Estados Unidos desciende al caos y Donald Trump echa más gasolina al fuego. El asesinato casi televisado de una persona negra a manos de un policía blanco en Minneapolis ha desatado una inusitada ola de disturbios y violencia por todo el país.
Las protestas han obligado a decretar el toque de queda y desplegar tropas de la Guardia Nacional en algunos estados y ciudades. El presidente norteamericano, para variar, no ha estado a la altura de las circunstancias.
Las manifestaciones delante de la Casa Blanca se hicieron tan virulentas en algunos momentos de la noche del viernes 29 de mayo que obligaron a los hombres del Servicio Secreto a trasladar a Trump al búnker presidencial por espacio de una hora. Un hecho absolutamente excepcional. De hecho, la policía de la capital empleó gases lacrimógenos mientras la muchedumbre quemaba objetos no lejos de la sede de la Presidencia norteamericana, y tras decretarse en vano la restricción de movimientos ciudadanos.
La respuesta de Trump
La respuesta a esta explosión social por parte de Trump ha sido absolutamente nefasta. Sus comentarios sólo han conseguido generar más odio y convulsión a un ambiente ya de por sí muy tenso y crispado, principalmente a consecuencia del impacto destructor del coronavirus, que ha dejado ya más de 100.000 muertos y más de 20 millones de desempleados.
El sábado 30 de mayo, el jefe del Estado publicó un tuit diciendo que la muerte de George Floyd, producida cinco días antes en Minneapolis, era una «grave tragedia» que «nunca debería haber ocurrido. Ha llenado a todos los estadounidenses de horror, ira y dolor».
Ese fue un mensaje correcto y medido, pero esa línea de actuación se quedó en un simple espejismo. Aparte de esas palabras, Trump no jugó ningún papel conciliador. Más bien lo contrario. Arremetió contra las autoridades demócratas de la ciudad de Minneapolis y el estado de Minnesota y fustigó a los principales medios de comunicación —CNN, The New York Times y The Washington Post— por fomentar «el odio y la anarquía».
Floyd, de 45 años, murió cuando era detenido por cuatro agentes policiales. En varios videos se puede ver perfectamente cómo el policía Derek Chauvin le inmoviliza con brutalidad extrema, poniéndole la rodilla sobre el cuello durante casi largos nueve minutos, lo que le provocó un desvanecimiento y posteriormente la muerte. Chauvin fue despedido y acusado de asesinato premeditado. A Floyd le arrestaron porque le habían acusado de pagar en una tienda con un billete falso de 20 dólares.
El viernes 29 de mayo, Trump tuiteó provocativamente que «cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo», una frase con una conocida historia racista detrás, de la que dijo no estar al tanto de su origen. ¿Tenemos que creerle? Más tarde, el líder republicano declaró que su intención no era lanzar una amenaza, sino recoger la preocupación sobre la posibilidad de que la violencia armada pueda acompañar a los pillajes. ¿Torpeza o mala fe? ¿Desconocimiento o instigación? Ninguna de las dos opciones deja en buen lugar ni a Trump ni a sus asesores de comunicación. ¿Quién controla sus mensajes por Twitter? ¿Dónde está el freno a su actitud?
La frase «cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo» tiene una tremenda carga emocional en Estados Unidos pues evoca la larga y dura lucha contra el segregacionismo librada en ese país especialmente hace medio siglo. Usarla en este contexto de extrema sensibilidad y en medio de una pandemia ha sido como lanzar una bomba nuclear en una ciudad superpoblada.
Esas palabras las pronunció en 1967 el jefe de policía de Miami, Walter Headley, durante una vista judicial sobre el crimen en Florida, lo que provocó entonces agrias reacciones de los defensores de las libertades civiles. Headley tenía un largo historial de fanatismo contra la comunidad negra. La frase también fue utilizada por el candidato presidencial segregacionista y gobernador de Alabama, George Wallace, durante la campaña de 1968.
Ojo al doble rasero
El domingo 31 de mayo, en otro tuit muy controvertido, Trump señaló que incluirá al grupo antifascista local Antifa en la lista de organizaciones terroristas, pues acusa a ese movimiento de ser uno de los principales promotores de las algaradas en Minnesota y otros lugares. La idea de ilegalizar Antifa ya flotaba en el ambiente desde que fuera promovida en 2019 por algunos senadores republicanos, como por ejemplo el ultraconservador y excandidato presidencial Ted Cruz.
Si las autoridades federales estadounidenses dieran ese paso, que ahora tiene muy difícil encaje legal —realmente Trump no está autorizado a hacerlo—, no sólo habrán cruzado una línea roja más, violando la Primera Enmienda de la Constitución —que blinda la libertad de expresión— sino que, en consecuencia, tendrían que hacer lo mismo con las organizaciones supremacistas blancas, tipo Ku Klux Klan, que acosan y atacan a los afroamericanos allá donde los encuentran. Si no las ilegalizaran también, estarían cayendo en un flagrante doble rasero.
Son al menos siete días de manifestaciones, de choques violentos entre fuerzas antidisturbios y habitantes descontrolados no sólo en Minneapolis sino también en grandes urbes como Nueva York, Filadelfia, Chicago y Los Ángeles. Los tumultos forzaron a los gobernadores de 15 de los 50 estados, además de la capital, Washington, a recurrir al despliegue de 5.000 efectivos de la Guardia Nacional, la fuerza militar en la reserva que los estadounidenses suelen emplear en casos de emergencias o catástrofes.
Nada semejante se había visto en Estados Unidos desde que el asesinato de Martin Luther King, el 4 de abril de 1968, desató una ola de protestas antirracistas y turbulencias civiles por todo el país, especialmente en Washington, DC, Baltimore, Chicago y Kansas City. Los tumultos dejaron entonces más de 40 muertos, más de 2.500 heridos y aproximadamente 15.000 detenidos.
El sentimiento de profunda injusticia racial no ha decaído desde aquella época, y ha sido activado cíclicamente por casos sonados como el de Rodney King (California-1991) o el de Michael Brown (Misuri-2014). En 2013 un grupo de activistas creó el movimiento ‘La Vidas Negras Importan’ (‘Black Lives Matter’, en inglés) que lucha contra el racismo sistemático hacia la población de color.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Francisco Herranz – Ha desarrollado su carrera profesional en el diario El Mundo, donde ha sido corresponsal en Moscú (1991-1996), redactor jefe de Internacional y de Edición y editorialista, especialista en Europa del Este y colaborador en varias publicaciones especializadas, desde 2010 es profesor en el Máster en Periodismo-El Mundo de la Universidad San Pablo-CEU.