Por Mario Matus | Potencialidad y límites de un estallido espontáneo

Respecto a la manipulada y desproporcionada cobertura mediática a los hechos muy minoritarios de violencia del domingo 18 de octubre de 2020, cabría agregar algunas ideas que aporta la Historia, esa misma que este Gobierno eliminó como asignatura obligatoria en 3ro y 4to medio. Aunque es un tema abierto para el debate, mi opinión es que la energía liberada por este tipo de estallidos sociales (o reventones, como diría Gabriel Salazar) revela ciertos rasgos típicos, que se han dado históricamente en muchas otras coyunturas críticas de este tipo.

Yendo a lo fundamental, su principal ventaja es que son inorgánicos, espontáneos y desarticulados. No obedecen a una conducción identificable, sino más bien siguen a miles de iniciativas locales. Según el fiscal a cargo de la investigación de los incendios intencionales de las numerosas estaciones del Metro, entrevistado por CNN en estos días (no tiene pérdida), éstos respondieron a iniciativas individuales desconectadas, incluso impulsadas desde celulares por algunas dueñas de casa desde sus domicilios. Según este fiscal, ellas consideraban que el Estado las perjudicaba continuamente a través de su indiferencia e inacción ante abusos y desprotección social. Por eso, se habrían sumado a llamar a la quema de las estaciones. Porque las veían como símbolos de un Estado opresor, aliado de empresarios abusadores. Según este fiscal, ni siquiera fueron grupos anarquistas propiamente tal. Fue gente diversa y muy indignada. Así sucedió en 1910 en México, a raíz del asesinato de Francisco I. Madero, cuando se levantaron ciudadan@s por todo el país sin ninguna coordinación. Y así sucedió en julio de 1789 en París a raíz del fuerte encarecimiento del pan y la destitución de Necker como ministro de Hacienda, y que en semanas previas había visto numerosas marchas de mujeres enfurecidas hacia las panaderías y que muchas veces terminaron con el linchamiento del panadero y su mujer.

Esta espontaneidad alberga algunos aspectos positivos. En un contexto en que las instituciones políticas formales están seriamente cuestionadas, el proceso de vigilancia / fiscalización vuelve a las masas, ya que éstas se lo arrebatan a quienes ya no consideran como sus válidos representantes (parlamentarios y Ejecutivo), pero todavía no son capaces de articular un proyecto de sociedad competitivo, que cuente con el apoyo de una clara mayoría.

Ahora, si el vapor del estallido logra canalizarse por una vía unitaria, si se consigue una vigilancia y fiscalización permanente del proceso de creación de nuevos contratos económicos, sociales y políticos y esto se condensa en nuevas instituciones políticas formales (reglas del juego) revestidas de representatividad y legitimidad, esta violencia destructiva se aquieta y las personas prefieren acatar las nuevas reglas del juego que se han dado. Ahí llega la Paz Social.

Pero esta espontaneidad también acarrea riesgos. Si el proceso se dilata demasiado y no se logra una canalización, o peor aún, si se constata que es imposible lograrlo, el reventón espontáneo se va degradando y puede convertirse en su peor enemigo, puesto que a muchas de las fuerzas que lo impulsaban les va entrando el pánico y la desesperación ante un prolongado cuadro de ausencia de normas básicas de convivencia y un desborde evidente de la violencia y la destrucción. En ese instante, se empieza a instalar subrepticiamente en la mente de much@s que habían apoyado el reventón, la necesidad de acabarlo a como dé lugar así sea mediante el recurso más represivo y el uso de una fuerza desproporcionada. Esa es la apuesta de los que bloquean todo cambio.

Por eso, no creo en las virtudes teleológicas de aquellos movimientos sociales, que estando separados por enormes conflictos de interés que ni siquiera conocen, son incapaces de generar una conducción clara. Por eso estamos en una cancha que fue rayada por un acuerdo entre partidos políticos el pasado 15 de noviembre de 2019 y no por la Mesa de Unidad Social, que fue incapaz de adelantarse y competir con los partidos esgrimiendo una estrategia que hiciera honor a su nombre.

Pero, por otro lado, el acuerdo que lograron sacar los partidos fue una volea desesperada con el brazo cambiado, porque no tienen el control de la calle (ni siquiera el PC ni el FA). De hecho, si alguna figura de izquierda podía jactarse a fines de 2019 de ser el único político que podía pasearse tranquilamente por Plaza Dignidad, expresaba una errada percepción y ansiedad por ser aceptado plenamente por una calle que no controla.

Sumando y restando. El Proceso Constituyente es un cauce al que convergen las aguas de turbulentos ríos irregulares de fuertes crecidas espontáneas con suaves hilitos de decadentes ríos permanentes que amenazan con secarse. Si la fusión de ambas corrientes da lugar a un estuario donde haya aguas renovadas, abundantes y quietas habrá motivos para un carnaval. Pero si las aguas arrasan con todos los poblados río abajo, la desesperación y el miedo pueden llevar a decisiones muy negativas, cuyos efectos pueden perdurar por décadas. Por eso hay que tomar en serio estos aspectos y se debe contribuir con todo lo que esté al alcance para que la violencia natural producida al chocar ambas corrientes -y cuando aún no se han fusionado- se convierta gradualmente en un caudal regular, abundante y predecible para la gran mayoría de los chilenos.

En esta lógica, la espontaneidad e inorganicidad del movimiento volatiliza el argumento conspiranoico de quienes se oponen al cambio tachandolo de operación subversiva planificada y les advierte que, de no abrir mínimas válvulas de salida, la tensión seguirá escalando. De modo que si acuden a una receta represiva pagarán un costo político altísimo, ya que las condiciones para aplicarla no son similares a las que tenían a inicios de septiembre de 1973. No se puede matar a miles de personas en un país como Chile y en el momento que vive sin escándalo mundial y con impunidad ante los tribunales internacionales. Por otro lado, en la medida que inicialmente es inorgánico, nadie podría tachar de componenda al órgano constituyente, siempre que este sea capaz de aglutinar de modo significativo esta heterogeneidad a través de un importante número de independientes. Ese será el desafío, en cualquier caso, de la 2da fase que se viene tras el Plebiscito. ¿Cómo lograr que el proceso de conformación del órgano constituyente abarque a un número importante de independientes? Ahí también se requerirá mucha presión desde la calle.

Dicho esto, invito a ser más ponderados con los análisis, para no caer en el error de sobreestimar los hechos de violencia del pasado domingo 18 de octubre de 2020 (Germinal, según el Calendario de la Revolución Francesa adaptado al Hemisferio Sur) y que no oscurecen en absoluto la masividad y el enorme alcance simbólico que tuvo como hecho político, pero tampoco a subestimar una violencia difusa y peligrosa que esparce el miedo, y que obliga a hacer sostenidos y sinceros esfuerzos unitarios para posicionar competitivamente el canal institucional que la gran mayoría de los chilenos apoya.  Es cierto que una coyuntura crítica como la que vivimos acarrea una dosis importante de incertidumbre, pero ésta será mínima comparada con la que aparecerá si se impone el bloqueo a las transformaciones urgentes que se demandan. Por otra parte, esta incertidumbre coyuntural puede constituir un capítulo meramente transitorio en la creación de una nueva y duradera certidumbre basada en el Interés General.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Mario Matus – Facultad de Filosofía y Humanidades, U de Chile.