SANTIAGO – Una salida diaria de 90 minutos, tres días por semana. Ese fue el anuncio realizado por las autoridades respecto a la movilidad de niñas y niños en el contexto de la pandemia, a semanas de una medida similar para las personas mayores. Más allá de esta acción en particular, Camilo Morales, académico del Programa de Estudios Interdisciplinarios sobre la Infancia, analiza la mirada de la institucionalidad ante este grupo de la población y sus efectos, que son más complejos de lo que notamos a simple vista.
“Me parece importante situar el tema de la movilidad en un arco más amplio, que tiene que ver con la ausencia de política pública de cuidado con la niñez en el contexto de la pandemia”, es parte de lo que plantea Camilo Morales, académico del Programa de Estudios Interdisciplinarios sobre la Infancia, respecto al abordaje público que se le ha dado desde la institucionalidad a este grupo de la población.
Esto porque, como analiza el psicólogo y académico de la Facultad de Ciencias Sociales, solo ha estado remitido a lo normativo. “El ‘quédate en casa’ tiene un valor de protección, pero en el fondo es como ‘quédate en casa… ¿haciendo qué?’; por eso me parece importante visibilizar esta crisis en términos de los derechos de la niñez”, lo que como explica el experto tiene que ver con que “a los niños se les visibilice como sujetos y que eso también implique, por ejemplo, escuchar sus opiniones, sus experiencias, cómo se han sentido”.
¿Cuán necesario era tomar medidas en torno a la movilidad de niños y niñas como las recientemente presentadas por las autoridades, en la línea de lo que pasó con las personas mayores?
El tema de la movilidad, pensando que es una medida específica para los niños, la enmarcaría en un ámbito un poco más amplio que tiene que ver con pensar en -de lo que llevamos de pandemia-, cuáles han sido justamente las medidas específicas para esta población.
Qué bueno que se empiece a discutir el tema, pero me parece que llega bien tarde, porque quienes más se han visto afectados desde el punto de vista de la restricción del ejercicio de sus derechos, son las niñas, los niños y los adolescentes (NNA). Por mencionar dos: primero, la educación, sobre todo en aquellos casos donde no hay condiciones para mantener la educación a distancia -por el acceso a internet, porque las condiciones habitacionales no lo permiten, porque no hay adultos que acompañen-; y segundo, relacionado con la movilidad, el derecho al juego, la recreación, el esparcimiento.
Toda esa situación que los niños no hayan tenido autorización para salir de sus casas afecta el libre movimiento, que es una cuestión esencial para ellas y ellos, sobre todo los más pequeños, a propósito de la relación al cuerpo, de la relación al movimiento, que también se van constituyendo como sujetos.
Entonces, creo que no se trata solamente de la importancia de la movilidad, sino de cómo ha sido considerada la niñez durante toda esta crisis sociosanitaria. Creo que ahí hay un problema, que habla de una invisibilización de los niños en esta crisis, y que hasta ahora la “política pública” que ha estado destinada a los niños, más bien se traduce en un endosarle a las familias –a las madres, a los padres, a los cuidadores responsables– toda la responsabilidad del cuidado en un escenario en donde las instituciones que participan, que debiesen participar apoyando el cuidado –por ejemplo las escuelas, los jardines–, no están.
Respecto a la relación con el cuerpo, la relación al movimiento, ¿cómo eso afecta en el desarrollo de un niño?
Desde el punto de vista del desarrollo y de la constitución subjetiva de un niño, el cuerpo y el movimiento cumplen un valor fundamental. Hay todo un ámbito del desarrollo pre verbal, que no es solamente la posibilidad que los niños puedan comunicarse. El cuerpo permite una comunicación al otro, permite producir un modo de interacción a propósito de cómo ese cuerpo se sitúa en un espacio. Cuando los niños empiezan a gatear, incluso previamente cuando se sientan, todo eso instala una escena en donde el otro –me refiero al adulto– se va relacionando de otra manera con el niño. Por un lado está eso: cómo a propósito del desarrollo corporal, de los movimientos, de toda la esfera psicomotriz, se va construyendo la relación al otro. Pero también el movimiento y el juego son las posibilidades que tienen los niños para elaborar sus experiencias. El juego no es solamente diversión. El juego es lenguaje, es comunicación, pero también es la posibilidad que tienen los niños para poder tramitar sus experiencias vitales, representando, haciendo roles, simbolizando lo que van viviendo en su cotidianidad. Entonces cuando eso se ve restringido no solamente se está perdiendo una experiencia de aprendizaje; se está perdiendo una experiencia subjetiva de poder elaborar lo que ha significado la pandemia y el confinamiento.
¿En qué dimensiones de la vida de los niños y las niñas ha impactado el confinamiento a causa de la pandemia?
Todas las dimensiones de la vida de un niño se van a ver afectadas; la familia, la escuela, la relación a los pares, los aspectos emocionales, el juego, la recreación, por nombrar algunos. Desde el inicio de esta crisis sociosanitaria, los organismos internacionales han sido súper enfáticos en el nivel de afectación que los niños van a sufrir a propósito de la pandemia y la post pandemia, señalando como ámbitos críticos cuatro cosas: primero, la salud y la supervivencia, que tiene que ver con la salud mental, con la salud física, con todo lo que implican los temas nutricionales, el acceso a la comida. Hay toda una preocupación importante, sobre todo en los países más pobres.
Después, otro ámbito tiene que ver con los efectos económicos, que es la pobreza. En Chile, en términos de pobreza multidimensional, ya el año 2017 la CASEN estableció que un 23 por ciento de los niños se encontraban en situación de pobreza, y lo más probable, es que con esta crisis los niños que entren a pobreza multidimensional van a aumentar.
Por supuesto está la educación, en términos de todas las pérdidas asociadas al aprendizaje, sobre todo en aquellos casos en que existen brechas para poder acceder a la educación a distancia o que no tienen condiciones en las casas para poder sostener ese tipo de vinculación al espacio educativo. Finalmente, está todo lo relacionado con la exposición a los niños a situaciones de vulneración a sus derechos o situaciones de posible maltrato, negligencias que se puedan dar en el espacio privado familiar dado que se pierde la conexión con otras redes, con otras instancias que de alguna forma también sirven de apoyo con la familia, o bien tienen un lugar también de control social frente a ciertas situaciones.
Un segundo elemento a propósito de esta pregunta, tiene que ver con cuatro cuestiones que están sucediendo a propósito del confinamiento: primero, la experiencia de les niñes con el repliegue desde los espacios públicos a la privacidad del contexto familiar. Esa es una situación inédita en nuestro país, y sobre todo en un momento en que el espacio público estaba siendo resignificado con el encontrarse en la calle, el participar de espacios de manifestación. O sea, el espacio público había adquirido otro lugar hace un par de meses, y de repente, los niños principalmente son los que se ven más privados de poder hacer uso y participar del espacio público.
Después tenemos el problema de las discontinuidades de la experiencia vital. Se ven interrumpidas una serie de rutinas y de ritmos que estaban pre establecidos, y eso nos obliga a tener que replantearlos. Y eso para los niños, sobre todo los más pequeñitos, sin duda que son cuestiones que los afectan.
Lo tercero tiene que ver con los vínculos afectivos y sociales: cómo también el confinamiento nos genera una situación de separación de vínculos afectivos y sociales, sobre todo en el caso de los niños a los pares.
Finalmente, el tema de las pérdidas y los duelos. No es que la pandemia haya inventado la muerte, pero de alguna manera toda esta situación nos lleva a enfrentarnos con situaciones de pérdidas de familiares, de amigos, de conocidos. Entonces, el tema de la muerte aparece como una cuestión mucho más parte de la cotidianidad, y eso genera una serie de ansiedades y temores no solamente en los niños, sino que también en los adultos que se complican muchas veces de cómo hablar de estas cosas con los niños. También están las pérdidas en términos de aquellos proyectos y experiencias que se ven limitados o simplemente ya no van a poder realizarse. Por ejemplo, pienso en lo que significa para un adolescente que está pronto a salir del colegio, está en cuarto medio, y todos los hitos y elementos simbólicos que rodean el cierre de ese proceso, que probablemente no van a poder generarse. También hay perdidas hacia los proyectos vitales, a las renuncias que todos hemos tenido que hacer. Y eso también, sin duda, afecta a los niños.
¿El impacto en esas dimensiones es distinto según las edades, o depende de otras variables?
La edad sin duda es un factor, pero por sí sola no es suficiente y tiene que también vincularse a factores como la trayectoria de vida de ese niño, su contexto familiar; o sea, es distinto vivir la pandemia a los seis años en una parcela que en un departamento sin terraza, por poner un ejemplo.
Si uno lo pone específicamente en el plano etario, los niños tienen distintas necesidades dependiendo de su edad. Para un niño más pequeño que está recién entrando a la etapa escolar, todo lo que tiene que ver con el juego, o el lugar que tienen los adultos en su experiencia van a ser mucho más predominantes. Y por lo tanto, a lo mejor los niños puede que estén mucho más dependientes a los papás, porque encuentran ahí un compañero para poder jugar, para poder aprender, para no sentirse solos. Eso es muy distinto en los niños más grandes, los adolescentes, donde lo más probable es que el malestar tenga que ver más bien con esta situación de la presencia permanente del adulto en un momento en donde uno quiere diferenciarse, y todas las dificultades asociadas a la posibilidad de mantener sus vínculos afectivos sociales en un contexto en que la intimidad y la privacidad no está garantizado.
Si comenzáramos un proceso de desconfinamiento más generalizado, ¿qué variables debemos considerar y cuidar con las y los niños?
Lo prioritario es desconfinar las voces y las experiencias de los niños. Y qué quiero decir con eso: que en el mundo adulto que quiere acompañar y apoyar los procesos de desconfinamiento, asegurando la protección y el bienestar de los niños, no puede hacerse sin considerar sus voces, sus opiniones, sus sentires, sus deseos, sus experiencias durante este tiempo.
Y después, hablando más como psicólogo, creo que es súper importante considerar algunas cosas. Primero: todas las variables emocionales que van a implicar también el desconfinamiento. Es esperable que surjan miedos y surjan ansiedades, y ahí van a ser muy importante poder acoger eso porque es altamente probable que puedan haber temores, inseguridades, ansiedades, lo que finalmente se traduce en no querer salir, o hacerlo con mucho temor. Eso hay que acompañarlo, y es parte de un proceso de adaptación que es esperable que suceda. Sería muy absurdo, del lado de los adultos y los padres, que nos enojemos o no entendamos que un niño no quiera incorporarse al espacio exterior de manera automática.
Y junto con eso también va a ser súper importante manejar las expectativas de lo que se puede y no se puede hacer en el contexto de desconfinamiento. Ahí también es muy importante hablar, conversar, informarse e informarle a los niños de lo que va a significar esta nueva normalidad. Porque probablemente muchos a lo mejor piensan o imaginan que a partir de ahora van a poder volver a juntarse con sus amigos en la plaza, van a poder ir a ver al compañero que no han visto a la casa, y todo eso hay que poder ir manejándolo.
Luego, ya pensando en una situación que involucre el regreso al colegio, ahí va a ser súper importante considerar un proceso de adaptación. Por un lado, todo lo que implica el funcionamiento y la estructura de la institución escolar, y por otro, cómo los espacios educativos consideren un proceso de acompañamiento en la elaboración colectiva de la experiencia del encierro.
Por Francisca Palma – Universidad de Chile.