Por María Luisa Ramos Urzagaste | El negocio del siglo: nuestro aislamiento y enfermedad

La pandemia es tan brutal que ha encandilado la razón de líderes y gobernantes que creen que en solitario los países pueden salir de esta crisis. Estamos perdidos en el laberinto del individualismo, cegados por miopes previsiones y ausencia de liderazgos. Entre tanto, las farmacéuticas se frotan las manos.

Por *María Luisa Ramos Urzagaste

Cuando la OMS declaró al COVID-19 como una pandemia el 11 de marzo pasado, la cifra de casos confirmados en el mundo superaba los 118.000. En menos de un mes, la cifra ha excedido los 1,6 millones (1.400%).

El 23 de enero de esta año, cuando según datos de la OMS, en China había 574 casos de COVID-19, el Comité de Emergencia del Reglamento ‎Sanitario Internacional de la OMS advirtió que «todos los países deben estar preparados para adoptar medidas de confinamiento, como la vigilancia activa, la detección temprana, el aislamiento y el manejo de los casos, el seguimiento de contactos y la prevención de la propagación».

Una semana después, el día 30 de enero, el comité de emergencia de la OMS declaró una emergencia internacional por el brote del coronavirus que, por los resultados de hoy día, parece no haber sido tomada con la seriedad que el caso ameritaba.

Según registros de la OMS, el 3 de febrero en China se reportaron 17.000 casos, 3.000% más, respecto del 23 de enero, día en que se hizo la advertencia al mundo.

En esa fecha, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, durante la reunión del Consejo Ejecutivo de la OMS, no obstante que el crecimiento era colosal dijo que «si invertimos en la lucha en el epicentro, en el origen, la propagación a otros países será mínima y también lenta y, si es mínima y lenta, lo que pasa fuera también puede controlarse fácilmente».

Si bien es cierto que seguidamente hizo una advertencia: «De modo que puede gestionarse y, cuando digo esto, no me malinterpreten, puede incluso agravarse. Pero si damos lo mejor de nosotros, el resultado podría ser incluso mejor».

El director general de la OMS, pecando de candidez acotó que «en primer lugar, no hay ningún motivo para adoptar medidas que limiten innecesariamente los viajes y el comercio internacional. Instamos a todos los países a que adopten decisiones basadas en pruebas y coherentes».

La pregunta inmediata que se viene a la cabeza es ¿vieron los porcentajes de crecimiento? ¿Acaso no saben los burócratas de la OMS que la palabra cooperación actualmente prácticamente no existe entre los países, salvo contadas excepciones?

Valga aclarar que no se trata aquí de arremeter contra la OMS o a la persona del director general, sino de que entendamos todos, los ciudadanos de a pie, los gobiernos e instituciones internacionales, que, si seguimos haciendo más de lo mismo, la situación se puede volver incontrolable.

Ese optimismo pudo haber contribuido a no ver la gran alerta en números rojos que emitía China en ese momento.

El director de la OMS aseguró en dicha ocasión que «la conectividad mundial es una desventaja en este brote, pero también es nuestra mayor fortaleza». Esa aseveración fue hecha a pesar de que en menos de 11 días el coronavirus había logrado un crecimiento inaudito (3.000%).

Tedros bajo fuego

«La única manera de vencer este brote es que todos los países trabajen conjuntamente con un espíritu de solidaridad y cooperación. Las reglas del juego son solidaridad y más solidaridad» y lamentaba, sin embargo, que esta brillaba por su ausencia en muchos rincones y que había que corregir eso. Con esas palabras, queda claro que Tedros Adhanom se da cuenta de la situación, pero aún se mantenía confiado.

Está claro que no se puede atribuir a una persona la actual situación mundial, pues la OMS es una institución que además del personal de la organización, obedece al mandato de sus países miembros, que mediante sus representantes hacen escuchar su voz.

Ahora el director de la OMS vive momentos difíciles no solo por la crisis mundial, pero también porque ha sido atacado e incluso habría recibido amenazas de muerte. A esto, ahora se suma la amenaza del presidente de EEUU de suspender sus contribuciones a la OMS.

El virus viaja en avión y no necesita pasaporte

A inicios de marzo, el presidente de EEUU, Donald Trump, decía «tenemos un plan perfectamente coordinado y ajustado en la Casa Blanca para nuestro ataque al coronavirus» y acusaba a las Fake News Media de estar haciendo todo lo posible para que EEUU «se vea mal».

El 11 de marzo, cuando la OMS declaró la pandemia, EEUU sumaba 696 casos. Un mes después, la cifra supera los 460.000 casos y se han reportado más muertes por coronavirus que cualquier otro país en el mundo.

La enorme conectividad aérea de EEUU y Europa con América Latina y el Caribe ha disparado el contagio hacia la región.

El futuro no es alentador, tampoco se vislumbra una mayor cooperación ni coordinación entre los países. Se observa una peligrosa tendencia a resolver la situación mediante la represión y el aislamiento. Cada quien hace lo que puede, como puede y con la gente atemorizada y con miedo a morir, nadie controla nada, mientras las arcas de los países se van vaciando.

¿Cuánto puede aguantar Latinoamérica y el Caribe inmovilizada, militarizada y sin comida?

Difícil entender cómo hemos llegado a este punto, más aún cuando se sabe que en 2017 la OMS advirtió que los brotes epidémicos son una amenaza mundial constante y por eso creó un Nuevo Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS que «abarca todo el ciclo de gestión de riesgos, incluye colaborar con los países para abordar las emergencias antes de que se produzcan mediante la mejora de la prevención y la preparación y, asimismo, ayudar en la respuesta a la emergencia».

¿Quién sino la OMS (como organismo compuesto por prácticamente todos los países del planeta), la ONU y sus demás organismos son los que debieron haber tomado medidas para evitar la actual tragedia global? Mecanismos existen, pero al parecer no son los adecuados.

El año pasado, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advirtió que más de la mitad de la población mundial carece de acceso a los servicios de salud, lo que tiene consecuencias graves para la humanidad en su conjunto. Esa podría ser la magnitud del daño del coronavirus.

El COVID-19 nos ha demostrado que la globalización, tal cual es hoy, es exitosa para esparcir el virus y desnudar nuestra fragilidad. El autoaislamiento político de los países es hoy nuestro peor enemigo, es un búmeran que empeorará la actual situación.

El negocio de las vacunas: tu enfermedad, mi negocio

Los oferentes de vacunas en el mundo son un puñado de extremadamente poderosas compañías, que a diario hacen un lobby brutal de millones de dólares ante gobiernos, congresos e instituciones internacionales.

Por otro lado, para las potencias mundiales es vital contar con aliados, es decir sus propias compañías, corporaciones y universidades que investigan y posicionan sus productos en el mundo. Es un tema de seguridad nacional y de posicionamiento mundial.

Entre las grandes compañías farmacéuticas que dominan el mercado se puede mencionar a Merck, Pfizer, Sanofi Pasteur, GlaxoSmithKlin, Eli Lilly, Johnson and Johnson, Roche, etc. La China CanSino Bio también avanza a pasos agigantados en esta carrera.

Por ejemplo, Johnson & Johnson anunció que trabaja en una vacuna para COVID-19, producto de acuerdos con el Gobierno de EEUU y se compromete a suministrar 1.000 millones de vacunas en todo el mundo que estarían listas en 2021.

Pero no solo les interesa la prevención (la vacuna), tal el caso del consorcio Novartis-Johnson & Johnson que trabaja en desarrollar y fabricar también diagnósticos y tratamientos para COVID-19.

La competencia por lograr primero la vacuna es motivada por los millones de potenciales enfermos, todos nosotros, sin distinción de religión, cultura, edad, credo político, continente o país. Es el negocio del siglo y la mesa está servida.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

*Ostentó el cargo de vicecanciller de Bolivia (2017). También ejerció como embajadora de Bolivia en España (2016-2017), embajadora en Rusia (2009-2015) y viceministra de Relaciones Económicas de Bolivia (2006-2007). Columnista de Sputnik.