La primera ayuda exterior para Italia en la lucha contra el COVID-19 ha llegado de China, y no de sus vecinos y socios continentales. La Unión Europea naufraga en la crisis y estalla en 27 maneras de decir ‘sálvese quien pueda’ ante la pandemia que asola al mundo.
Por *Luis Rivas
Mauricio Massari, representante de Italia escribió el pasado día 10 en la publicación Politico.eu que la crisis del coronavirus «es un examen de la cohesión y la credibilidad de la UE». Pocas semanas después de que la epidemia se iniciara en Italia, se puede afirmar que Europa ha fracasado en ese examen.
Cuando las autoridades italianas comenzaron a informar sobre el avance del virus en su territorio sus socios comunitarios miraron hacia otro lado, o, más bien, hacia dentro, pero siempre pensando que lo que sufrían los italianos era algo específico y no llegaría a sus países. En algunos casos, al menos ciertos dirigentes vecinos se reunieron con sus colegas de eses país, como hizo el francés Emmanuel Macron, que comparte la frontera de los Alpes con Italia. Pero no fue para ofrecer ayuda precisamente, sino para informarse de cómo proteger sus intereses.
Desde otros países, como España, el ejemplo italiano provocaba indiferencia o inspiraba a los bromistas. «La España de charanga y pandereta» de Antonio Machado en su poema Del mañana efímero, y que se ha interpretado después como frase para definir un país poco serio, dio un ejemplo de fidelidad a ese cliché.
Por razones de interés puramente partidista, el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no canceló la multitudinaria manifestación feminista, arguyendo que la situación de la crisis viral no lo hacía necesario. Pocas horas después del evento, se dieron las alarmas. Miembros del gobierno caían infectados como cualquier ciudadano y España era acusada de irresponsabilidad por políticos europeos.
Paellas multitudinarias, a falta de medidas de protección
Acontecimientos deportivos y sociales tardaban en ser cancelados. Las distintas comunidades autonómicas, con gobiernos de diferente signo, tampoco atendían la emergencia de la situación: comilonas multitudinarias del presidente conservador gallego; paella para 2000 personas invitadas por el alcalde socialista de Valencia… España, a la hora de escribir estas líneas, es el segundo país más afectado de Europa, tras Italia.
Mientras los países europeos iban tomando medidas draconianas cada uno por su cuenta, incluido el cierre de sus fronteras, las autoridades de Bruselas hacían lo único que saben: prometer, hablar de ayudas económicas. Ni una palabra sobre coordinación de medidas comunitarias y mucho menos de solidaridad ni con Italia ni con nadie.
Mientras el Reino Unido no perdía tiempo en reducir los tipos de interés, el Banco Central Europeo todavía estaba calculando cuál sería el mejor día para la reunión de crisis. Tras anunciar unas ayudas de 120.000 millones de euros para las empresas europeas, las bolsas del Continente volvieron a estrellarse. Esperaban más dinero. Cuando se habla del monstruo burocrático de la UE no se exagera ni un ápice. Y, de todos modos, cualquier medida de carácter fiscal será adaptada según el interés de cada país.
Prepotencia humillada
Parece absurdo que los dirigentes europeos no hayan celebrado una reunión específica sobre la crisis del coronavirus de la que hubieran salido medidas conjuntas. Eso sí, los políticos europeos atacaron primero a Pekín, a quien acusaba de propagar «la peste china». Después, a Roma, que volvió a conocer los estereotipos que la Europa del Norte les aplica.
Y en eso llegó Donald Trump. Imitando las decisiones tomadas por otros países, el presidente norteamericano decidió prohibir la llegada a suelo norteamericano de cualquier vuelo procedente del Viejo Continente, considerado por La Casa Blanca como un peligroso foco de virus. Europa humillada, también por razones político-comerciales.
El llamado Tercer Mundo, acusado tradicionalmente de ser el origen de las epidemias mundiales, también declaraba presuntos portadores del virus «non grato» a los ciudadanos provenientes de Europa. Una lección a la prepotencia y a los especialistas en dar lecciones al resto del mundo.
Ningún representante político de Estocolmo va a consultar con un colega de Madrid para coordinar acciones anti-COVID-19. Los húngaros no se van a fijar en lo que hagan los holandeses. La unión sanitaria europea no existe.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
*Luis Rivas: Periodista. Columnista de Sputnik. Excorresponsal de TVE en Moscú y Budapest. Dirigió los servicios informativos del canal de TV europeo EuroNews. Vive en Francia desde hace más de 20 años.