Por Rodrigo Lourenco | Esperanza en un planeta colapsado

Como sociedad hemos experimentado en los últimos años la realidad de un mundo que se esta destruyendo. Y hasta aquí alguien podría discordar y afirmar que vivimos en el apogeo de la revolución tecnológica y de otras áreas de la ciencia;  O quizá  decir que como nunca gozamos de una vida con los beneficios traídos por la modernidad.  

Pero es interesante notar algunas paradojas simultáneas en esta realidad: existe suficiente tecnología para llegar a la luna, pero seguimos manifestando dificultades para solucionar hostilidades entre vecinos. Vivimos en el momento de la historia de mayor acceso a la información (Se considera que el 90% de los datos de información existentes hoy, fueron producidos en los últimos 4 años) pero el vacío existencial parece aumentar cada vez más. El internet redujo las distancias geográficas: tenemos acceso al mundo desde un clic en las computadoras o teléfonos inteligentes, pero más que nunca se ha experimentado una cultura individualista y apática. Imponentes estructuras arquitectónicas, políticas y económicas son erigidas y alabadas como fortalezas infranqueables entre las naciones, pero como planeta estamos terriblemente devastados por un microorganismo invisible al ojo humano. Existen autos que se manejan solos, pero carecemos del autocontrol para mitigar los desastres ecológicos

Aquí le empiezan a surgir las más profundas inquietudes a cualquier ser humano sincero: ¿cuál es el problema?; ¿dónde está la solución?; ¿será que hemos depositado nuestras expectativas en el elemento correcto? ¿ podría surgir un cambio sustancial y genuino de un político o algún partido específico? ¿seria la solución para nuestros problemas mejoras económicas? ¿será que aquel auto, casa o ropa nueva me harán realmente feliz? sí dinero trae la felicidad, ¿por qué existe una tasa tan alta de depresión y suicidio en la clase media y alta?.

La Biblia relata el incidente donde el ser humano creado por Dios, bajo la realidad de un escenario perfecto, rodeado del esplendor de los más bellos paisajes naturales, usó su libertad para apartarse de Dios por medio de la transgresión de una ley fundamental que regía el equilibrio en aquel ambiente. Y como consecuencia, a partir de allí, la humanidad dio inicio a una peregrinación de destrucción y decadencia, desde los aspectos más profundos del corazón humano, hasta la generalidad de los elementos naturales y visibles presentes en el planeta. El error de nuestros primeros padres relatado en el capítulo 3 de Génesis: desobedecer y alejarse de Aquel que era su sustentador y proveedor, ensambla el germen de todos los problemas que nuestra sociedad vive hoy.

Hemos depositado nuestra esperanza, la solución para nuestros problemas y el remedio para los mas profundos vacíos existenciales en:  partidos políticos, en el dinero, en la novedad de la ultima compra, en personas, en dar la vuelta al mundo en auto, y la lista se extiende… Cuando en realidad solo Aquel que nos proyectó, puede guiarnos al camino hacia la felicidad genuina y completa. Dios es un gran caballero, no entra en nuestras vidas sin el permiso debido. Respeta nuestro consentimiento para actuar y obrar milagros (una actitud muy distinta a la de su archienemigo, que entra sin autorización para destruir).

Cuando el ser humano permite, Dios produce reformas desde dentro, desde lo más íntimo del ser; y como consiguiente, la persona comienza a caminar en novedad de vida, estado en el que recobra su valor, su conciencia y su dignidad, una conexión que un día fue perdida por el ser humano cometer un gran equivoco en pensar que hay esperanza fuera de Dios.

Quizá sea este el momento propicio para repensar nuestras actitudes; ponderar nuestros valores y conceptos; examinar nuestras expectativas y llegar a la conclusión de que en realidad hasta ahora hemos estado depositando nuestra esperanza en individuos o sistemas con limitaciones inherentes a sus naturalezas, y nos hemos estado olvidando de que el único medio para alcanzar la plenitud en la vida es reconectarse con el Ser más poderoso del Universo: Dios.

He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10)


Por Rodrigo Lourenco – Teólogo / esperanza.palabras@gmail.com