Por Manuel Amaya Díaz | El día que nos reencontremos

«¿Esta pandemia, está cambiando nuestros vínculos y relaciones sociales? Desde luego que sí. Un nuevo estado de cosas se irá imponiendo a corto plazo (…) Sólo si logramos implementar los cambios, podremos decir, que este sufrimiento tuvo un significado y conseguiremos sentar bases profundas, para construir una nueva relación con nuestra sociedad y con nuestra ciudad», señala en la siguiente columna el decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile, Manuel Amaya.

El futuro es más que nunca una incertidumbre. Para que se materialice, según las transformaciones que necesitamos debemos tomar decisiones hoy, que lo generen de acuerdo a nuestro imaginario. Dado que estamos viviendo una crisis sanitaria global, de proporciones nunca vista, se deben tomar decisiones trascendentales muy rápidamente. Temas que se debatirían normalmente por largo tiempo, se resuelven en cosa de horas; con todos los riesgos que conlleva esta necesidad de inmediatez crítica, urgente y difícil.

Lo que es recomendable y adecuado para combatir el contagio de la enfermedad, (confinamiento, aislamiento y distancia social), sólo ha sido posible para un segmento de nuestra población. No podemos desentendernos de esta realidad.

Nuestro desempeño profesional, nuestros lenguajes disciplinarios, nuestro quehacer laboral, cambió. El teletrabajo, las videoconferencias, las TIC, han tenido un protagonismo relevante, al irrumpir violentamente nuestras actividades, modificando en la urgencia, lo que programábamos ir incorporando gradualmente en nuestro quehacer.

El soporte existencial cambió y con ello el aporte vivencial. Nuestros hábitos se adaptaron o están haciéndolo forzosamente. Nuestras rutinas, secuencias laborales, métodos de estudio, ritos y rituales diarios, han sido trocados por la pandemia y obligados a cambiar. Cosas que habitualmente hacíamos de una manera, hoy las hacemos de otra forma, muchas veces diametralmente opuesta. Lo que era vital, importante y necesario antes del COVID-19, hoy en muchos casos, ha dejado de serlo.

Las prioridades han cambiado radicalmente. Hemos podido reflexionar, sobre nuestras motivaciones existenciales, nuestros valores y obligaciones profesionales frente a la sociedad. Grandes sectores del comercio y servicios, se han tornado superfluos, al variar la apreciación pública sobre su real necesidad para nuestras vidas. Es llamativo ver una ciudad metropolitana, que ha cambiado fuertemente su dinámica. En algunos sectores, donde se concentran los privilegios, el espacio público ha quedado vacío, inútil, innecesario y sin demanda alguna. Sin embargo, se ha levantado para muchos, una cortina que ha dejado al descubierto la verdadera dimensión de la inequidad socio-territorial, donde las múltiples dimensiones de la precariedad no permiten a sus habitantes poner en primer lugar el cuidado de su salud. En lo inmobiliario, grandes categorías se ven trastocadas: espacios de oficinas, servicios al consumidor, retail, restaurantes, esparcimiento, convivencia, relación de locación o lugar con espacio público y transporte con las redes viales y de transporte público. Todos impactados por la pandemia.

El problema sanitario global, nos plantea sin embargo, una oportunidad de poder incidir positivamente en la ciudad que queremos, en el medioambiente, recuperando el terreno perdido, los años de mal uso y abuso, para así repensar en las necesarias transformaciones. El confinamiento global, muestra fehacientemente que nuestro actuar, daña el medioambiente. Bajaron los niveles de dióxido de carbono, al disminuir el uso de vehículos convencionales, el uso energético convencional en la producción industrial, los traslados aéreos y movilidad extrema y exacerbada por el turismo masivo.

La Emergencia Sanitaria quitó el velo a lo habitualmente oculto. Develó una realidad que no era visible para todos en la convivencia diaria, hemos podido apreciar la falta de asistencia de sectores sensibles de nuestra población, en una vulnerabilidad extrema, sin asistencia de ningún tipo, o bien no las suficientes para garantizar una subsistencia valorable y reducir el sufrimiento.

Por otro lado la fuerza social de los vecindarios, los barrios, las comunas, ha aparecido y debe fomentarse. Tiene rasgos identitarios, donde la resiliencia ha sido puesta a prueba, una vez más. Se aplaude como en un rito, a los trabajadores de la salud. Bien. Muy bien. Pero, ¿Quién aplaude a la vecina de la olla común, los ignorados y los subvalorados socialmente?, ¿Ésta pandemia, está cambiando nuestros vínculos y relaciones sociales? Desde luego que sí. Un nuevo estado de cosas se irá imponiendo a corto plazo. Se intensificará el nivel de cambios y modificaciones profundas que requieren de un esfuerzo de planificación en las distintas áreas. Sólo si logramos implementar los cambios, podremos decir, que este sufrimiento tuvo un significado y conseguiremos sentar bases profundas, para construir una nueva relación con nuestra sociedad y con nuestra ciudad.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Manuel Amaya Díaz – Decano Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de chile. Arquitecto de la Universidad de Chile y Profesor Titular con amplia experiencia profesional en el campo de la arquitectura en el medio nacional e internacional. El año 2010 recibió el Premio Obra Bicentenario por el Aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago y el Estadio de Coquimbo y el IIAKS Latin America Award que distingue a obras deportivas y recreativas en América Latina y el Caribe. En 2013 fue distinguido como Mejor Docente de la FAU.