Por Rodrigo Lourenco | ¿Cuánto vale una persona?

Tras los eventos vividos durante esta pandemia, varios elementos se destacan, haciendo evidentes las debilidades y las fortalezas de los sistemas económico, científico y de salud. Pero hay también un elemento que quizá ha pasado desapercibido para muchos,  el real valor del Ser Humano. Generalmente la importancia de algo o alguien se percibe en la ausencia de estos. 

La cuarentena y el confinamiento distanció a familiares, amigos, estudiantes, clientes y comerciantes. La prohibición del libre tránsito de personas (debido a razones de protección) provocó desde daños a nivel psicológico en los individuos, hasta grandes quiebres económicos en los países. En estos momentos las redes sociales y el internet probaron su efectividad en términos de comunicación y de información, pero mostraron su deficiencia en un aspecto crucial, el contacto humano. Aquel acto de compasión y cariño expresado a través de un abrazo, o una conversación vívida, no puede ser experimentado en una realidad virtual. Quizás más que nunca se entenderá  la expresión, “el Ser Humano no es una isla”.

Una escuela sin estudiantes, una iglesia sin feligreses, un parque sin niños, son solo edificaciones sin valores trascendentales. El Ser Humano es quien otorga, a través de su presencia, el verdadero propósito y  el valor de la existencia de este planeta. La tierra sin personas sería sólo un pálido e insignificante punto azul en el Universo.

La Biblia nos presenta asombrosas vislumbres acerca de nuestra valía. Relata que fuimos hechos con un propósito, llegamos a ser gracias a la obra del gran Creador; presenta que Jesús, el hijo de Dios, vino a esta tierra a emprender una grandiosa misión para salvar a cada persona de los más profundos sufrimientos existenciales. Quizá la idea es mejor expresada en el famoso texto bíblico de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo único, para que todo aquel que en él cree, no perezca, mas tenga vida eterna.”

Toda esta reflexión nos ayuda a entender el real valor que debemos expresar a cada individuo, donde el respeto, la compasión, la atención, la abnegación, el perdón, la gentileza y sobre todo, el amor, deben ser parte de cada relación humana. Esto debería generar en los estudiantes un mayor respeto a sus maestros y colegas; en los comerciantes, a tratar con más amor a sus clientes; a que consideremos con benignidad aquellos desconocidos que cruzan nuestro camino, un pidiente en la calle o una persona necesitada;  quizá  en pulir nuestro trato hacia compañeros de trabajo, amigos, vecinos, funcionarios públicos, etc; Y sobre todo, fortalecer los lazos familiares, que es la base más importante de una sociedad. Que este mensaje nos eleve la estima y el ánimo; Que nos capacite a refinar nuestra sociabilidad y sensibilidad. Y ante todas las cosas, nos ayude a conectarnos y aprender más de aquel que nos amó primero,  y anhela nuestra completa felicidad: Dios.


Por Rodrigo Lourenco – Teólogo / esperanza.palabras@gmail.com