«En esta lógica violenta del nosotros y los otros, de exclusión flagrante, se comprende que habitar en contexto de pandemia es una lucha diaria por comer, vivir espacios inseguros donde se padece violencia psicológica y física, de la que no se puede escapar», señala en la siguiente columna de opinión, Margarita Bustos Castillo, coordinadora Área Diversidades Sexuales y de Género de la Oficina de Equidad e Inclusión de la Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles y Comunitarios.
La pandemia no enferma, empobrece ni mata por igual a personas heterosexuales, trans, gay o lesbianas. Habitamos dinámicas de opresión social cotidianas y estructurales que operan a nivel de las instituciones, instalando mecanismos de invisibilización y discursos que aún patologizan, criminalizan y desplazan a las personas de las disidencias sexuales y de género al lugar de lo abyecto.
Las personas de la población LGBTIQ+ viven cotidianamente la discriminación. En el hogar cuando se atreven a salir del closet, en el mejor de los casos la familia, decide llevarles a psicólogos, psiquiatras u otras terapias, patologizando la angustia de ser. La violencia física y psicológica es más común de lo que quisiéramos y muchas veces culminan en el condicionamiento de la permanencia en el hogar, el ocultamiento o la expulsión. Esta realidad es más recurrente de lo que imaginamos, y la precarización de la vida, el tener que vivir en la calle o de allegado/a, el habitar la marginalidad, se relaciona con lo antes descrito.
La pandemia ha visibilizado el desigual acceso al derecho a la alimentación, la educación, la vivienda, la salud evidenciando que no están garantizados para todas, todos y todes. Si desestabilizas los mandatos sexo-genéricos binarios, no sólo vivencias expresadas en burlas -abiertas o solapadas- en el barrio, en la entrevista laboral, en el sistema de salud, en el transporte público, en el camino a casa; también se enfrentan situaciones de violencia física que en muchos casos terminan en crímenes de homo, lesbo o transfobia.
Visibilizar que las consecuencias de un sistema heteropatriarcal que termina en el asesinato de personas de todo el mundo sólo por su orientación sexual, identidad o expresión de género diferente, y que esto debe parar, es un mandato ético.
En contexto de pandemia se han levantado una serie de necesidades y a la vez actuancias de parte de las agrupaciones de las disidencias sexuales y de género. Éstas han generado propuestas concretas de ayuda en alimentos, atenciones y acompañamientos en salud mental en tiempos de confinamiento a les compañeres. No obstante, sabemos que el MINSAL, el Ministerio de Desarrollo Social y otros organismos del Estado, aún no nos incluyen en las políticas públicas y procesos de rediseño y distribución de recursos. La precaria asignación de bonos y otras acciones están diseñados pensando mayoritariamente en familias heterosexuales con hijos.
En esta lógica violenta del nosotros y los otros, de exclusión flagrante, se comprende que habitar en contexto de Pandemia es una lucha diaria por comer, vivir espacios inseguros donde se padece violencia psicológica y física, de la que no se puede escapar. No olvidemos estos días de conmemoraciones y simbolismos LGTBIQ+ que a lo largo de esta loca geografía, las personas de las disidencias sexuales y de género viven la pandemia con las exclusiones de un sistema que al iluminar la Torre Entel u otras dependencias públicas con los colores del arcoíris no puede ocultar tras el espectáculo las violencias de la homo, lesbo o transfobia de la vida cotidiana hoy.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Margarita Bustos Castillo – Coordinadora Área Diversidades Sexuales y de Género de la Oficina de Equidad e Inclusión de la Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles y Comunitarios de la Universidad de Chile. Profesora de Castellano y Comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, egresada del Magíster en Género y Estudios Culturales de la Universidad de Chile.