Por Raúl Zibechi | El coronavirus como tapadera de la crisis sistémica

Que una gripe fuerte sea capaz de hundir la economía mundial, no habla de la gravedad del virus sino de la fragilidad del modelo financiero neoliberal.

Por *Raúl Zibechi

Antes de que se dispararan las alarmas por la epidemia de coronavirus, existían evidencias sobre la desaceleración de las principales economías, que ahora parecen confirmarse al punto que la inflexión de la Reserva Federal de Estados Unidos al bajar las tasas de interés encendió todas las alarmas.

El Baltic Dry Index es considerado como un termómetro de la salud de la economía global, porque indica los rumbos en el corto plazo. Se trata de un índice de los fletes marítimos de carga a granel seca, que se calcula diariamente. Su importancia radica en que refleja la cantidad de contratos para el envío de mercancías en las rutas marítimas más importantes.

Este termómetro marcó a principios de setiembre de 1919 los 2.580 puntos, el más elevado de los últimos 10 años, sólo superado en 2010. Desde octubre el índice no para de caer, alcanzando niveles más bajos aún que durante la crisis de 2008. A principios de diciembre estaba en 1.500 puntos, mil menos que tres meses atrás.

Lo más significativo es que siguió cayendo de forma exponencial hasta los 400 puntos, en febrero de 2020. Cuando la epidemia de coronavirus aún no ocupaba los titulares de los medios, en los primeros días de enero, y aún no existía la preocupación de las semanas siguientes, derrapó hasta los 750 puntos el 8 de enero.

Si el Baltic Dry Index estaba en caída libre, de 2.580 a 750, esto no puede atribuirse al coronavirus sino a una crisis económica inminente, brutal y depredadora. Una crisis cuyas manifestaciones ya eran evidentes antes de la epidemia.

El FMI publicó sus previsiones en la 50 reunión anual del Foro Económico de Davos, revisando su pronóstico de crecimiento para 2020 a la baja. Sus principales conclusiones fueron que la economía mundial se encuentra en una situación «peligrosamente vulnerable».

El clima que se respiraba antes de la difusión de la epidemia comparaba la coyuntura con la crisis de 2008, mientras la OCDE confiaba aún en un «aterrizaje suave» de la economía estadounidense. Las principales agencias temían que la combinación de «las tensiones geopolíticas, el malestar social, las tensiones comerciales y el desarrollo de turbulencias financieras de las economías», crearán una situación insostenible.

Lo que pretendo enfatizar es que la conjunción de guerra comercialBrexit, deuda pública y privada y desigualdad crecientes, ya estaban causando estragos cuando apareció el coronavirus. Por lo tanto, la epidemia no es la causa de la crisis económica sino su catalizador.

La ONU, por ejemplo, venía advirtiendo de la «profundización de la polarización política y un creciente escepticismo sobre el multilateralismo como riesgos significativos a la baja».

En su informe sobre las perspectivas de la economía mundial para 2020, el analista Oscar Ugarteche enfatizaba, a fines de diciembre pasado, que «2019 ha sido uno de los más complicados en mucho tiempo para una serie de países visto desde varias aristas: crecimiento económico, cohesión social, integración internacional y crisis política».

El economista agrega, a la lista de infortunios, «las protestas sociales de diversa índole en al menos dieciséis países alrededor del mundo», que repercuten en una caída de «la inversión privada tanto en el corto como en el mediano plazo». La desaceleración de Alemania y el estancamiento de la Unión Europea, se traducen en una disminución de los precios de las materias primas, según Ugarteche.

El punto central, empero, es otro: «Se anticipa para 2020 una mayor desaceleración, tal como esperábamos a inicios del 2019. La Reserva Federal en su última decisión de política monetaria del año ha optado por mantener la tasa de referencia de los bonos federales en el rango de 1.5 – 1.75% aunque el pronóstico es que cuando se intensifique la desaceleración económica, se harán recortes adicionales, llevando a una ronda de recortes en todo el mundo, el próximo año», escribía a fines de 2019.

Esto explica que la bajada en las tasas de interés no fue en absoluto «sorpresiva», como aseguró buena parte de la prensa económica. La Fed simplemente aprovechó el momento para tomar una decisión que resultaba inevitable, por el estado de cosas con que finalizó 2019. «Para las economías avanzadas el pronóstico es gris», concluye el economista.

Los descalabros de las bolsas a comienzos de marzo y, de modo particular, la brusca oscilación hacia arriba y hacia abajo que se observa cada día, son consecuencia de que hemos entrado en un período de hondas incertidumbres, a las que ahora se suman los países asiáticos, con China a la cabeza, que este año puede tener la tasa de crecimiento más baja en décadas.

La conclusión es que la economía global estaba ya ingresando en un momento de caída con fuerte tendencia a la recesión. Es importante destacar que no se trata de una crisis económica sino sistémica. Cuando Ugarteche menciona, por ejemplo, la importancia de las protestas sociales en muchos países de forma simultánea, está poniendo sobre el tablero una situación que excede con mucho el concepto de crisis económica.

Quizá por eso, el segundo dato a retener de esta crisis, es el experimento de ingeniería social a gran escala, colocando en cuarentena a millones de personas sanas, algo inédito en la historia de la humanidad.

El epidemiólogo brasileño Pedro Vasconcelos, que trabajó treinta años en el Instituto Evandro Chagas y hoy preside la Sociedad Brasileña de Medicina Tropical, señala: «La humanidad usó la cuarentena para controlar la peste negra en la Edad Media, la fiebre amarilla cuando no se conocían sus causas y la gripe española a inicios del siglo XX. Y nada más».

Esa práctica había caído en desuso y ahora se utiliza no para aislar a los infectados sino para millones de personas sanas, inicialmente en China pero con tendencia a multiplicarlo a escala global. Estamos ante una tema fundamental, ya que en un período de crisis sistémica, las elites parecen empeñarse en mantener el control a toda costa, como se deduce de su actitud ante la epidemia de coronavirus.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

*Raúl Zibechi, periodista e investigador uruguayo, especialista en movimientos sociales, escribe para Brecha de Uruguay, Gara del País Vasco y La Jornada de México, autor de los libros ‘Descolonizar el pensamiento crítico’, ‘Preservar y compartir. Bienes comunes y movimientos sociales’ (con Michael Hardt), ‘Brasil Potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo’, entre otros. Columnista de Sputnik.