Qué placer fue participar en el histórico plebiscito del 25 de octubre de 2020 donde por más del 78% los pueblos en Chile decidieron cambiar la constitución heredada de la dictadura militar de Pinochet. Es una cifra esperanzadora, ya que muestra la posibilidad de lograr grandes consensos sobre lo que queremos para el futuro de nuestro país. Mucho más de dos tercios de la población están de acuerdo con que necesitamos un cambio profundo en el país, lo que indica que el requisito de dos tercios de acuerdo para aprobar nuevos artículos sería posible. ¿Pero qué tan de acuerdo estamos?
De ese 78% ¿cuántas personas están de acuerdo con el reconocimiento de los pueblos originarios, con la declaración de Chile como país plurinacional, con reconocer derechos a la naturaleza y con cambiar el sistema económico capitalista extractivista? ¿Cuál es la alternativa que queremos promover desde la constitución para un nuevo sistema económico en Chile?
Como activista por los derechos sociales y ambientales he participado en varios conversatorios sobre cómo cambiar la constitución para proteger la naturaleza, donde he expuesto mi punto de vista alimentado por la experiencia desarrollada desde la RADA, y también por mi formación profesional de bióloga. He visto desde niña cómo se destruye la naturaleza a nombre del progreso, reflexionando a lo largo de mi vida sobre qué significa progreso, por qué debemos aceptarlo como si fuera una religión, a qué responde este orden de las cosas, cómo encaja todo eso con otros problemas sociales que, a pesar de la destrucción ambiental para posibilitar el progreso, jamás son resueltos.
Mientras estudiaba el Máster en Planificación en la Universidad de Otago en Dunedin, Nueva Zelanda (2013-2014), participé en un congreso internacional sobre desarrollo y ayuda internacional. Pensé que allí encontraría algunas claves sobre qué es el desarrollo (el concepto que reemplazó al progreso). Una académica británica expuso en ese congreso, sobre un proyecto de ayuda internacional para la construcción de una gran represa en China. Yo me preguntaba ¿qué tiene eso que ver con desarrollo? ¿Acaso esta gente no sabe de los impactos ambientales y sociales de las represas para la generación de energía? ¿Por qué la construcción de una represa es sinónimo de desarrollo? Fue en ese momento cuando me di cuenta, que “desarrollo” es el estilo de vida europeo. Nada más que eso. Hay cientos de culturas en el mundo, cientos de pueblos que viven de distintas formas, ninguna de ellas se llama “desarrollo”, solo la forma de vida de la cultura occidental eurocéntrica.
El desarrollo busca alejarse de las formas de vida de los pueblos originarios, persiguiendo el mayor confort material posible para la vida. Los países desarrollados inventaron el concepto de desarrollo y se autodenominaron con esa categoría, dejando a todo el resto del planeta automáticamente en el subdesarrollo, mirando a Europa como el modelo a seguir, deseando el mismo confort material, el mismo nivel de riquezas, de infraestructura, de acceso a tecnología de punta, de acceso a comida en abundancia, y también de seriedad de las instituciones públicas, y a veces también de garantías de derechos por parte de los Estados. ¿Pero cómo llegó Europa a eso? Hay que remontar la historia para descubrir sin dificultad que, el actual nivel de riquezas de los países europeos se debe al saqueo y apropiación de los territorios de sus colonias. Y el nivel de protección de derechos se debe a que el campesinado se levantó al final de la edad media, sublevándose contra la nobleza y la aristocracia, lo que provocó la transformación del feudalismo en capitalismo. Se subdividió la propiedad de la tierra dejando a las mujeres sin derecho a ella, transformando al hombre campesino en proletario, imponiendo la jerarquía social en la que la mujer pasó a ser el segmento en el que se descargaron los hombres proletarios como forma de aprovechar su posición jerárquicamente superior solo a ellas, los hombres y mujeres indígenas de los territorios colonizados fueron considerados infrahumanos, sin derecho a nada, apropiables y utilizables, igual que la naturaleza, conquistada a través de la ciencia para enriquecer a los nuevos señores: los capitalistas.
Pero en Europa el capitalismo no pudo instalarse a sus anchas, porque llegó en medio de sociedades ya movilizadas, que ya demandaban justicia, y que exigieron y lucharon por garantías de derechos básicos. Las mujeres, sometidas a un exterminio sistemático a través de la cacería de brujas, lucharon por recuperar sus lugares, derechos, libertades. Mientras esa pugna de poderes se desarrollaba en Europa, en América se exterminaban y esclavizaban los pueblos originarios del continente. La instalación del capitalismo en América, entonces, fue mucho más violenta, y en un contexto completamente distinto, donde los pueblos originarios luchaban por sobrevivir a la masacre.
¿Es posible que en América Latina y el resto del mundo “en vías de desarrollo” lleguemos a los niveles de confort material que se disfrutan en Europa? No. No existe la cantidad suficiente de bienes naturales para ello. Ni todos los yacimientos de cobre del mundo juntos contienen la cantidad suficiente de mineral como para que todo el planeta tenga el nivel de electrificación, industrialización, telecomunicaciones e infraestructura que existe en Europa. Ese desarrollo se construyó sobre la apropiación de los territorios de pueblos exterminados y esclavizados. ¿A qué pueblos esclavizaremos y exterminaremos para llegar a nuestro ansiado desarrollo?
De los millones de especies que existen en el planeta, la humanidad es solo una y muy reciente. La vida existe en La Tierra desde hace miles de millones de años, la especie Homo sapiens solo desde hace 200.000 años. Se originó en África desde donde migró siguiendo manadas de animales y buscando lugares donde la comida fuera abundante. En cada lugar donde se asentó, la especie desarrolló una cultura capaz de vivir con los bienes naturales que existían en el lugar, aprendiendo a cazar, a pescar, a elegir los frutos, hongos, raíces, tallos y hojas aptos para alimentarse y sanarse, cómo prepararlos, cómo construir sus refugios, de dónde obtener agua y cómo almacenarla, de dónde y cómo obtener los mejores materiales para confeccionar vestuario, herramientas, arte. Lejos de romantizar las culturas de los pueblos originarios, mi intención es graficar lo opuestas que son al concepto de desarrollo: la naturaleza es venerada y no sometida, se busca el equilibro, no la acumulación, la vida es comunitaria, no individualista, el conocimiento es arraigado y contextualizado, no generalizado y vaciado de contexto. Las personas pertenecen al territorio, y no al revés. Las tecnologías son sencillas y hechas con materiales locales, creadas para resolver necesidades y no deseos. Por eso es que se ha reconocido a nivel internacional que los pueblos originarios son los protectores del planeta. Si no existieran ya se habría arrasado con todo, para que tod@s vivamos como en los países desarrollados, necesitamos tres o cuatro planetas, y solo tenemos uno.
Está claro que el capitalismo debe retroceder en Chile, porque el extremo al que ha llegado es insoportable. Cada necesidad humana está sometida en Chile al mercado. Pero ¿hasta qué punto lo haremos retroceder? Para mi gusto, lo que necesitamos es volver la mirada a las formas de vida de los pueblos originarios, dejar de desear lo que está lejos, y comenzar a cultivar una nueva relación con nuestro territorio, y entre los pueblos que lo habitamos bajo un nuevo objetivo: el buen vivir. Abandonar la idea de desarrollo por una idea contextualizada cultural y territorialmente, que no tenga como centro el elevar los niveles de confort material y engrosar macroindicadores económicos, sino que la garantía de las necesidades básicas de todas las personas y sus derechos individuales y colectivos. Los placeres más profundos vienen de las cosas más sencillas. Podemos experimentarlos a través de la interacción con una naturaleza sana y sociedades respetuosas, solidarias y libres.
Una país tremendamente arribista como Chile, que mide a la gente por lo que tiene, una sociedad tremendamente racista y clasista como la Chilena, ¿hasta qué punto acordará hacer retroceder el capitalismo y derribar la hegemonía del desarrollismo? Es el desafío que hoy tenemos por delante, el hermoso desafío de debatir estas temáticas y llegar a un punto de acuerdo, tal como el domingo 25 acordamos terminar con la constitución de Pinochet. Por eso la participación de todas y todos, la representación real de los pueblos originarios, la paridad de género, la participación de l@s jóvenes, de las diversidades sexuales, de la gente en situación de discapacidad, de l@s migrantes, es tremendamente necesaria para llegar a un punto de acuerdo lejos de las elites de poder y cerca de lo mejor que podemos construir como pueblos diversos, deliberantes y movilizados.
Ganar el plebiscito es solo un paso para avanzar hacia ese Chile nuevo. Ahora nos toca discutir y deliberar sobre cómo queremos cambiarlo y en qué queremos transformarlo. La elección de l@s miembr@s de la convención constitucional no debe significar la delegación de la necesaria discusión a la esfera de la convención. Es indispensable que los pueblos sigamos movilizándonos, organizándonos y desarrollando los contenidos de la nueva constitución. Después de redactada la nueva constitución, habrá que seguir luchando por las transformaciones legislativas que reflejen los cambios en la carta refundadora, y para que esos cambios institucionales reflejen también un cambio en nosotr@s mism@s. Nunca más dejemos el país en manos de la elite. Nunca más soltemos nuestras propias manos, nunca más aceptemos la destrucción bajo la excusa del desarrollo.
LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Alejandra Parra Muñoz – Máster en Planificación University of Otago, Bióloga en Gestión de Recursos Naturales, Red de Acción por los Derechos Ambientales RADA, Red de Defensa de los Territorios.