Por Vicky Peláez | El coronavirus muestra el rostro verdadero de Ecuador

El coronavirus arrasa Ecuador y deja tras de sí imágenes espeluznantes de cadáveres en las calles de Guayaquil envueltos en sábanas, en los colchones donde murieron, en cajas de madera artesanales o simplemente en bolsas negras de basura, y los menos, en ataúdes, insepultos durante días, tanto en barrios populares como en zonas turísticas.

Por Vicky Peláez

La locura de un mal imprevisto y los antipatrias consumen tu siglo,
Señor Jesucristo ruega por nosotros, los sensatos que amamos la vida y que somos mayoría
(José María Egas, poeta ecuatoriano, 1896-1982)

Muchos otros cadáveres permanecían en sus casas esperando ser recogidos por las autoridades.

Según el listado que tiene la policía para acudir a los levantamientos, el 31 de marzo estaban registrados más de 550 cuerpos en la lista de espera para ser retirados de las viviendas y no se sabe cuántos cuerpos de guayaquileños seguían abandonados en las esquinas de las calles.

El periodista ecuatoriano, Pedro X. Valverde Rivera escribió que «Guayaquil parece haberse convertido en una suerte de hija enferma, malcriada, rebelde e indisciplinada, que no acata órdenes y amenaza con contagiar al resto del país. Nada más perversamente alejado de la verdad». Lo que le sucedió a esta «gente madera de guerrero» se produjo debido a la saturación de los hospitales que ya no tenían la capacidad de recibir a los pacientes con síntomas claros de COVID-19, el colapso del sistema funerario compuesto por tres crematorios —todos privados— con precios imposibles para las clases populares y por la disposición del Gobierno central, mediante la cual, solo médicos funcionarios públicos del ECU911 podían firmar los certificados de defunción. Esto significa que cada día había que enviar a más de 100 médicos a emitir los certificados.

No obstante, la causa más importante en esta tragedia consiste en la ausencia de planificación y la debida y necesaria previsión de la pandemia que ya estaba asomándose a la puerta del continente americano, especialmente en Ecuador cuyo primer caso se registró el 3 de febrero de una mujer que llegó a Guayaquil procedente de España con claros signos de coronavirus y a la cual no le dieron la importancia adecuada.

De allí sucedió en Guayaquil, provincia de Guayas, lo que el escritor polaco-británico Joseph Conrad destacó en su novela, El corazón en tinieblas (1899) con dos palabras: «horror, horror». Ni el cierre de fronteras, ni el toque de queda extendido declarado por el Gobierno han podido evitar que Ecuador, de casi 17 millones de habitantes se haya convertido en el país latinoamericano con el mayor índice de contagios y letalidad de su coronavirus y el cuarto en toda América más afectado por el COVID-19 después de Estados Unidos, Canadá y Brasil.

Guayaquil en este contexto, es la ciudad con la mayor tasa de mortalidad para cada 100.000 habitantes en todo el continente sudamericano. El temor de contagiarse se ha apoderado de toda la ciudad y del país en general. En la provincia de Guayas, a la que pertenece Guayaquil, para el 2 de abril se contabilizaron 1.941 infectados, el 61,4% del total nacional que alcanzó 3.163. Oficialmente el Gobierno reportó 120 muertos en todo el país pero tomando en cuenta el caso de Guayaquil, donde la mayoría de más de 500 fallecidos ni siquiera se habían sometido al test del virus, el número de los muertos sería mucho más y es cuestión de tiempo para que aparezcan los datos reales.

El vicepresidente, Otto Sonnenholzner señaló el 30 de marzo que el número de fallecidos con síntomas COVID-19 va en aumento y que al momento se registran hasta 10 muertos al día en los hospitales de la ciudad pero rehusó especificar, lo que obligó a la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, que está en cuarentena porque dio positivo al coronavirus, exigir al gobierno de Lenín Moreno informar con la verdad acerca de las cifras oficiales de fallecidos por la pandemia. Mientras tanto, el pánico que ha dominado a toda la ciudad obligó a su burgomaestre a declarar que «nadie entra y nadie sale» quedándose Guayaquil aislada también por un decreto del Gobierno como una «zona de seguridad nacional» que otorga a las Fuerzas Armadas asumir el control del espacio público con todas las restricciones que esto implica incluyendo el toque de queda.

Sin duda alguna, el estado de excepción en el momento de pandemia ayuda a prevenir la propagación de coronavirus pero lo más que se necesita es la atención médica, tener a mano suficiente reactivos para pruebas del COVID-19, suficiente cantidad de especialistas médicos, laboratorios, insumos médicos como máscaras, guantes etc. lo que Ecuador carece. Se reporta en Guayaquil la escasez de reactivos en condiciones del desbordamiento de la solicitud de pacientes para toma de pruebas. Desde 29 de febrero al 1 de abril ya se han procesado 8.747 exámenes en tres Laboratorios del Instituto Nacional de Investigación de salud Pública (INSPI) del Ministerio de Salud Pública. Pero sus resultados demoran casi una semana. A la vez, en los laboratorios privados, como el de Kennedy, hay reactivos pero el precio de prueba es de 250 a 300 dólares lo que no cada guayaquileño puede afrontar.

No hay que olvidar que las brechas sociales como trabajo informal, subempleo, desempleo se incrementaron en Ecuador en los últimos tres años desde que Lenín Moreno fue elegido como el presidente del país. Guayaquil con sus 2,6 millones de habitantes es la urbe más grande del país y al mismo tiempo la más desigual donde viven cientos de miles de porteños «todos los días de Dios, cuando salen con los bolsillos vacíos, pero cargados de fe, ingenio y arrestos para buscarse la comida del día. A eso hay que agregar el estado de hacinamiento en que familias enteras viven, con mosquitos y color, que las obliga a salir para respirar. Familias que por el material de sus viviendas no pueden cocinar dentro de ellas porque se pueden incendiar». Pero también en esta ciudad conjugan los precarios, extensos asentamientos humanos junto a lujosas mansiones convertidas en mini ciudades amuralladas.

Desde que Lenín Moreno asumió la presidencia de Ecuador el 24 de mayo de 2017, prometiendo durante su campaña electoral la continuidad de la Revolución Ciudadana que se inició con Rafael Correa en 2007, el país empezó a dar el giro de 180 grados hacia posiciones de derecha al segundo día de Moreno en el poder. Se acabó enseguida la Revolución Ciudadana, el Socialismo del Siglo XXI y el modelo de ‘buen vivir’. El nuevo presidente engañó a todos y mostró su verdadero rostro de oportunista político que había logrado a ocultar desde su militancia en la juventud en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Jugaba a dos bandas, apoyando a Rafael Correa y simultáneamente manteniendo excelentes relaciones ocultas con empresarios de la derecha y con el embajador de EEUU en Ecuador, Todd Chapman.

Resultó que el verdadero propósito de Moreno fue retornar a su país al pasado restaurando la política neoliberal y regresar al «patio trasero» de EEUU. Para lograrlo el exrevolucionario dio un viraje repudiando a la Revolución Ciudadana y abrazó la clase dominante ecuatoriana identificándose con los intereses norteamericanos. Según Global «Research, Moreno vendió a Julian Assange a EEUU y al Reino Unido por un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) por 4.000 millones de dólares» que implicaba una ‘terapia de shock’ económico neoliberal recortando drásticamente los gastos sociales y en especial los de salud, seguro social, educación, programas de apoyo a los pobres. La tasa de pobreza multidimensional (acceso a salud, educación, comida, vivienda) subió en estos casi tres años del 34,6 al 38,1%.

​En realidad, antes de la pandemia Ecuador ya padecía una grave crisis después de aquel dramático shock económico en octubre de 2019, que hizo al presidente perder autoridad e influencia. La pandemia trajo consigo la crisis sanitaria caracterizada por falta de total preparación del gobierno para afrontar el coronavirus. El actual ministro de Salud Pública, Juan Carlos Zevallos reveló al país que dos millones de pruebas de coronavirus procedente de Corea del Sur anunciados por la anterior ministra de Salud, Andramuno, nunca llegarían al país. Tampoco los laboratorios privados estaban listos para COVID-19 y su mayoría no tenía reactivos para pruebas y los hospitales estatales estaban preparados para atender a los pacientes contagiados, carentes de personal preparado e insumos médicos que recién ahora el Ministerio de Salud está tratando de adquirir caóticamente.

Todo esto explica el horror y la indignación que producen los cadáveres arrojados en las calles de Guayaquil sin ser recogidos durante días. El responsable de la ‘fuerza de tarea’ en la provincia de Guayas (3,8 millones de habitantes) a la que pertenece Guayaquil, Jorge Watabe aseguró que «actualmente se recogen diariamente 150 cadáveres en Guayaquil y se estima que los fallecidos por el COVID-19 en Guayas llegarán entre 2.500 a 3.500».Nadie sabe qué es lo que espera a Ecuador a medida que el coronavirus está avanzando. Una pandemia es peor que una guerra porque no se sabe en qué momento terminará y cuándo estará controlada por completo.

Al cierre de esta columna, no se sabe si Lenín Moreno haya pedido ayuda a Cuba, China, Rusia ni Venezuela países de los cuales se alejó ofendiendo a unos y con otros siguiendo las instrucciones de Donald Trump, pero en estos tiempos de dolor y muerte deberá poner los intereses de su patria encima de sus conveniencias ideológicas de turno y clamar por ayuda.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN