Por Gonzalo Núñez Erices | Hume acusado de racista: ¿indignarse o festejar?

Difícilmente alguien podría dudar que David Hume (1711-1776) es uno de los filósofos más relevantes en la historia de las ideas, la comprensión del pensamiento ilustrado anglosajón y, en términos generales, la construcción de la identidad moderna en occidente. Sin embargo, en estas últimas semanas su nombre ha generado una controversia que resulta interesante de comentar. Debido a una petición online firmada por más de 1,700 estudiantes denunciando comentarios racistas afirmados por el filósofo, la Universidad de Edimburgo ha decidido finalmente renombrar uno de sus edificios bautizado como David Hume Tower con el nombre 40 George Square. La decisión de la universidad, tal como las autoridades explican en un comunicado, está ‘energizado’ por la muerte de George Floyd en Estados Unidos y el activismo en torno al movimiento Black Lives Matter. De este modo, algunas de las ideas expresadas por el filósofo escocés que siembran la discordia provienen de su ensayo ‘Of the National Character’ en el cual sostiene:

“Sospecho que los negros y en general todas las otras especies de hombres (de las que hay unas cuatro o cinco clases) son naturalmente inferiores a los blancos. Nunca hubo una nación civilizada que no tuviera la tez blanca, ni individuos eminentes en la acción o la especulación”.

A pesar de que el movimiento iluminista en los siglos XVIII y XIX es un proyecto histórico basado en la consolidación de los valores de la libertad, igualdad y fraternidad, no hay que olvidar que también tiene un componente racial importante. El sujeto que reconoce su propia autonomía a partir de una racionalidad compartida con otros sujetos iguales es fundamentalmente el hombre blanco europeo. Así, no solo es posible rastrear comentarios de superioridad racial en textos de Hume, sino también en Montesquieu, por ejemplo, quien describió a los africanos como “bárbaros”, Voltaire quien pensaba a las personas de piel negra como individuos que tenían “algunas ideas más que los animales”, o Kant, filósofo emblema del siglo de las luces, quien afirmaba que “la humanidad existe en su mayor perfección en la raza blanca”. La ilustración es una construcción de identidad bajo la noción de lo civilizado en contraposición a lo barbárico, es decir, todo aquello que no corresponde a los parámetros morales y estéticos de una racionalidad blanca masculina. Hay un ‘nosotros’ que incluye un tipo particular de sujeto que excluye a las(os) ‘otras(os)’, las(os) no-civilizadas(os). Esta exclusión priva a esa(e) otra(o) de su condición de autonomía y racionalidad y, por lo tanto, la(o) destierra finalmente de su propia humanidad.

A mi juicio, lo interesante no está en tomar ninguna de las siguientes posiciones: por una parte, indignarse y encolerizarse por considerar que comentarios racistas propios de la época no representan ni tampoco desacreditan la enorme obra intelectual de David Hume; por otra parte, festejar la decisión de la universidad como el logro de dejar de reconocer valor histórico en personajes que han promovido ideas racistas. Lo realmente importante estriba en un hecho que ya no depende de nuestras voluntades u opiniones: la progresiva crisis de la institucionalidad de la cual somos testigos en Chile y en gran parte del mundo.

Las instituciones son creaciones humanas que estructuran las relaciones que definen los tejidos sociales. No obstante, instituciones políticas, religiosas, culturales, económicas, internacionales, sociales, privadas, y educacionales han perdido su estatus de trascendencia frente al individuo. Han dejado de ser esas antiguas construcciones monumentales romanas que le recordaban a la ciudadana y ciudadano su pequeña existencia frente a la grandeza del imperio. Somos testigos de una resignificación del valor de las instituciones que ya no está en las manos abstractas de una élite intelectual, económica, o política, sino en los ‘Me gusta’ en las redes sociales, firmas y causas colectivas alrededor de las cuales personas comunes y corrientes logran identificarse entre sí.

Desde la exigencia en el renombramiento del edificio de una universidad, como la revisión en Estados Unidos de las estatuas que glorifican personajes asociados con el esclavismo, hasta el bautizo popular de la Plaza Baquedano como Plaza Dignidad, o la reinterpretación del colectivo Las Tesis del himno institucional de carabineros, todos son ejemplos de instituciones cuya crisis no es solo la incapacidad de representatividad social, sino también la descomposición de su poder frente a la ciudadanía. Su crisis no es sino entonces un aterrizaje lento pero inexorable en el mundo terrenal de la contingencia humana.

Como filósofo, David Hume defiende un escepticismo radical sobre la existencia de una conexión necesaria entre los eventos de la naturaleza: nada que haya ocurrido en el pasado es una garantía de certeza para lo que pueda ocurrir en el futuro. Sin embargo, su escepticismo no fue los suficientemente coherente respecto de que no hay ninguna señal en la naturaleza para sostener ―sin que sea más que una creencia originada quizás en la ignorancia y la inseguridad― que una raza en particular (la blanca) sea superior a cualquier otra. De este modo, no porque una institucionalidad haya existido de una manera u otra en el pasado implica que lo siga haciendo necesariamente de la misma manera en el futuro. Creer lo contrario no es más que un simple hábito psicológico (como diría Hume) que responde a nuestros dogmas tradicionales o tradiciones dogmáticas. Así, la oportunidad de toda crisis es reflexionar sobre nuestras creencias y tradiciones más arraigadas como construcciones que siempre pueden ser transformadas o eliminadas. Mientras Gran Bretaña puede encontrar en la resignificación de sus instituciones el espacio para revisitar su pasado vinculado al esclavismo colonialista, Chile atraviesa un proceso similar con su propia institucionalidad y el símbolo de una constitución enraizada en un pasado dictatorial que siempre o, más bien, necesita ser cambiada.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Gonzalo Núñez Erices – Académico departamento de filosofía Universidad Católica del Maule.