Por Alejandro Marcó del Pont | Las dimensiones del infierno 

A principios del año 1600 una de las mayores preocupaciones de la iglesia se transformó en la discusión de mayor entusiasmo de la época: calcular las dimensiones del infierno. Para desentrañar semejante interrogante, el presidente de la Academia de Florencia propuso el nombre de quien consideraba uno de los mejores disertadores de su tiempo: Galileo Galilei.

Por *Alejandro Marcó del Pont

Sí bien sus resultados no revisten mayor importancia hoy, algunos condimentos de la discusión bien podrían servirnos de soporte para este trabajo. Resulta significativo que el misterio fue planteado por la iglesia en torno a las medidas del infierno, donde el número de potenciales huéspedes podría resultar una alternativa válida para determinar su tamaño, algo así como maldad por metro cuadrado.

Tanto potenciales huéspedes, como la superficie que ocuparán, bien podrían formularse como un problema contemporáneo. No obstante, tendríamos que realizarle algunas modificaciones. La primera, que ninguna de las personas que pudiera obtener un pasaporte inmediato al infierno debería ser catalogada como malvada en el mundo actual, más bien tendría que ser clasificada como un típico individuo posmoderno, codicioso, individualista, light, neoliberal, indiferente, poderoso, e infinitamente hipócrita.

La paradoja de esto reside en que quienes ocupan actualmente un lugar en el infierno no reúnen ninguna de las cualidades descritas: sus moradores serían los desheredados de la globalización, los miserables, los humildes, los necesitados. Es probable entonces que, si podemos justificar que la vida en la Tierra puede ser menos placentera que el infierno, quienes hoy viven en el abismo terrenal consigan el cielo, y quienes disfrutan del paraíso terminen en el infierno. En cuanto a las magnitudes, como veremos, la historia será otra.

Los que ingresaron al infierno sin permiso

Nuestro querido infierno terrenal está habitado por unas 7.600 millones de almas, de las cuales 5.700 millones tienen más de 15 años de edad; es decir, que son aptas para trabajar. Incluyen ancianos obligados a trabajar tanto tiempo como sea posible al no recibir ninguna prestación por vejez.

Según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), de los 5.700 millones de personas en edad de trabajar están empleadas 3.300 millones de personas, unos 2.070 millones son jubilados o estudiantes que no trabajan, 190 millones son desempleados y 140 millones son desempleados que no buscan trabajo.

Esta es una simple descripción numérica que no nos coloca ni en cielo ni en el infierno, pero los últimos datos del Banco Mundial (La pobreza y la prosperidad compartida 2018: Armando el rompecabezas de la pobreza) permite contar con un primer perfil geográfico. Unas 3.400 millones de personas viven con menos de 5.50 dólares (U$S 160 al mes), es decir, el 45% de la población mundial tiene, según el Banco Mundial, grandes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas, ¡pero no son pobres!

Los que si se encuentran en el primer escalón de la pobreza son aquellos que viven con menos de 3.40 dólares diarios (U$S 102 al mes) y que suman 1.900 millones de personas, el 25% de la población mundial. Por últimos, quienes se encuentran a la derecha misma de satanás son los que viven con menos de 1.90 dólares diarios (U$S 57 al mes), unas 900 millones de personas, casi el 12% de la población de todo el globo. Por cierto, y por si no lo han notado, parecería que es lo mismo que trabajen o que no lo hagan, lo que lo vuelve realmente un infierno.

Al parecer estar empleado no significa contar con condiciones dignas para ser miembro del paraíso. Alrededor de 360 millones de personas, el 11 % de los empleados, son trabajadores familiares no remunerados que carecen de protección social y de seguridad de los ingresos, y cuya situación en el empleo se define como “informal”. Otros 1.100 millones de personas, o el 34 % de la población mundial en edad de trabajar, trabajan por cuenta propia.

Este trabajador es el espíritu del emprendedor y la esencia del relato neoclásico, aunque gran parte de este trabajo tiene que ver con actividades de subsistencia emprendidas por falta de oportunidades de empleo en el sector formal o en uno con sistema de protección social; el 85% de los trabajadores por cuenta propia operan en la economía informal según la OIT (2018).

Dos de cada cinco de las personas que trabajan lo hacen en la informalidad, y son unas 2.000 millones de personas, gran parte de ellos se incluye dentro del 55% de la población mundial que carece por completo de protección social. Y por último, los trabajadores en pobreza o en pobreza extrema (26%) se encuentran una 950 millones de trabajadores, que sin importar lo que hagan recibirán un salario que no les permitirá cubrir sus necesidades básicas.

En el infierno el género juega un papel importante y no podíamos dejarlo fuera de la descripción. La participación masculina en los empleos fue, según la OIT, del 75% en el 2018, mientras que las mujeres tuvieron una participación del 48%. Es decir, tres de cada cinco puestos de trabajo de 3.500 millones de personas son para los hombres. Y, por supuesto, hay 27 alarmantes puntos porcentuales de disparidad salarial. Como veremos la tasa de participación laboral viene cayendo, sobre todo en los jóvenes y mayormente, como se ve, en las mujeres. Esto implica una mayor desprotección social, en la educación, en la jubilación, etc.

Y nos quedan dos temas paradigmáticos. En primer término, la participación laboral en el mercado de trabajo, y en segundo lugar, la productividad laboral. La tasa de participación laboral ha venido reduciéndose en un promedio de entre 0,1 y 0,2 puntos porcentuales al año durante los últimos veinticinco años, y su caída más pronunciada se registró inmediatamente después de la crisis financiera mundial de 2008, esta tendencia parecería afianzarse en el tiempo.

La otra variable, que funciona conjuntamente con esta, es la productividad laboral. En los países de bajos, medianos y altos ingresos, las productividades son diferentes. La tecnología y la educación permiten que ciertos países incrementen sus productividad, mientras que los más pobres no puedan hacerlo. Esto obliga a que sus salarios sean más bajos al ser intensivos en mano de obra, sin poder sacar de la pobreza a su población. La genial idea de la distribución mundial del trabajo hace que la participación del empleo y la participación salarial sean menores, pero no así la distribución de los beneficios.

En el infierno se trabaja, en el cielo se gasta

En 2006, cuando escribí la primera versión de este artículo, los diez mayores millonarios tenían el mismo patrimonio que el PBI de 48 países pobres. Hoy esta relación, como vemos en el cuadro siguiente, se duplicó y se necesita el PBI de 96 países para igual el patrimonio de los diez megamillonarios.

Los datos de diferentes organismos internacionales y fundaciones nos indican que en 2018 las 26 personas más ricas del mundo poseían la misma cantidad de dinero que los 3.800 millones de pobres que alberga el planeta, o que, de acuerdo al informe de Oxfam, el 82% de la riqueza mundial generada durante el año 2018 fue a parar a manos del 1% más rico de la población mundial, mientras el 50% más pobre, 3.700 millones de personas, no se benefició en lo más mínimo de dicho crecimiento.

Los 2.153 millonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (un 60% de la población mundial), según revela el mismo informe. Y en América Latina y el Caribe mientras que el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza, el número de millonarios pasó de 27 a 104 desde 2000 al 2019. En contraste, la pobreza extrema sigue aumentando. En 2019 unas 66 millones de personas, es decir, el 10,7% de la población de América Latina, vivía en extrema pobreza, de acuerdo a datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Todos estos datos son aterradores, pero un tanto confuso. Nosotros no queremos determinar la diferencia entre ingreso y patrimonio o la descripción del coeficiente de Gini. Describamos nuestro cielo y nuestro infierno, con los datos que contamos de nuestros diez multimillonarios y nuestros 3.500 millones de pobres.

Según la OIT, hay 153 millones de niños entre 5 y 17 años que realizan trabajo infantil. La prevalencia del trabajo infantil más alta se registra en los países del África Subsahariana, donde en 2017 uno de cada cinco niños trabajaba, y uno de cada diez realizaba un trabajo peligroso, algo que llevan a cabo a nivel mundial 73 millones de niños y niñas.

Esta es una tendencia, y se cree que para el 2025 habrá más de 135 millones, por lo tanto, con un auxilio teórico sacaremos del infierno a estos 153 millones de almas, para llevarlas al menos al limbo, con una simulación y el aporte de nuestros 10 mayores multimillonarios.

Como el Banco Mundial dijo que el ingreso de 5.5 dólares acarreaba a las personas grandes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas, pero no eran pobres, nosotros les daremos a nuestros 153 millones de niños 6.5 dólares por día, lo que les permite satisfacer sus necesidades mínimas, generando una costo de U$S 2.375 anuales.

El patrimonio de nuestros diez mayores ricos (ver cuadro) es de un total de U$S 702.000 Millones, que dividido por U$S 362.992 millones, (el costo anual de darles 6.5 dólares por día a nuestros 153 millones), nos resulta que durante un año y nueve meses nuestros trabajadores infantiles podrían instalarse en limbo, dejar de trabajar, y comenzar a evaluar qué oportunidad se les puede abrir por disfrutar de U$S 6.5 diarios.

La misma cuenta se podría hacerse para cualquier simulación, lo cierto es que por tarea, genero, color, raza, lugar de nacimiento, o por ser inmigrante, el infierno se fracciona en nuestro mundo en dispares y peores miserias. Mayores y más aterradoras en algunas áreas geográficas, menores y relativamente menos desdichadas en otras, pero siempre nuestra tierra es más estremecedora y espantosa que lo que imaginemos por infierno.

Estos diez magnates que viven en el paraíso deberían asombrarse al contemplar la verdadera apariencia de nuestra tierra después de condenado al infierno al menos a 4.600 millones de personas para que ellos puedan vivir sin ninguna limitación. El cielo y el infierno están aquí en la tierra y resulta llamativo que sin realizar una investigación exhaustiva ni pormenorizada, sólo con un limitado conjunto de datos, no los hayamos invitado, todavía, a que distribuyan un poco de sus beneficios y compartan el infierno con nosotros.

Por cierto, las dimensiones del infierno, son las mismas que la de la tierra, 510.072.000 km2.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

*Lic. en Economía y Magíster en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de La Plata). Analista de economía. Columnista y comentarista en varios periódicos, radios y televisiones internacionales. Director del medio de comunicación digital El Tábano Economista.