2019, el año en que Evo Morales se fue pero no tanto

LA PAZ – Evo Morales fue derrocado en noviembre y salió al exilio, primero en México y luego en Argentina, pero parece terminar el año más presente que nunca en la política de Bolivia.

por Socio Informativo
Agencia de Noticias Sputnik

«El golpe de noviembre no ha sido uno más que se suma a la larga lista de insurrecciones en Bolivia, porque Evo Morales, y todo lo que representa, tampoco es como muchos líderes que pasaban al olvido tan pronto eran depuestos por un golpe», comentó a Sputnik el politólogo Gonzalo Balcázar, consultor de diversas organizaciones no gubernamentales.

El experto calificó de «impensada» la abrupta caída del primer presidente indígena de Bolivia, aunque advirtió que pese a no haber logrado su propósito de sumar un quinquenio a sus casi 14 años de Gobierno, Morales es y seguirá siendo al menos en el futuro inmediato «una figura inevitable en la vida boliviana».

«El Gobierno de facto instalado en noviembre parece haberse equivocado de plano al creer que Morales desaparecería el mismo día que partió al exilio, porque, contradictoriamente, ha emprendido una campaña de destrucción del legado de los 14 años del pasado Gobierno que pone a diario a Morales en los medios», sostuvo Balcázar.

Ese legado, apuntó, ha marcado la realidad boliviana con luces y sombras como la inclusión social, la estabilidad y en el crecimiento económico, por un lado, y la tendencia al poder hegemónico, por el otro.

«Se ha producido un fin de ciclo pero sería muy apresurado decir que estemos ante el fin de un proceso de cambio», resumió, señalando que el presidente surgido de los sindicatos de cocaleros todavía sigue al frente de su partido, el Movimiento Al Socialismo (MAS), el más grande del país.

«De muchas maneras, guste o no, Evo será figura en las elecciones de 2020 aunque no sea candidato», advirtió Balcázar.

La caída

Morales se encaminaba a completar en enero próximo 14 años seguidos en la presidencia de Bolivia, cuando una insólita combinación de furia acumulada por años en sectores de clase media urbana, conspiración derechista e irregularidades electorales convirtió en derrota histórica la victoria que había logrado en los comicios del 20 de octubre, a la postre anulados.

«Fraude monumental», «fraude masivo», denunciaron los candidatos opositores para llamar a protestas que cundieron en las ciudades a partir del día siguiente de la votación, alimentadas también por la OEA que sugirió «irregularidades» en el cómputo electoral y aprovechadas finalmente por líderes cívicos que sumaron todas las fuerzas anti-Evo en una insurrección.

Ni entonces ni en su informe final de auditoría electoral presentado más de un mes después, la OEA, que asumió el papel de juez supremo de los comicios, aportó pruebas suficientes del denunciado fraude, pero avaló abiertamente la caída de Morales y hasta se acordó de algunos de sus viejos «pecados».

Larga maduración

El rechazo urbano a la renovación del mandato de Morales «no fue súbito, ni mucho menos, sino que explotó por la acumulación de un descontento cuyas raíces podrían encontrarse primero en el desgaste natural de un prolongado liderazgo y segundo en el referéndum constitucional 21F», dijo Balcázar.

«El apoyo popular, campesino e indígena parece haberse reafirmado el 20 de octubre, pero la resonancia de las protestas urbanas, en los medios y en las redes sociales, terminó opacando ese hecho y creando la imagen de una nueva mayoría que terminó imponiéndose, coyunturalmente, vía golpe», sostuvo el analista.

Apuntó que la «mala imagen antidemocrática urbana» de Morales comenzó a formarse a fines de 2015, cuando el MAS decidió buscarle un cuarto mandato presidencial consecutivo convocando para ello a un referéndum de reforma constitucional.

Ese referéndum del 21 de febrero (conocido como 21F) de 2016, dijo «No» a la reforma pero el Gobierno del MAS logró a fines del 2017 que el Tribunal Constitucional dejara sin efecto esa votación y autorizara la repostulación de Morales con el argumento de que el derecho a la reelección sería un derecho humano ilimitado.

El 21F se convirtió entonces en consigna de creciente rechazo al «desconocimiento» de Morales a la voluntad popular, expresado en persistentes campañas, paros cívicos y hasta incómodas irrupciones de activistas en diversos actos urbanos a los que asistía el mandatario, quien por el contrario mantenía su popularidad en provincias y áreas rurales.

De elección en elección

Contra viento y marea, el MAS anticipó para enero de 2019 las primeras elecciones primarias en la democracia boliviana, que estaban previstas en principio para estrenarse en 2024, y en las que una amplia mayoría de ese partido confirmó la candidatura de Morales.

Siguió luego la larga campaña proselitista hacia las elecciones de octubre en las que la oposición se unió en el rechazo a Morales como candidato y anticipó que no reconocería su eventual reelección vía voto popular, en línea con las proclamas de paros y cabildos o asambleas populares impulsados por comités cívicos de varios departamentos.

Hubo inclusive una candidatura opositora que adoptó el nombre de Bolivia Dijo No, en alusión al 21F, mientras otros candidatos opositores comenzaban a construir la denuncia de parcialización del Tribunal Electoral (TSE) y de un «fraude» que se habría puesto en marcha con la habilitación de la candidatura de Morales.

El rechazo a la reelección del presidente indígena, la denuncia del supuesto fraude y la demanda de renuncia del TSE fueron las consignas que alentaron las protestas desatadas el 21 de octubre, que tres semanas después desembocarían en una insurrección liderada por comités cívicos y respaldada en el informe de la OEA que mencionó «irregularidades» en la victoria de Morales.

Acorralado por las protestas, a las que se habían sumado los policías amotinados en todo el país, Morales recibió como puntillazo final el pedido militar de su renuncia el domingo 10 de noviembre. Dimitió ese mismo día desde su feudo sindical y político, la región productora de coca de Chapare, en el centro del país.

En el exilio

Morales partió al exilio al día siguiente y llegó a México el 12 de noviembre, el mismo día que la senadora opositora Jeanine Áñez se autoproclamaba presidenta interina, en una jugada de oportunismo político que llevó al Palacio de Gobierno al minúsculo partido derechista Demócratas, que apenas había rondado el 5% de votos en octubre.

Desde su exilio, Morales ha mantenido presencia diaria en la política boliviana, con mensajes en las redes sociales y otras vías que lo mantenían como líder del rechazo al gobierno de facto y del MAS, que tras el desconcierto inicial causado por el golpe, reasumió el control del parlamento e inició un rápido proceso de reorganización.

Morales pasó casi de un día para otro de presidente reelecto a exiliado y víctima del nuevo Gobierno, pero no dejó de estar omnipresente en la política boliviana.

Casi no hay día en que el Gobierno de facto, empeñado en su papel de inquisidor, deje de hablar del líder indígena, intentando destruir su imagen con acusaciones de responsabilidad en la violencia post-golpe, de supuestos planes de desestabilización y hasta de mala gestión económica.

Gracias en buena parte a este acoso gubernamental, que incluyó demandas judiciales y hasta allanamientos a sus viviendas, Morales ha tenido también a diario motivos y temas para mantenerse muy activo en las redes sociales, en las que sigue siendo el político boliviano con más seguidores.

En campaña

Todo indica que Evo Morales seguirá siendo actor fundamental del futuro inmediato boliviano, especialmente desde que el MAS, en una asamblea a principios de diciembre, lo ratificó como líder y lo nombró jefe de campaña y responsable final de la designación del candidato presidencial para 2020.

En esa campaña, previó Balcázar, se debatirá inevitablemente entre volver a «los tiempos de Evo», lo cual atrae a los sectores populares, o consolidar el retorno del neoliberalismo iniciado por el Gobierno de facto, como aspirarían sectores urbanos de clases medias.

«Su figura sigue causando división entre los que lo respaldan y los que lo critican», dijo esta semana el politólogo Rolando Tellería al diario Los Tiempos.

Destacó como logros del Gobierno de facto la pacificación del país y la convocatoria a elecciones tras la crisis política y social de cinco semanas de octubre y noviembre, que dejó más de 30 muertos y centenares de heridos.

Pero esos logros, sostuvo Balcázar, «no pueden ser atribuidos al Gobierno de facto, pues en realidad son acuerdos tomados para resolver el caos provocado por las protestas ciudadanas, las contra-protestas y finalmente el golpe con sus afanes de destrucción de todo lo que tenga olor a Morales«.

Éste será uno de los debates centrales de la campaña hacia las elecciones previstas para el primer semestre de 2020, añadió.