Por Samuel Fernández Illanes | El nuevo mundo post pandemia

La crisis sanitaria y sus inciertas consecuencias incidirán en todos los países y en las autoridades responsables, que serán juzgadas rigurosamente, según el resultado de sus medidas. Ojalá los seres humanos no sigamos reducidos a estadísticas de contagiados, salvados o víctimas, como en una competencia con ganadores y vencidos, incluso entre países. Los especialistas intuyen, y con razón, que tras la pandemia habrá un diferente orden internacional, aunque desconozcamos su magnitud y cuándo concluirá.

Se hace fundamental la necesidad de contar con sistemas de salud adecuados para atender masas de personas, simultáneamente, sobrepasando las capacidades habituales que demandan equipos y la tecnología más actualizada. Ningún país las tiene, ni podemos descartar que la emergencia se repita inexorablemente, con efectos mayores, y más letales.

Igualmente, la economía global se verá golpeada por una recesión muy dura, perdurable, pronosticada por organismos técnicos y connotados profesionales, de proporciones trascendentes para países menos adelantados. La relación incómoda entre pobreza y contagio es una realidad evidente.

Una globalización que ahora va en sentido inverso. Lo que ayer era indispensable para los intercambios, se ha detenido por fuerza mayor. La vida en comunidad y el contacto social se ha prohibido o limitado al máximo, como única medida de contención efectiva del contagio. Hoy vivimos enmascarados y temerosos, por tantos vaticinios de expertos instantáneos. Ha repercutido en el campo internacional al variar la interrelación humana, drásticamente.

Sus consecuencias para el funcionamiento de la comunidad de naciones y los organismos internacionales, ha sido evidente. Prescinden de una de sus herramientas esenciales, como la cercanía personal. No es igual por vía electrónica, una formula transitoria para algunas reuniones. Sin el encuentro cara a cara, buena parte de su utilidad se pierde.

Es cosa de ver cómo Naciones Unidas no han aportado todavía, ninguna solución a las pugnas entre grandes países, ni existen propuestas efectivas a nivel global. La CIJ ha suspendido sus actividades. La propia OMS recoge más críticas políticas que apoyos. Los demás organismos especializados, están en pausa.

Hay un campo adicional a considerar, me refiero al Derecho Internacional General. La tendencia aconsejada es el aislamiento. Por temporal que sea, podría tener como resultado el que cada país la aplique, no sólo en lo vecinal, sino respecto a los demás. Tendría una consecuencia indeseada, y comprometer la movilidad que facilita la práctica internacional para todos, sin exclusiones. Lo logrado en tantos años de evolución, podría retroceder más de lo necesario y alterar la creación del derecho global de modo más profundo. Lo enunciado es igualmente válido para los derechos internos de los países. Muchos nos encontramos con legislaciones para situaciones de normalidad, y todavía así, atrasadas, obsoletas, llenas de trámites burocráticos presenciales. Un sistema legal sobrepasado. Habrá que readecuarlo.

Lo anterior muestra que la pandemia está produciendo efectos. Tal vez el mundo que conocimos volverá, tarde o temprano, ojalá mejor y con muchas lecciones aprendidas. Es de esperar. En todo caso, no será el mismo.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Samuel Fernández Illanes – Abogado. Docente de la Facultad Jurídica y Sociales de la Universidad Central. Se desempeñó -entre 1998 y 2007- como Representante Permanente de Chile ante la UNESCO en París, Embajador en Egipto, concurrente en Túnez y Qatar, Embajador Observador ante la Liga de Estados Árabes, y Embajador Cónsul General en Miami.

La primera gran experiencia dentro del Servicio Exterior de Carrera del doctor Fernández Illanes, data de 1971 a 1972 cuando fungió como Tercer Secretario de la Embajada de Chile en Francia, y durante sus ratos libres hacía labores de secretario particular de Neruda transcribiendo las memorias Confieso que he vivido; la confianza entre ambos llegó al punto que el poeta le autorizó “falsificar” su firma en los oficios diplomáticos.