Por Luis Rivas | Francia, enferma de inseguridad

«Francia está enferma de inseguridad». Así lo reconoce el ministro del Interior del gobierno de Emmanuel Macron, Gerald Darmanin, tras un verano sangriento salpicado con actos de barbarie y violencia.

Conductor de autobús masacrado por exigir el uso de la mascarilla en su vehículo, joven enfermera muerta después de ser arrastrada durante 800 metros por un automóvil, gendarme atropellada y muerta en un control, ciudadanos apaleados o acuchillados por una mirada, por negarse a dar un cigarrillo o por cruzar un paso de peatones «demasiado lentamente»… En Francia, es mejor mantener la boca cerrada y no hacer reproches a nadie si uno quiere conservar la vida.

El término ensauvagement de la sociedad, que en español podría traducirse como barbarización o vandalización se ha convertido en la palabra más utilizada este verano por unos medios de comunicación hasta hoy mismo reticentes a hacerse eco de «simples sucesos».

El nuevo ministro del Interior se ha subido a la ola de la denuncia y rompe así un tabú de décadas sobre la inseguridad ciudadana, un asunto que tanto la izquierda como la derecha tradicional siempre prefirieron dejar en manos del Frente Nacional de la familia Le Pen. Darmanin sigue el paso de los que denuncian que el término «incivilidad» es demasiado suave para reflejar lo que está ocurriendo en el país. No se trata ya de falta de educación, de desprecio a las normas básicas de convivencia, es un fenómeno que incluso los sociólogos especializados en delincuencia ya empiezan a dejar de banalizar.

La paz social, a costa de la guerra civil

El filósofo Michel Onfray, que se declara de izquierdas, reprocha al Estado ser tolerante con la delincuencia salvaje: «por mantener la paz social, se llegará a la guerra civil», asegura el editor de la publicación «Frente Popular» y uno de los más comprometidos defensores del movimiento de los chalecos amarillos.

Las palabras de Onfray, como la de otros intelectuales considerados «reaccionarios», rompen también otro tabú: el de admitir que la mayoría aplastante de los autores de los hechos delictivos pertenecen a descendientes de emigrantes magrebíes o africanos. Subrayar este punto, ocultado a duras penas por autoridades políticas y medios de comunicación, puede conducir a muchos periodistas y ensayistas a la condena, sino judicial, sí del silencio y la marginación en la escena profesional.

Es lo que le ocurrió a un antropólogo que ahora disfruta de un nuevo reconocimiento. Laurent Obertone publicó en 2013 (con ediciones actualizadas posteriormente) su libro «La Francia naranja mecánica», utilizando el título del filme de Stanley Kubrick que en 1971 adaptó al cine la novela de Anthony Burgess, en la que se describe un mundo futuro (1995) en el que un grupo de jóvenes protagoniza actos de una violencia y crueldad sin límites.

«Todas las francesas son putas»

Obertone denuncia en su obra una serie de sucesos de los que solo la prensa regional se hace eco y que muestran un panorama desolador de la violencia brutal que asola Francia.

En el libro se pone de manifiesto cómo los principales medios de comunicación ocultan no solo los hechos, sino los nombres y el origen de los autores, por «no estigmatizar». Hay ejemplos que habrán hecho sonrojar a muchos periodistas, como cuando el autor subraya cómo cierta prensa prefiere hablar de delincuentes «rusos», por evitar estigmatizar a musulmanes… chechenos. O cómo se niega la existencia de un cierto racismo antiblanco a pesar de que los autores, franceses de origen magrebí, de la violación y tortura de una joven lo justificaron porque «todas las francesas son putas».

Obertone fue denostado por el periodismo moral, y su texto enviado al index de la inquisición autoproclamada progresista. Hoy se desempolva su libro, del que entonces llegaron a venderse 300.000 ejemplares. Por entonces, solo el escritor Michel Houellebecq le rindió honores. Houellebecq fue también pasado por las armas de la censura progre hasta que obtuvo el premio Goncourt por su obra «El mapa y el territorio» (2010) y deviniera un autor de culto, tras la publicación de su novela «Sumisión» (2015).

La cultura de la excusa social

El ministro Darmanin señala también que no todo se puede justificar con «la excusa social», o la cultura de la excusa. Es el recurso utilizado hasta ahora para justificar a los protagonistas de la barbarie cotidiana: «víctimas de la exclusión social, de la desigualdad». Quienes así disculpan a los criminales son a su vez acusados de defender un determinismo social por el cual habría ciudadanos incapacitados para hacer frente a condiciones externas que les conducen a la violencia. Es el mismo argumento que se vuelve como un bumerán contra quienes consideran a los habitantes de los barrios «difíciles» como un ente social homogéneo, cayendo así en el racismo que quieren denunciar.

Desacralización y deslegitimación de la autoridad: alcaldes agredidos, policías y bomberos atacados en emboscadas, profesores apaleados, simples ciudadanos de los barrios más pobres paralizados por el miedo a las bandas… Nadie pone en duda ya la realidad de los hechos. No existe una ley común; solo existe la ley de la tribu, de la etnia o la individual. Para muchos, se paga así la tolerancia de políticos y jueces con la delincuencia; en definitiva, no cumplir la legislación existente.

¿Es un fenómeno reciente? La hemeroteca demuestra que no tanto; que son las redes sociales las que dan una visibilidad antes oscurecida voluntariamente. Y que los políticos que antes preferían disculpar o encubrir el horror ahora ven en la barbarie un nuevo argumento electoralista. El presidente Macron, tras tres años de mandato y a dos de las presidenciales, denuncia ahora la banalización de la violencia y promete ser intransigente. O eso, o dejar el problema en manos de Marine Le Pen.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Luis Rivas. – Excorresponsal de TVE en Moscú y Budapest. Dirigió los servicios informativos del canal de TV europeo EuroNews. Vive en Francia desde hace más de 20 años.