Por Francisco Herranz | Johnson: populismo e incompetencia

El primer ministro británico ha vuelto a poner en jaque a toda la Unión Europea. El ‘enfant terrible’ inglés ha acusado a Bruselas de amenazar la integridad territorial del Reino Unido y ha subrayado que la única solución consiste en aprobar la llamada Ley del Mercado Único que ya ha pasado el primer trámite en la Cámara de los Comunes.

El problema estriba en que ese proyecto de ley viola de manera flagrante varias cláusulas del acuerdo suscrito previamente entre Londres y Bruselas y que regula el periodo de transición después del Brexit. El tratado está en vigor desde el 31 de enero de 2020, es decir, cuando él ya ejercía como jefe del Ejecutivo de Downing Street, pues ganó con mucha ventaja las elecciones parlamentarias de diciembre de 2019, vendiendo precisamente ese pacto gestionado por su equipo desde julio de ese año. Ahora, transcurridos casi nueve meses, no le gusta lo que firmó y quiere revisar los documentos para sorpresa de no pocos.

«No podemos llegar a una situación en la que las fronteras de nuestro propio país sean dictadas por un poder extranjero o por una organización internacional. Ningún primer ministro podría permitirlo», proclamó Johnson con su habitual verborrea en el Parlamento de Westminster, situado a orillas del Támesis.

La estrategia de Johnson

Su estrategia consiste en asustar o enervar a los 27 estados miembros y forzarles a renegociar ciertos cambios que él considera imprescindibles. ¿Qué capítulos quiere abrir y examinar de nuevo? Johnson cree que el club comunitario actúa de mala fe —»con una pistola sobre la mesa», ha dicho— y que por ello la Unión está dispuesta a hacer una interpretación «extrema» del acuerdo, hasta el punto de bloquear productos perecederos y mercancías en las aguas del Mar de Irlanda, es decir, entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, un enclave británico situado en la isla de Irlanda.

¿Por qué piensa así? Porque el Protocolo de Irlanda del Norte, incluido en el acuerdo sobre el Brexit, estipula que esa región septentrional forma parte del territorio aduanero del Reino Unido, pero dentro del mercado único comunitario para evitar así que haya una frontera terrestre entre las dos Irlandas.

El Protocolo establece un comité conjunto que determinará los productos y bienes «de riesgo» (cuyo posible destino sea la República de Irlanda, miembro de la UE), a los que se aplicarían aranceles comerciales a partir de enero de 2021 si no se firma antes un acuerdo comercial definitivo. Todas estas salvedades y vericuetos se reflejaron negro sobre blanco para contentar especialmente a los sectores norirlandeses, cuyas comunidades católicas y protestantes atraviesan un delicado proceso de paz y estabilidad tras años de violencia.

Fiel a su estilo provocador, el prime minister fijó el 15 de octubre como fecha límite para alcanzar un acuerdo comercial post-Brexit, y declaró que no tenía sentido pensar en plazos más allá de esa fecha.

«Si no podemos ponernos de acuerdo para entonces, entonces no veo que haya un acuerdo de libre comercio entre nosotros», señaló, según un comunicado emitido por su oficina. Eso significaría que no se ampliará el plazo negociador que concluye a finales de octubre. De hecho, el periodo de transición expira el 31 de diciembre de 2020. Durante ese tiempo provisional, el Reino Unido seguirá formando parte de la unión aduanera de la UE y de su mercado único, aunque ya abandonó sus organizaciones políticas como la Comisión Europea o el Europarlamento.

Preocupación en la UE

Antes de la octava ronda de conversaciones, que se produjo la semana pasada en Londres, el principal negociador del Brexit de la Unión Europea, el francés Michel Barnier, expresó su preocupación por los lentos avances conseguidos hasta la fecha en el complejo camino de suscribir un acuerdo de libre comercio que sustituya al citado pacto transitorio. «A los británicos les gustaría lo mejor de ambos mundos: exportar sus productos al mercado europeo con sus condiciones», recalcó Barnier no sin cierta dosis de sorna.

La controvertida iniciativa de Johnson, que fue alcalde de Londres entre 2008 y 2016 y antes periodista en los diarios The Times y The Daily Telegraph y en la revista The Spectator entre 1987 y 2008, ha provocado encendidas reacciones tanto dentro como fuera de su casa.

Cinco exprimeros ministros —los conservadores John Major, David Cameron y Theresa May, y los laboristas Tony Blair y Gordon Brown— han denunciado la evidente ilegalidad de su propuesta, así como el daño irreversible que esa ley ocasionará, si es finalmente aprobada, a la ya erosionada credibilidad internacional del Reino Unido. Unos 20 diputados tories, incluidos algunos firmes partidarios del Brexit, tienen pensado abstenerse o votar en contra de esa norma. Hasta la prensa afín londinense ha puesto el grito en el cielo y ha pedido explicaciones al Gobierno.

Otros cuestionamientos

Quizás quien ha resultado más elocuente en las últimas críticas al primer ministro ha sido el diputado laborista Ed Miliband, sustituyendo al jefe de su partido, Keir Starmer, en cuarentena por culpa del coronavirus.

«Lo que está haciendo hoy Johnson —manifestó Miliband en el Parlamento— es decirnos que su éxito clave, el acuerdo que nos dijo que era un triunfo, que estaba listo para hornear, el acuerdo que defendió y con el que ganó las elecciones es ahora contradictorio y ambiguo. ¡Qué incompetencia! ¡Qué falta de gobernanza! ¡Cómo se atreve a intentar acusar a todo el mundo! ¡No se puede escudar en los demás! Por primera vez en su vida es hora de que acepte su responsabilidad, es hora de sincerarse. Es su acuerdo, su desastre, su fracaso».

El presidente de la Comisión de Comercio Internacional del Parlamento Europeo, el diputado alemán Bernd Lange, declaró, por su parte, que estaba «sorprendido» por la forma en que sus homólogos británicos están negociando. «No había visto nada parecido en décadas. No permitiremos que nos chantajeen. Nos atenemos a los acuerdos», señaló. «La ilusión británica de soberanía conducirá a la mayor pérdida de soberanía en la historia británica», agregó.

Johnson parece cortado por el mismo patrón político que Trump. Como bien dice Rafael Ramos, el corresponsal en Londres desde 1994 del diario de Barcelona La Vanguardia, Johnson «es un populista autoritario que evita el escrutinio y estimula el caos». Quizás por eso se llevan tan bien ambos.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN