bien poder llevarlo a la práctica desde un posicionamiento que admite la diversidad: preguntando el pronombre por el cual la persona se siente identificadx, no dando por supuesto relaciones heterosexuales, acciones que, entre muchas otras, vuelven a las terapias lugares amigables y confiables.

Los casos que se presentan en la clínica, ya no son más los plateados por Freud, sino que son síntomas, subjetividades, problemáticas y sufrimientos que están atravesados directamente por el momento histórico y social en el que se desarrollan.

El sufrimiento que se pone de manifiesto en la clínica  tiene que ver con el modo en el que unx se posiciona en el mundo y ante lx otrx. “Necestio pensar (me) diferente sin que lo diferente sea patologizado” dice unx “x” que nos representa a (casi) todxs.

Entonces, si el consultorio debiera (en el mejor de los casos) ser un lugar seguro. ¿Cómo es posible que unx psicólogx que piensa que el “patriarcado no existe” o que “las mujeres son todas histéricas[1], aloje a una persona trans que se manifiesta angustiada por la violencia que sufrió en el colegio/ trabajo/esquina de su casa (o cualquier lugar posible)?

La Licenciada Magdalena Gurini dice: “Unx psicólogx debe tener perspectiva de géneros porque la cisheteronorma se ha infiltrado en el campo psi, produciendo efectos como por ejemplo la patologización de toda existencia y deseo que se aleje de la misma”.

Es necesario que abordemos nuestras lecturas desde una perspectiva que contemple las diferencias, abandonando las estructuras impuestas, binarias, donde varón-mujer, femenino-masculino, son las únicas opciones posibles.

Cualquier profesional y disciplina (y con esto no solo me refiero a la psicología) que ignore la diversidad del entramado socio-político y cultural para llevar a cabo su práctica, corre el riesgo de caer en un acto violento y discriminatorio. “Que la psicología no sea solo cuestión de clase. Territorializar nuestros saberes para poder recolectar otros de otra forma”, comenta Daniela Conte, estudiante de la Facultad de Psicología de la UNLP.

Para ser más gráfica, es como que hoy en día hagamos análisis ignorando por completo que estamos inmersxs en una pandemia mundial que nos llevó a un aislamiento de más de 200 días. ¿Es posible atender a alguien y que no surja en el tratamiento las palabras COVID-19, aislamiento, pandemia? Es entonces posible, que en el medio de una revolución color verde las personas que consulten no hablen de ¿aborto, lesbianismo, sexualidad, feminismo?

¿Cómo alojo a unx adolescente que está descubriendo su sexualidad si consideró que ser gay/lesbiana, o cualquier elección que no sea hetero-normada, es una perversión? Cuando acto seguido la justificación a esa (bizarra) afirmación es: “porque Freud en 1905 dijo que…” y escuchamos el año, la argumentación pierde un poco de fuerza, ¿no? No porque el psicoanálisis deje de ser válido, sino simple y llanamente, porque la sociedad en la que Freud desarrolló y postuló su teoría no es la misma que la de hoy en día.

Entre repetición y repetición hay un espacio donde es posible  la politización de nuevas formas que no tengan que ver con una apropiación normativa. Y lo que nos queda entonces aquí, es la famosa deconstrucción. La misma implica un pliegue crítico que no necesariamente es para abandonar la propia performance, pero si para saber que esa localización subjetiva descansa en un fundamento que es contingente.

Ana María Fernández se pregunta ¿Por qué la diferencia sexual deviene desigualdad social? Más allá de las diferentes corrientes, que pueden o no estar ligadas al psicoanálisis, nuestro mayor acuerdo como profesionales de la salud, debe estar en sostener y reivindicar las concepciones teóricas que el feminismo aporta, que tiene que ver con entender al sistema patriarcal, capitalista, racista, colonialista como una variable que genera y produce padecimientos psíquicos particulares.

“Personalmente igual siento que ya no alcanza con cuestionar un análisis sólo desde la perspectiva de géneros, sino que el cuestionamiento debería ser hacia el dispositivo mismo (privado) y hacia el sujeto sobre el que está pensada la accesibilidad a ese dispositivo” dice Camila Elizalde, estudiante de Psicología UNLP. Hoy en día nos encontramos en la clínica con varias y nuevas formas de violencia patriarcal, que sin una perspectiva transfeminista y de derechos humanos pueden ser minimizadas e incluso ignoradas.

Es necesario garantizar la escucha desde la interseccionalidad, que se presenta como una mirada obligatoria para romper con la lógica de patologizar todo lo que rompe con la norma. Nosotrxs como profesionales debemos dar respuesta a la demanda de una salud mental integral, transfeminista y crítica del orden impuesto.

Provocar al estatus quo todas las veces que este resulte opresivo, genere padecimiento o segregue “La lucha es para que no nos apaguen la voz, no para que cada vez que hablemos nos digan cómo hacerlo” dice Luciana Peker en Sexteame.

Considero posible sostener un psicoanálisis que acepta los desafíos de dialogar, repensar, reformular y deconstruir con los feminismos, activismos y estudios de géneros. Es menester un posicionamiento ético-clínico-político que critique permanentemente las teorías, los abordajes y las disciplinas, para saldar (al menos un poco), la deuda que el psicoanálisis en particular y la psicología en general, tiene con las identidades NO normativas.

[1] Afirmaciones de unx profesorx de la Licenciatura en Psicología de la UNLP.


LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN Y LOS TEXTOS ESTÁN AUTOEDITADOS POR LOS PROPIOS BLOGUEROS

Por Camila Marcó del Pont – Psicóloga. Columnista del medio de comunicación digital El Tábano Economista. Facebook: Camila Marcó del Pont., Instagram: camilamarcodelpont, Twitter: CMarcodelPont