Por Alfredo Zaiat | Incendios en Australia y deforestación de la Amazonía: el desafío de la economía verde

Los devastadores incendios en Australia hicieron sonar las alarmas en todo el mundo acerca de los efectos del cambio climático. Las preguntas que surgen son: ¿cuáles son los efectos del calentamiento global y cuál es la agenda verde en América Latina?

por *Alfredo Zaiat
Agencia de Noticias Sputnik

El negacionismo liderado por el presidente de EEUU, Donald Trump, que tiene como uno de sus fervientes seguidores al primer ministro australiano, Scott Morrison, se repite en la región con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

¿Qué es el calentamiento global?

Es una de las consecuencias y manifestaciones del cambio climático. La temperatura de la Tierra aumenta por la acción del hombre en el medio ambiente, lo que altera los ecosistemas.

Uno de los efectos negativos lo provoca la liberación de gases invernadero como resultado de la utilización de combustibles fósiles (el petróleo, el gas, el carbón y el gas licuado).

Los tres bloques económicos que más los emiten son China, EEUU y Europa Occidental. Ellos solos son responsables de la mitad de las emisiones totales.

Pero el impacto se deja sentir en todo el planeta. Lo que contamina un país afecta a todos porque la atmósfera esparce los gases en pocas semanas.

El cambio climático es un proceso durante el cual el clima varía y se altera durante un largo período de tiempo. La intervención del hombre acelera ese proceso de transformación. Las sequías, las inundaciones, los incendios y las tormentas son cada vez más violentas, lo que provoca mayores destrozos y más pérdidas materiales y humanas.

Amazonía

Es preocupante que el líder de la mayor potencia económica mundial sea un negacionista del cambio climático, pero lo es aún más que lo sea el presidente del país en el que se encuentra el conocido como pulmón de la Tierra: la Amazonía.

Jair Bolsonaro y la bancada rural en el Congreso brasileño pretenden acabar con los bosques tropicales. Son áreas protegidas y desean levantar las restricciones que las protegen de la tala y de la construcción.

La agricultura, la deforestación y el cambio climático están íntimamente ligados en Brasil. Hasta el punto de que es uno de los 10 países del mundo que más emite gases de efecto invernadero.

Brasil emite casi tres veces más CO2 por la deforestación y los incendios forestales que por el uso de combustibles fósiles: 1.000 millones de toneladas por la alteración de la tierra frente a las 398 millones de la combustión de gasolina, gas o carbón, según los datos del Observatorio del Clima de Brasil.

Bolsonaro pretende abrir más la Amazonía a la explotación comercial (agricultura, minería, hidrocarburos). El 13% del bosque tropical brasileño está protegido por ser territorio indígena. Esto ha supuesto, hasta ahora, un muro casi infranqueable para la deforestación.

Es la lógica del capitalismo salvaje la que considera que la protección de los ecosistemas es un obstáculo para el progreso. La política de Bolsonaro respalda ese capitalismo, y por ese motivo le ha restado relevancia a los incendios que la Amazonía sufrió en 2019, y que arrasaron 900.000 hectáreas de bosques.

Crecimiento sostenible

En línea opuesta al negacionismo de Bolsonaro, en América Latina crece la corriente que impulsa la economía verde.

El documento del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) titulado La visión de la economía verde en América Latina y el Caribe, define que se trata de una economía baja en carbono y eficiente en el uso de los recursos naturales, además de los insumos tradicionales como trabajo, energía fósil y capital.

Explica que una economía verde valora e invierte en el capital natural y ofrece mejores condiciones para garantizar un crecimiento sostenible. Busca, además, conservar y preservar el medio ambiente entendiendo que este es fundamental para garantizar la sostenibilidad de la producción para las generaciones futuras.

Las Naciones Unidas definen la economía verde como «la inversión en sectores como las tecnologías de eficiencia energética, las energías renovables, el transporte público, la agricultura sostenible, el turismo respetuoso con el medio ambiente y la gestión sostenible de los recursos naturales, incluidos los ecosistemas y la biodiversidad» para generar nuevos sectores de producción, empleos de calidad y un incremento en el ingreso, lo que a su vez servirá para mitigar el cambio climático y proteger la biodiversidad.

Si se pretende realizar la transición hacia una economía verde, el documento del SELA plantea que se requiere crear condiciones para conseguirla. Esto implica:

  1. Aspectos normativos que regulen la producción.
  2. Políticas energéticas.
  3. Apoyos, subsidios e incentivos nacionales para transitar hacia una economía verde.
  4. Marco jurídico e institucional que promueva la adopción de una economía verde.
  5. Adopción de protocolos comerciales y de ayuda que efectivamente sustenten la transición hacia una economía verde.

Un aspecto relevante que apuntan como necesario es que el concepto de economía verde no sustituye al de desarrollo sostenible. Este sigue siendo un objetivo a largo plazo, y para alcanzarlo es necesario una economía verde.

La economía verde es, así, el mecanismo para alcanzar el objetivo del desarrollo sostenible que tiene en cuenta la inclusión social, la erradicación de la pobreza y la sostenibilidad a largo plazo del capital natural.

El aumento en los ingresos y la creación de empleos en la economía verde deben derivar de inversiones públicas y privadas destinadas a:

  • reducir las emisiones de carbono y la contaminación;
  • promover la eficiencia energética, así como el uso congruente de los recursos y
  • evitar la pérdida de diversidad biológica y de servicios de los ecosistemas.
Extractivismo

En Latinoamérica hay ocho países que reúnen cerca del 70% de la biodiversidad del planeta. Por esa razón la región tiene por delante un desafío enorme en materia ambiental.

En la actual etapa del capitalismo lo que genera tensión es la lógica del desarrollo basado en el extractivismo, es decir, en la explotación sin control de los recursos naturales para abastecer a las potencias mundiales.

El extractivismo promueve un estilo de desarrollo basado en la explotación intensiva y extensiva de la naturaleza, que alimenta un entramado productivo escasamente diversificado y muy dependiente de la inserción internacional como proveedores de materias primas sin elaborar.

El economista Ignacio Sabbatella escribió en su artículo Latinoamérica ante la crisis ecológica global que además de los impactos negativos sobre la naturaleza, el extractivismo aumenta las desigualdades ambientales en las regiones donde abundan riquezas naturales.

Por eso menciona que no es casualidad que se multipliquen los conflictos ambientales allí donde es común encontrar poblaciones locales. Allí donde campesinos e indígenas se enfrentan a transnacionales petroleras y mineras o resisten al desplazamiento causados por los monocultivos.

Precisa que la explotación de los hidrocarburos sigue en manos de grandes capitales privados a pesar de la brusca caída de reservas y la crisis energética que acecha la economía desde hace ya unos años.

Los megaproyectos de minería a cielo abierto se multiplican por decenas pese a las consecuencias negativas para el medio ambiente y la salud de las poblaciones aledañas. Y la soja transgénica sigue ampliando su frontera, a costa de poner en riesgo la soberanía alimentaria nacional y a costa de la contaminación con agroquímicos.

Transición con inclusión social

América Latina y el Caribe deben buscar la forma de ir hacia una economía verde. No parece haber una mejor opción para un crecimiento sostenible y sustentable. Existe consenso alrededor de la idea de que la economía basada en carbón y otros combustibles fósiles tiene los días contados y que sus efectos sobre la calidad de vida de la población han llevado a exacerbar los niveles de pobreza y de desigualdad.

Pero no solo se trata de transitar hacia una economía verde: el tema está en la necesidad de que esa transición sea incluyente. América Latina y el Caribe no pueden avanzar sin reducir las grandes brechas de la desigualdad.

El documento del SELA reconoce que ir hacia una economía verde no es tarea fácil. Pasar de una economía de combustibles fósiles y extractivista a una verde no se hará automáticamente.

El proceso requiere de inversiones importantes, pues ello implicará modificar patrones de producción y consumo, pero también de la intervención directa del Estado, en donde las políticas públicas tienen un papel central que jugar, en particular la fiscal, regulatoria y de financiamiento.

El Estado tiene que desarrollar políticas y programas que garanticen una transición suave en los mercados laborales. De lo contrario, podrían generarse desajustes cuando se transite hacia nuevas formas de producción.

En este sentido, resulta de vital importancia que el Estado ofrezca mecanismos para la capacitación de la fuerza laboral y para la reconversión de la producción en el campo, la pesca, la industria y en diversos sectores de servicios.

América Latina y el Caribe no pueden dar la espalda al debate que doy domina sobre calentamiento global y el cambio climático. Pero debe hacerlo con la vista puesta en una economía verde con rostro social.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK Y LA RAZÓN

*Periodista, escritor y economista, jefe de la sección de Economía y del suplemento Cash de Página 12 desde 1997. Conduce desde hace 18 años el programa radial ‘Cheque en blanco’. Ganador del premio ETER en varias oportunidades. Integra el cuerpo docente del Programa Amartya Sen de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Publicó los libros ‘¿Economistas o astrólogos?’, ‘Historia de la economía argentina del siglo XX’ junto a Mario Rapoport, ‘Economía a contramano’, ‘Amenazados. El miedo en la economía’ y ‘Macrisis. Otro fracaso del neoliberalismo en Argentina’.