Por Vicky Peláez | ¿Qué le espera a la humanidad tras el coronavirus?

La pandemia abrió de golpe los ojos al mundo y nos mostró que el poder e inteligencia no valen nada frente a un minúsculo patógeno, que puede hacer desaparecer a miles de personas en un instante. Al tropezar con esta verdad, la humanidad se ha refugiado en sus casas preocupada por la salud y preguntándose cómo será el mundo tras el coronavirus.

Hoy estamos pasando de una sociedad escrita a una sociedad ciberBioral, de una sociedad orgánica a una sociedad digital, de una economía industrial a una economía inmaterial, de una forma de control disciplinario a formas de control microprostéticas y mediático-cibernéticas.

(Paul B. Preciado, filósofo.)

¿Se formará una «sociedad alternativa de cooperación y solidaridad», como preconiza el pensador Slavoj Zizek, o la sociedad entrará en un mayor «aislamiento donde el individualismo primará», como lo está afirmando el filósofo Byung-Chul Han, o tal vez la humanidad seguirá su curso de siempre?

Para tratar de contestar esta pregunta habría que aclarar que las mismas preguntas se han hecho seguramente las personas durante las pandemias anteriores. Las medidas que tomaron las autoridades para evitar el contagio de sus ciudadanos no tienen mucha diferencia con las restricciones que impusieron los gobernantes de ahora a nivel mundial. Basta revisar el libro de Michel Foucault, Disciplina y Castigo (1975) para comprobarlo. En su obra, Foucault describe cómo una peste del siglo XVIII obligó a las autoridades francesas a decretar «medidas disciplinarias» durante la cuarentena.

Cuenta el autor que «la calle queda bajo la autoridad de un síndico que la vigila, que se ordena a cada uno de los habitantes que se encierre en su casa, con la prohibición de salir, que cada familia habrá acumulado las provisiones, cuando es absolutamente preciso salir de las casas, se hace por turno evitando todo encuentro…No circulan por las calles más que intendentes, los síndicos, los soldados de la guardia y también entre los casos infectados, de un cadáver a otro andan los ‘cuervos’ para quien es indiferente la presencia de la muerte».

Según el biogeógrafo Jared Diamond, «los gérmenes y las infecciones han dado forma a la humanidad». En su libro Armas, Gérmenes y Acero (1997) el autor cuenta cómo la peste negra que a mediados del siglo XIV acabó con la vida de entre 30 a 60 millones de habitantes de países europeos afectando, especialmente la mano de obra en el campo.

Todo esto llevó al debilitamiento del sistema feudal y provocó una transformación profunda en la estructura social y económica europea dando el inicio a su período de Renacimiento. Resulta también que «hasta la primera guerra mundial, en las guerras causaban más muertes las infecciones que las armas», según Carol Reeves, experta en la historia de la medicina.

El historiador de la Universidad de Yale, Frank M. Snowden, explicó en su libro Epidemias y la sociedad. De la peste negra al presente (2019) que «las pandemias en la perspectiva histórica alteraron la vida de las sociedades especialmente, su estabilidad política y social, reforzaron la discriminación racial y económica, destruyeron las revoluciones».

Las epidemias también influyeron en los resultados de las guerras. La campaña militar de Napoleón contra Rusia en 1812 se convirtió en un desastre no solo por los combates, sino por el tifus y otras enfermedades transmitidas por los piojos. Solo 58.000 de los hombres de Napoleón sobrevivieron la campaña rusa llegando las pérdidas a 300.000 franceses, 70.000 polacos, 50.000 italianos, 80.000 alemanes, 200.000 caballos y 1.000 piezas de artillería.

La gripe española, llamada «la madre de todas las epidemias» (1918-1919), devastó a Europa ocasionando la muerte a entre 50 a 100 millones de personas.

De acuerdo a la escritora y periodista, autora del libro Jinete Pálido: la gripe de 1918 y cómo la epidemia cambió el mundo (2018) Laura Spinney, la pandemia surgió entre los soldados norteamericanos que luchaban en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Aquella gripe tuvo tres oleadas, apareciendo la primera en mayo de 1918, la segunda en otoño de 1918, y la tercera en febrero de 1919 produciendo más muertes que los combates y, posiblemente, como lo opina la autora del libro, la epidemia «podría haber acelerado el final de la Primera Guerra Mundial».

Nadie puede afirmar esta hipótesis, pero de lo que se sabe es que aquella «madre de todas las epidemias» se expandió por el mundo entero de Zamora a Río y de las minas de Sudáfrica a Alaska sumergiendo al mundo entero en un síndrome o fatiga posviral. Su efecto fue tan devastador que en algunos pueblos de Alaska sus habitantes hicieron el juramento del silencio respecto a la epidemia como si no hubiera pasado nada.

Ahora a la humanidad le ha tocado vivir tiempos complejos de la pandemia de coronavirus que desde el 31 de diciembre 2019 al 28 de abril 2020, ha producido 210.193 muertes y más de tres millones de contagiados, de ellos un millón en Estados Unidos, de acuerdo con Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades. Para luchar contra la epidemia en diferentes países del mundo los gobiernos han estado utilizando varias estrategias.

En China, Hong Kong, Taiwán, Singapur, Japón, Corea del Sur se estableció la biovigilancia estricta para detectar virus en cada individuo a través de múltiples pruebas y la vigilancia digital constante de los enfermos de coronavirus usando teléfonos móviles. Cada uno de estos celulares tiene una aplicación de GPS que controla los movimientos de su usuario, monitorea la temperatura de su cuerpo observados por el ojo digital del Estado ciber-autoritario.

Esta estrategia ha arrojado resultados muy positivos en detener la pandemia en la mayoría de los países que la han estado aplicando y ha sido avalada por la Organización Mundial de Salud (OMS). El ministro de las Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, declaró que la exitosa y bien organizada campaña contra pandemia «demostró la superioridad del modelo político y económico chino».

En los países europeos, Rusia, América Latina y África sus gobernantes apelaron al confinamiento obligatorio de sus habitantes en sus casas, movimientos restringidos fuera del lugar, como en el caso de la peste descrito por Michel Foucault en su libro Disciplina y Castigo.

También en muchos de los países latinoamericanos como PerúEcuadorBolivia se ha decretado un estado de excepción con el toque de queda. El país más poderoso del mundo, Estados Unidos, resultó menos preparado que el resto del planeta para la actual pandemia, a pesar de que ya en 2008, el Consejo de Inteligencia Nacional (NIC) advirtió en el informe, Global Trends 2025: a Transformed World, sobre la aparición antes del 2025 «de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas y que se podía convertir en una pandemia global».

En 2017 y en 2019 hubo confirmación de los servicios de inteligencia nacionales sobre un inminente peligro de una epidemia y que no habrá depósitos suficientes de pruebas médicas, respiradores, mascarillas, equipos sanitarios, lo que la Administración de Trump ignoró por completo, iniciando a la vez en 2018 el recorte de los programas de preparación contra las enfermedades contagiosas. Con el inicio de la pandemia, la Administración de la Casa Blanca rechazó la necesidad de cuarentena (24 de marzo) para declarar cuatro días después la emergencia nacional. En realidad, hasta ahora, Washington no sabe cómo lidiar con la epidemia y de allí viene el resultado de 61.700 muertes en el país para el 30 de abril y de ellos más de 18.000 en Nueva York.

El único país que hasta ahora ha desafiado la corriente científica principal que aconsejó el confinamiento es Suecia, cuyo Gobierno decidió no parar la economía, pero tomar serias y bien pensadas medidas de protección. El pueblo ha sido bien informado sobre los riesgos que el coronavirus representa para la salud. Los centros de trabajo, restaurantes, bares, gimnasios, escuelas, parques infantiles están abiertos y el Gobierno confía en la acción voluntaria de sus ciudadanos para detener la propagación del coronavirus SARS-CoV-2.

Hay que tomar en cuenta que Suecia es un país particular igual que sus tradiciones y su modo de vivir. Casi el 30% de la población trabaja desde sus hogares y más del 50% de sus hogares están formados por una persona, lo que facilita el distanciamiento social. El índice de muerte por coronavirus en el país de 10.230.185 habitantes es de 0,02%. Para el 30 de abril había 2.586 muertos y 21.092 infectados.

Solamente el tiempo mostrará cuál es la mejor estrategia para lucha contra la COVID-19. Mientras tanto, el mundo se prepara para vivir la pospandemia. Por el momento no son muchas las esperanzas de cambios radicales en nuestro globo terrestre. Sustancialmente no parece que el mundo cambiará, lo único que se mejoraría, o debería de ofrecer un servicio más adecuado, como en el caso de la post-gripe española (1918-1919), es el sistema sanitario que había sido reformado en Europa en los años 1920.

Para el poeta y ensayista español Ramón Andrés «la historia de la humanidad es una historia de ambición y espejismos como sucede hoy. Y si las dos guerras mundiales no nos han cambiado, menos lo va a hacer este virus».

Como la historia moderna enseña, los dueños del poder que han gobernado occidente por siglos actúan como los leones que nunca cambian de los lugares que dominan y donde cazan. Actualmente, en EEUU, 26,5 millones de personas están solicitando beneficios por desempleo, la economía se contrajo en el primer trimestre del año 4,8% y se espera que el PIB caiga un 30% en el segundo trimestre.

A la vez, según el informe del Institute for Policies Studies, Billionaire Bonanza 2020, la riqueza de los multimillonarios norteamericanos incrementó en 23 días desde 18 de marzo al 10 de abril de este año en 282.000 millones de dólares. Ocho de estos especuladores pandémicos lograron beneficiarse con más de 1.000 millones de dólares. Elon Mask aumentó su riqueza en más de 5.000 millones de dólares y la riqueza de Bill Gates creció desde el primero de enero pasado en 25.000 millones de dólares.

Definitivamente no estamos frente al «fin del capitalismo que conocemos» sino al comienzo del «capitalismo de pandemia» del cual se beneficiarán más los complejos militares industrial, farmacéutico, el de los medios de comunicación, el de la agroindustria y por supuesto, Wall Street. Igual que siempre, a pesar de la recesión severa que actualmente está afectando a Norteamérica, los más fuertes ganan y los más débiles pierden.

La COVID-19 en este contexto, sirve como un instrumento en manos de Estado para mantener población asustada, aislada y dócil, respirando cada uno su aire individual a través de la mascarilla.

La actual recesión no hará desaparecer al Gobierno de Donald Trump, ni va a producirse la bancarrota nacional y la impresora del Departamento del Tesoro seguirá imprimiendo miles de millones de dólares para aliviar a las corporaciones y calmar con las migajas de 1.200 dólares a sus ciudadanos.

Para contrarrestar su ineficiencia en la lucha contra la pandemia y distraer a la población, el discurso del presidente Trump se está volviendo cada vez más belicoso, señalando a China como el principal culpable de la epidemia. La posibilidad de la formación de una fuerte alianza geoestratégica entre China y Rusia, donde el poder económico chino se fusiona con el poder militar de Rusia, alterando el actual orden mundial unipolar que aterroriza a Washington.

De allí vienen sus sanciones contra Rusia y amenazas de guerra contra China, Irán, sanciones contra Cuba, Corea del Norte y Venezuela. Según Trump, China es el país responsable de la propagación de coronavirus y debe ser castigado, por eso ya está rodeado por los submarinos norteamericanos, sabiendo que su flota, incluyendo los portaviones, Theodore Roosevelt, Ronald Reagan, Nimitz, Carl Vinson, está afectada por coronavirus o por problemas técnicos en el caso de portaviones Gerald R. Ford.

Azuzada por Washington, la OTAN también habla de la posibilidad de participar en la cruzada norteamericana contra China sin tomar en cuenta la fuerte crisis que también está afectando a la Unión Europea impotente frente a la pandemia. Todo puro bla, bla al estilo Trump.A pesar de estas condiciones, es muy temprano hablar de un cercano mundo multipolar.

Lo que se avecina por el momento es un orden mundial no polar donde cada país se encerrará en sus problemas propios, especialmente la crisis económica, la de sanidad y la psicológica de sus asustados ciudadanos. Cuando hablan de una posible Tercera Guerra Mundial los medios de comunicación al servicio de los más ricos y poderosos, hay que acordarnos de una advertencia del poeta Ramón Andrés que «en pocos años la guerra no consistirá en armas, sino en ataques informáticos y en epidemias muy dañinas propiciadas desde laboratorios».

Actualmente, hablando de las guerras, Donald Trump y su Gobierno no pueden ganar su propia guerra contra el coronavirus, en su propio país, ordenando la adquisición de otras 100.000 bolsas para cadáveres destinadas a las personas fallecidas por COVID-19.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Vicky Peláez