Incendios: ¿por qué el humo es aún más nocivo en tiempos de COVID-19?

Los incendios forestales son un hecho todos los años en diversos lugares, desde España a Estados Unidos y América Latina. La exposición al humo es nociva para la salud por su composición, y puede facilitar el contagio de COVID-19. Pero, ¿de qué está hecho el humo y por qué es tan nocivo?

América del Sur vive uno de sus peores incendios, que en este momento arde sobre el humedal más grande del mundo, El Pantanal, situado entre los estados de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul, en Brasil.

En tanto, la actual temporada de incendios que acecha la costa oeste de Estados Unidos es la peor de la historia. Las altas temperaturas facilitan que los incendios se extiendan con mayor velocidad a las zonas rurales de California, Washington y Oregon. También en España y Australia ocurren todos los años. En América Latina, en particular en México y América Central

El humo de los incendios afecta a los pulmones humanos, lo que se agrava con la temperatura alta, y es especialmente peligroso para quienes sufren de enfermedades o problemas respiratorios. Así lo explica el toxicólogo ambiental Luke Montrose en un artículo que escribió para The Conversation.

¿De qué está compuesto el humo de los incendios?

Montrose, que investiga cómo la contaminación del aire, en particular la del humo de leña, afecta la salud y las enfermedades humanas, explicó que para precisar «qué hay exactamente en el humo de un incendio forestal» es necesario definir, antes, algunas cosas.

Para empezar, el material que se quema, pasto, árboles, hierbas, incide en su gravedad. Por otro lado, por supuesto, la temperatura: ¿ya se prendió fuego o está humeando? Por último, y no menos importante, cuán cerca está la persona que respira el humo del fuego que lo produce.

Contrario a lo que podría pensarse, la distancia puede hacer que el humo se vuelva más nocivo. Esto se debe a que, a mayor distancia, más capacidad tiene el entorno de hacer ‘envejecer’ al humo, según define Montrose. Por ejemplo, el sol y otros químicos en el aire alteran al humo que, cuando llega a los pulmones de quien lo recibe, tiene una toxicidad que no tenía cuando surgió del incendio.

Los compuestos pueden variar: monóxido de carbono, compuestos orgánicos volátiles (COV), dióxido de carbono, hidrocarburos y óxidos de nitrógeno. Por supuesto, las partículas grandes no suelen viajar demasiado lejos del fuego, y son las más pequeñas, también llamadas aerosoles, las que recorren mayores distancias: incluso continentes.

¿Cómo afecta el humo al cuerpo humano?

Las pequeñas partículas que viajan tienen menos de 2,5 micrómetros de diámetro, lo que las hace unas 50 veces más pequeñas que un grano de arena. Por ello, a dichas partículas, que son las más contaminantes, se las utiliza como unidad de medida para advertir sobre los potenciales riesgos que un determinado incendio.

«El material particulado respirable presente en la atmósfera de nuestras ciudades en forma sólida o líquida (polvo, cenizas, hollín, partículas metálicas, cemento y polen, entre otras) se puede dividir, según su tamaño, en dos grupos principales. A las de diámetro aerodinámico igual o inferior a los 10 µm o 10 micrómetros (1 µm corresponde a la milésima parte de un milímetro) se las denomina PM10 y a la fracción respirable más pequeña, PM2,5. Estas últimas están constituidas por aquellas partículas de diámetro aerodinámico inferior o igual a los 2,5 micrómetros, es decir, son 100 veces más delgadas que un cabello humano. Su prevalencia es una de las razones por las que las autoridades sanitarias emiten advertencias sobre la calidad del aire utilizando PM2.5 como métrica», se explica desde el portal ecologista Ecologistas en Acción.

El cuerpo humano está equipado con mecanismos de defensa naturales contra partículas mayores a PM2.5, explica Montrose. «Como les digo a mis alumnos, si alguna vez tosieron flemas o se sonaron la nariz después de estar alrededor de una fogata y descubrieron moco negro o marrón en el tejido, han sido testigos de estos mecanismos de primera mano», escribe.

Sin embargo, las partículas realmente pequeñas no pueden ser filtradas por el sistema respiratorio humano. Aun así, el cuerpo humano tiene células inmunes especializadas presentes en los sacos de aire llamados macrófagos, cuyo trabajo es identificar material extraño y destruirlo. El problema es que, cuando se está expuesto al humo de leña por demasiado tiempo, los macrófagos se inhiben, lo que puede generar inflamación pulmonar.

Humo y COVID-19

Mientras que la exposición al humo por un corto tiempo puede irritar los ojos y garganta, una dosis alta y prolongada al humo de incendios forestales durante días o semanas, o la inhalación de humo denso, «puede aumentar el riesgo de daño pulmonar y también puede contribuir a problemas cardiovasculares», sostiene Montrose.

Como los macrófagos se inhiben frente a las partículas más pequeñas, hay un riesgo mayor de exposición viral cuando se está en presencia de humo. «La evidencia reciente sugiere que la exposición a largo plazo a PM2.5 puede hacer que el coronavirus sea más mortal», explicita.

Por ello, si se está cercano a incendios forestales, es preciso mantenerse informado sobre la calidad del aire, a menudo brindada por las autoridades locales durante estos periodos.

En caso de una advertencia de calidad del aire de la zona, es mejor evitar las salidas al exterior y las actividades al aire libre.

Aunque todas las mascarillas reducen, en mayor o menor medida, los riesgos de contraer COVID-19, no todas pueden filtrar los aerosoles del humo. Montrose recomienda la máscara N95 y aclara que para que funcione debe estar ajustada.