La tradicional música y el distintivo baile que realizan organilleros y chinchineros han dejado de sonar en las calles de Chile. Declarados en 2013 como Tesoros Vivos de la Humanidad, estos artistas callejeros han tenido que realizar campañas de recolección de dinero y alimentos para sobrevivir a la pandemia, al no contar con apoyo estatal.
La historia de los organilleros en Chile se remonta a fines del siglo XIX cuando sus cultores comenzaron a presentarse en los cerros de la ciudad de Valparaíso, luego que el que el alemán José Strup llegara al país sudamericano trayendo varios organillos Bacigalupo.
Interpretando un repertorio musical que intercalaba ritmos como el charlestón, la cueca, el foxtrot, los valses y la tonada, el oficio alcanzó su apogeo durante las tres primeras décadas del siglo XX en Chile.
Es hacia 1920 cuando el espectáculo callejero fue complementado con la labor del chinchinero, un personaje original de Chile, que acompaña al organillo con percusión y baile. Son quienes golpean con varillas un bombo que llevan en la espalda, tocan los platillos ubicados sobre el tambor con una correa, realizan giros y bailan, y al finalizar cada presentación son quienes piden el aporte monetario.
Lo singular es que el organillero existe en otros lugares del mundo, pero no así el chinchinero, quien es solo chileno, y que en su origen no realizaban un espectáculo tan llamativo como el que hoy se conoce.
«En ese tiempo también muchos chinchineros que tocaban, con el chinchín (bombo y platillos), junto al organillero no bailaban, no danzaban, no se daban vuelta, no metían el pie dentro de la correa», recuerda Héctor Lizana, organillero, chinchinero, lutier (restaurador y fabricante de organillos) y tercera generación de una familia dedicada al oficio.
Fue nada menos que su abuelo, Héctor Lizana Gutiérrez, quien comenzó a innovar y danzar con el bombo y los platillos. Según recuerda su nieto, «dijo ‘no, estamos muy quietos al lado del organillo, hay que darle un poquito más de chispa'», y empezó a bailar con el chinchín, a tocar con dos barillas y después comenzó a realizar acrobacias.
Un verdadero show, característicos tanto por sus sonidos inequívocos como por las piruetas que realizan estos verdaderos personajes patrimoniales que rememoran la infancia de muchos chilenos, en los barrios de todo el país.
Organización y premios
Fue el hijo del patriarca de la familia, Manuel Lizana, quien tuvo la idea de juntar a los organilleros y chinchineros, quienes trabajaban en forma familiar e independiente, para poder apoyarse, puesto que como cultores del oficio siempre han estado muy desprotegidos puesto que no cuentan con ningún tipo de seguro o jubilación.
«Mi papá dijo, hay que unir a la gente, tratar de hacer una corporación, un sindicato, lo que fuese mejor para poder ayudarnos mutuamente», recuerda Héctor Lizana.
«Los cultores están en una situación bastante delicada, en general los chinchineros y organilleros no tienen demasiada protección de parte de las instituciones y demasiado reconocimiento tampoco, te lo digo en general, en una situación normal», recalca Olga Carrasco, chinchinera y estudiante de artes visuales.
Hoy existen cuatro organizaciones que agrupan a estos artistas, entre ellas la Corporación Cultural de Organilleros de Chile, formada en el 2001, por iniciativa de la familia Lizama. En mayo de 2005, en el contexto de las celebraciones del Día del Patrimonio Cultural, la alcaldía de la ciudad de Valparaíso declaró al oficio Patrimonio Inmaterial de la Ciudad. Cinco años después es reconocido como Patrimonio Vivo de Chile, y el 2013 como Tesoros Humanos Vivos a sus representantes, por la UNESCO.
Los efectos de la pandemia
Olga Carrasco, quien pertenece a la Agrupación de Chinchineros del Centro, en Santiago, señala que las ganancias diarias que puede recibir dependen de la fecha y la época del año.
«Un día muy bueno en el Paseo Ahumada, que es como el mejor lugar de Santiago para trabajar para nosotros, uno puede irse de 80.000 a 100.000 pesos (100 a 126 dólares) después de haber trabajado 8 horas, de 6 a 8 horas», detalla.
Sin embargo, en un día normal un cultor puede ganar entre 12.000 a 15.000 pesos (15 a 19 dólares) en dos horas. Hoy con la llegada de la pandemia y sus subsecuentes cuarentenas estos artistas populares se han visto impedidos de trabajar en la calle, lugar del que hacen su escenario.
«No hemos salido a trabajar hacen ya cuatro meses y algo, desde que empezó la pandemia nos paramos al tiro, aunque hayamos podido, pero ¿sabe qué? Por el miedo», confiesa Héctor Lizana.
Quien añade, «tenemos nuestro abuelo que tiene 93, mi papá tiene 71, mi mamá igual anda por los 70 años, entonces es riesgoso, en este momento están todos guardados. Estamos parados».
El cultor y lutier reconoce que su familia ha podido sobrellevar la crisis sanitaria con algunos ahorros y cajas de alimento que les han llegado. Sin embargo, sabe que muchos otros organilleros y chinchineros siguen saliendo en los barrios pobres, donde no hay tanto control policial.
«No tienes opciones de sacar un permiso, nada como para salir a trabajar, no hay cómo. Así que salen a la mala la mayoría, los que están más necesitados, en realidad todos necesitamos, pero los que están sin lucas (dinero)», explica Linaza.
«Porque hay que llevar el sustento al hogar y tenemos solo eso, por ejemplo, eso a mí se me hace muy complicado porque yo soy mamá, tengo un hijo pequeño y para mí sería demasiado arriesgado salir a trabajar, entonces estoy dependiendo de la ayuda de algunos familiares» relata Olga.
Héctor Lizana cuenta que ya se han llevado dos chinchineros detenidos en la comuna de Providencia (sector oriente de Santiago), los que fueron posteriormente puestos en libertad, pero él comprende que estaban con la necesidad de trabajar, y que señala que si su familia no contara con sus ahorros tendría que hacer lo mismo, «pero me he guardado por un tema de no traer el virus a la casa».
Campañas de apoyo entre compañeros del oficio
En mayo cerca de 155 organilleros y chinchineros nacionales iniciaron una campaña, a través de redes sociales, para reunir fondos y víveres e ir ayuda de los cultores que comenzaron a ser afectados por los confinamientos obligatorios exigidos, ante la propagación del coronavirus.
La iniciativa Chinchineros Frente el COVID-19, que agrupa a todos los cultores tradicionales y no tradicionales que dedican o vivan del oficio, y la que se sumó tanto Héctor Lizana y como Olga Carrasco desde sus respectivas organizaciones, contempla diversas actividades tanto de recolección de fondos como de difusión de su arte popular.
«Hay una cuenta donde estamos recibiendo donaciones, por ejemplo, la primera parte se juntó una cantidad de dinero y se armaron cajas de mercadería que se hicieron llegar a todas las familias», cuenta Olga.
«Todos los organilleros y chinchineros entran en esta campaña, donde se ayudaron a 120 familias», puntualiza Héctor.
Ahora se está desarrollando una segunda parte de la campaña, con actividades que se están haciendo todos los sábados por la tarde, «se hacen conversatorios por Zoom sobre distintas temáticas referentes al oficio».
Actividades que buscan enfrentar la difícil situación que están viviendo los organilleros y chinchineros del país, a quienes ninguna de las medidas del Ministerio de las Culturas los ha beneficiado, a pesar de ser Tesoros humanos vivos.
Preservar el oficio a pesar de la crisis
«Nosotros amamos lo que hacemos, reflejamos eso, reflejamos el cariño, el amor por el instrumento, por el oficio, por el tratar a las personas. Eso a nosotros nos levanta mucho el ánimo», responde Héctor al consultarle qué ha significado no poder salir a las calles.
Para él hay mucha gente interesada en su trabajo, que investigadores y jóvenes se acercan a su familia a preguntar, a aprender y a dedicarse al arte de organillo y el chinchín.
Bien lo sabe Olga quien aprendió este oficio en una comparsa de carnaval en Santiago, espacio donde conoció a Patricio Pepa Toledo, otro reconocido cultor, quien fue su maestro y mentor.
Además, trabajó con Juan Lizana, organillero y otro destacado miembro de la familia Lizana, con quien aprendió a trabajar con este instrumento, aunque lo suyo es el chinchín, lo que la transforma en una de las pocas intérpretes del bombo y el platillo.»La presencia femenina en el oficio siempre ha sido baja, pero no inexistente, por ejemplo, en la generación actual en general normalmente las mujeres eligen el organillo en las familias, pero yo sé por ejemplo de dos organilleras que tienen como mi edad (33)» revela.
Héctor cuenta que antiguamente la esposa acompañaba al organillero, y realizaban la juguetería que se vendía, hoy a partir de escuelas carnaveleras, donde su amigo Patricio Toledo realizó clases, salieron varios chinchineros y chinchineras.
«Deben ser como seis chinchineras mujeres que salieron, y acá en la parte de nuestra corporación tenemos como a seis mujeres que trabajan, que también son de familia, que decidieron llevar el oficio», tanto en el organillo como en el chinchín señala Héctor.
Para este orgulloso cultor, su oficio sigue haciendo feliz a las personas particularmente a los niños, porque, aunque sea antiguo y hoy corran tiempos con tanta tecnología, sigue siendo algo mágico.
«Yo creo que por ahí va, por la magia que nosotros producimos, por eso es que me gusta tanto mi trabajo. Ahora mismo con la pandemia hemos despedido a mucha gente acá afuera, vecinos que se han ido tocándole el organillo cuando pasa su carroza», confiesa.
Por Carolina Trejo – Licenciada en Historia y Comunicación Social y Periodismo. Ha sido periodista de investigación y realizadora en televisión durante los últimos 20 años. Comenzó en 1997 en el programa de reportajes con más antigüedad de la televisión pública chilena, Informe Especial y luego se incorporó al área de reportajes de Canal 13, donde ejerció de directora, editora y guionista en diferentes proyectos documentales. Ha recibido premios del Consejo Nacional de Televisión de Chile, fue finalista del Premio Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo en 2014. Actualmente es corresponsal de Sputnik en Chile y académica de la Escuela de Periodismo de La Universidad de Chile y la Universidad de Santiago.